La Orquesta de Cámara del Istmo, integrada por jóvenes músicos formados localmente, ha demostrado que es posible cultivar un proyecto musical con ambición,...
Los medios locales reportaron la semana pasada que ‘el expresidente de Panamá Ricardo Martinelli demandó al Estado panameño ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) por considerar que el Tribunal Electoral no respeta los resultados de las elecciones del pasado 4 de mayo’. García Márquez señaló alguna vez que: ‘En América Latina y el Caribe, los artistas han tenido que inventar muy poco...’. Una cosa es la burla local y otra cosa es llevarla a escenarios internacionales. La denuncia en Washington parece un cuento tropical de mal gusto y mal escrito por cierto. No me imagino cómo nos evaluarán las futuras generaciones cuando estudien este tiempo de la historia nacional.
Si los resultados de las investigaciones llevadas acabo sobre el uso de dineros del Estado en apoyo a candidatos oficiales, y si el sistema de justicia funciona como debe ser, todos los involucrados y sus cómplices —los que estimulan estas vergüenzas— deben estar preparados para enfrentar la justicia.
Cómplice, según la Real Academia Española de la Lengua (RAE) significa: ‘Que manifiesta o siente solidaridad o camaradería’. Esa es la definición humana poética. La que construye relaciones perdurables en el marco de hacer el bien. No me refería a ese; la RAE, también lo define como: ‘Participante o asociado en crimen o culpa imputable a dos o más personas’ y ‘persona que, sin ser autora de un delito o una falta, coopera a su ejecución con actos anteriores o simultáneos’. En el sistema legal vigente, nadie es culpable hasta que se le pruebe lo contrario; pero, evidencias de corrupción, son parte de la conducta cotidiana a todos los niveles. Cada día más detestable y vergonzoso que el anterior.
Si nos preguntamos cómo llegamos a este punto, por el momento, no pudiera señalar el instante preciso. La impunidad (RAE: ‘Falta de Castigo’) es la madre de todas las faltas. Los grupos políticos y económicos que asumieron el mando después de la Invasión del 20 de Diciembre de 1989, obviaron la necesidad de hacer cambios estructurales significativos en el ejercicio del poder en Panamá. Faltaron luces largas. Faltó decisión, faltó un sentido general de reestructuración de todo el sistema político y social que necesariamente apunta a cambios fundamentales en lo educativo y cultural. Pero ante todo se concentraron en lo económico y han hecho mofa de las propuestas que la sociedad civil ha promovido. Los problemas se atacan de raíz y qué mejor momento para rectificar el rumbo de una sociedad que el que se dio con la invasión.
El año pasado en Nueva York, el FBI arrestó a dos políticos locales: el senador estatal de Nueva York Malcolm Smith y un concejal Dan Halloran, por su participación en una presunta conspiración para amañar la carrera para alcalde de la ciudad. Otras cuatro figuras políticas también fueron acusadas. Se informó que ‘en las reuniones con un testigo cooperador y un agente encubierto del FBI, haciéndose pasar por un acaudalado promotor inmobiliario, Smith estuvo de acuerdo para sobornar a los líderes del Partido Republicano de los comités del condado cerca de Nueva York en un intento de postularse para alcalde por el Partido Republicano, a pesar de ser del partido demócrata’. ‘Los cargos en el caso incluyen el soborno, extorsión, fraude electrónico y fiscal’.
Todos los sistemas políticos experimentan momentos de corrupción y períodos que han significado para ellos algún grado de retos para su supervivencia. Pero este tiempo parece un callejón sin salida en Panamá y la denuncia ante la CIDH hecha la semana pasada por el expresidente, parece validar ese argumento.
Por allí se tuitea de vez en cuando que ‘el que elige corruptos no es víctima sino cómplice’. Pero una cosa debe quedar bien clara, no solo deben pagar sus penas los que corrompen y los corruptos; los cómplices inmediatos deben hacer una reflexión sobre su participación, inacción o silencio. Reflexionar sobre lo que significa un millón de balboas robados o malgastados en contiendas politiqueras para seguir fundamentando el clientelismo versus hospitales en el país que no pueden atender a los necesitados. Esa comparación tan evidente debe llevarlos a la conclusión de que también tienen culpa y deben justamente pagar su deuda con la sociedad. Y los que avalan el espectáculo ocurrido en la CIDH, vergüenza les debe dar.
*COMUNICADOR SOCIAL.