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- 26/03/2021 00:00
Cheri Lewis o los claroscuros del absurdo y la sexualidad
El absurdo suele tener dos formas de manifestarse en la literatura: cuando ocurre de forma más o menos descomplicada, abierta, como si lo natural fuera que las cosas no pudieran ser de otra manera; o bien, apropiándose poco a poco o de golpe de la realidad, desquiciándola, causando cierto grado de inseguridad o de temor, como sucede también en ciertos cuentos de índole fantástica. En algunos de los cuentos de “Abrir las manos”, primer libro de cuentos -12 en total- de la autora panameña Cheri Lewis (1974), se escenifica sobre todo el primer tipo de absurdo, y en ello hay una gradual fascinación para el lector al percibir cómo lo extraño, lo misterioso e incluso lo anormal, pueden llegar a ser parte funcional de los hechos cotidianos. Así, resulta sorprendente cómo en algunos de los cuentos que conforman esta colección, sentimos una creciente sensación de inevitabilidad, y al mismo tiempo nos inquieta cada nueva sorpresa que la narración nos va deparando.
Eso ocurre en “Mujer hecha pedazos”, el cuento con el que abre el libro. Cuando partes del cuerpo de una mujer se le caen o se le pierden hasta tornarse costumbre, ésta lo acepta sin mayor problema y hasta lo toma como algo natural y acaba justificándolo, por lo menos en su caso. En el cuento “Abrir las manos”, que da título al libro, un hogar –madre y dos hijas adultas, una de las cuales es la narradora-- gradualmente es invadido por una paulatina multitud de extraños bebés, robotizados aunque humanos, que terminan por llevarse sin violencia explícita pero sin alternativa posible a una de las tres mujeres que integran la familia. Aunque hay tensión en el ambiente, nadie mueve un dedo por evitarlo. Una extraña fuerza subyacente en aquellas criaturas anónimas no admite discusión alguna. Y el lenguaje en que una de esas mujeres narra los hechos es directo y de una efectiva sencillez sorprendente.
La sexualidad es el otro tema que, con humor sarcástico y desparpajo, es una presencia permanente en varios otros cuentos de esta obra. “Lágrimas” es uno de tales cuentos. Una mujer le gusta coger con diversos hombres como algo lógico y normal, pero jamás se enamora: cuanto mejor resulta sexualmente la relación, menos afecto siente por la contraparte, lo cual resulta ser todo lo contrario de lo que le pasa a los hombres, quienes quedan emocionalmente prendados de ella siempre.
“La muralla” es como una obra de teatro del absurdo, de moda en el mundo en la década de los sesentas del siglo pasado. Hay una frase en este cuento que podría ser la síntesis de su desarrollo; uno de los personajes, atrapados sin explicación alguna en un estrecho sitio claustrofóbico cerrado por una alta muralla, señala: “Entiende que a veces el miedo de saber dónde está uno es peor que el miedo de sentirse perdido.” Lo que hay de fondo es el dilema de decidir si quedar atrapado es peor o mejor que escapar hacia una vida cuyo desenlace se desconoce.
“Salir a flote” plantea cómo a veces lo sobrenatural puede cambiarle la vida a una chica para bien, permitiéndole conocer un mundo mágico, henchido de poesía viva, que en este caso solo resulta ser temporal: un bote con poderes de movilidad propia insiste en estar una y otra vez cerca de la chica, a quien le permite pasear en él por parajes deslumbrantes que ella no conocía pero que sin embargo forman parte de la realidad real. Es un hermoso cuento, al cual contribuyen tanto su relativa sencillez anecdótica como los sentimientos positivos que esta experiencia crea en el personaje.
Otro cuento en que lo absurdo rige la secuencia toda de los hechos es “Cosas que suceden en la fila del Seguro Social”. Mediante una hipérbole bien dosificada, se va retratando situaciones que, a partir de la burocracia de una importante entidad médica estatal como lo es el Seguro Social, se van confundiendo las rígidas normas de funcionamiento ahí establecidas llevadas a extremos con equívocos de identidad desquiciantes en perjuicio de la salud de los pacientes e, incluso de su sanidad mental. Así, cuando el personaje empieza a angustiarse porque parecen confundirla con otra persona si bien parecen saber cosas de su pasado, en algún momento un médico ante quien la llevan sujeta dos enfermeros, le dice a esta hija de una paciente para quien busca una medicina en dicha institución, tratándola con la certeza absoluta de que la paciente es ella y no su madre: “En la vida no hay que entenderlo todo. De hecho, nunca seremos capaces de hacerlo. Si ocurriera así, ¿te imaginas lo aburrido que sería? Conocer siempre las respuestas. No habría sorpresas, no tendríamos emociones. ¿No crees?” Sintiéndose atrapada en una maraña de equívocos que ponen en peligro su propia seguridad, la protagonista -narradora de la historia- trata de escapar del hospital, sale a la calle, toma un taxi o cree tomarlo… Termina topándose cara a cara con el mismo doctor que la interrogaba, con los enfermeros. La inyectan, pierde el conocimiento, la encierran. Y al final uno se da cuenta de que lleva tiempo encerrada y que sigue sin entender.
Sin duda un primer libro de una enorme fuerza narrativa en que resulta imposible separar los hechos reales de aquellos otros de elaboración ficcional, ya que el estilo cautivante de la autora no distingue entre el absurdo, lo fantástico y lo cotidiano. En realidad, Cheri Lewis es una de las grandes promesas de la nueva cuentística panameña femenina: la pujante certeza de sus aciertos literarios nos la hacen parecer ya como una veterana escritora, altamente fogueada en las lides de la escritura, digna de estudios múltiples y merecida promoción.