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- 17/11/2009 01:00
La curva de aprendizaje
El nuevo gobierno viene expresando lo que a todas luces es la cultura política de las fuerzas que logran llegar electoralmente al poder cada cinco años. El primer paso que dan es distribuir las instituciones del Estado a las fuerzas aliadas en base a su aporte en la consecución del voto y del nivel de liderazgo que ostentan sus representantes. Luego, esas fuerzas aliadas introducen en la maquinaria administrativa, así adquirida, sus propios cuadros usando como parámetro nuevamente las cuotas electorales.
Esa maniobra implica que deben desplazar la anterior estructura para dar paso a su triunfante maquinaria y mientras más grande sea la organización aliada, más amplio será el espacio requerido. Hasta allí no hay problema, si tuvieran en cuenta la misión que cada uno de ellos debe cumplir para aprovechar la gestión realizada y usar así la acumulación producida y avanzar en el perfeccionamiento del Estado. Pero no es así. Una cosa es el aparato humano que hace posible esa victoria y otra quienes deben administrarla con eficiencia.
El resultado final es la desaparición del personal entrenado, de los mandos que dirigen proyectos de mediano plazo y de los expertos sobre los que el Estado ha realizado grandes inversiones en formación y conocimiento. Una nueva ola de futuros burócratas quinquenales ha llegado al poder sin prestarle la menor atención a las llamadas políticas de Estado, algunas de ellas resultado de largas consultas con la sociedad.
Como no hay forma de medir el rendimiento de los cuadros de Gobierno ni su valor y papel en la administración del Estado, porque tampoco las fuerzas electoralmente triunfadoras harán un balance riguroso de la anterior gestión, los reemplazos, en muchos casos, deciden “ limpiar el escritorio “ y la carpeta de “ pendientes ”. O sea, comenzar de nuevo. Comenzar de nuevo implica, también, comenzar a aprender. Esa curva de aprendizaje, sin tomar en cuenta lo acumulado, puede llevarle a un mando de Gobierno casi todo su período quinquenal.
En esas condiciones es poco lo que el Estado puede avanzar en su perfeccionamiento. Los liderazgos se agotan rápidamente al no contar con la capacidad de respuesta y de cumplimiento de las promesas electorales.
Por otro lado, la oposición política, que refleja esa misma cultura quinquenal, no logra diferenciar lo que son las políticas de Estado de la administración del gobernante de turno. La clase política carece de los instrumentos y de la voluntad para presionar por verdaderos acuerdos sobre la agenda de temas de carácter nacional. En esas condiciones el avance del país se torna lento y contradictorio.
Ese falso antagonismo entre oposición y gobierno afecta también la dinámica de la estructura político-administrativa sobreviviente. Se representan como dos bandos rivales en los que no existen reglas del juego, salvo aquellas que tengan que ver con su posición. No hay comunicación ni diálogo. Tampoco prevalece, entre ellos, una visión de nación. Es el famoso calle arriba y calle abajo en los carnavales.
Todo esto es parte de una crisis mayor y más envolvente: La de su clase política. Mientras no existan verdaderos proyectos de nación. Proyectos más allá de lo que nos indican los organismos internacionales y de los programas electorales que tanto cautivan al electorado, el avance del país tomará mucho tiempo, a menos que esa misma crisis produzca un verdadero liderazgo nacional. No sería la primera vez. De allí surgieron Porras, Arnulfo y Omar.
*Miembro del PRD.rvasquezch@cwpanama.net