• 25/01/2022 00:00

Decodificando valores: desigualdad

“Esta es la lección de la pandemia: la desigualdad, alimentada por una falta de responsabilidad mutua, enferma y “cuarentena” a todo el mundo por igual”

Durante siglos, la humanidad vivió extrema desigualdad social, alimentada por racismo, xenofobia o simple tiranía. Las camarillas de faraones y monarcas controlaban desde sus palacios de piedra y lujo, junto a sus militares y aliados, a los cientos de miles en moradas de tela, barro o madera, quienes les alababan por miedo físico, divino o ambos. Esto, hasta hace unos 300 años, cuando comienza un proceso de balance en el occidente, en el que se experimentaron con otras formas de gobierno, como el comunismo y el socialismo, dejando a la democracia, en sus varias facetas, como mayor sobreviviente. Según la World Inequality Database, después de 1945 la desigualdad mundial en ingresos subió hasta los años ochenta, cuando comenzó a descender hasta antes de la pandemia.

Expertos médicos nos encargaron distanciarnos “socialmente”, para no contagiarnos. Pero el verdadero virus que esta pandemia ha expuesto, y el que ninguna vacuna puede aliviar, es el de la desigualdad, social y económica. El BID (en nota técnica IDB-TN-1703) calculó para Panamá en 2017 el coeficiente Gini (que calcula la desigual distribución de ingresos) en 50, el tercer país más desigual de América Latina. En general, esto significa que el 1 % más rico de la población posee el 50 % del capital.

La pandemia ha, definitivamente, agravado esta situación con industrias completas, como el turismo y el entretenimiento, recibiendo un terrible golpe, llevando a muchos a la pobreza y la desidia, mientras otros mercados, como el de abastecimiento, ciber y bienes inmuebles han elevado sus ingresos. Gobiernos han tratado de apaciguar este impacto diferencial, aplicando un sistema socialista en el que se compensa a aquellos más afectados. Pero la COVID sigue arrasando y este subsidio no puede seguir para siempre. Entonces, considerando que esta pandemia continuará, ¿cómo podemos disminuir esta desigualdad?

Economistas, como el francés Thomas Piketty, sugieren atributar el capital (2 % anuales) y no solo los ingresos, los cuales deben ser atributados diferencialmente. En países como Israel se implementa un sistema de “impuesto negativo” para subir los salarios de los que menos ganan. Otros expertos sugieren mayor acceso a la educación, más políticas antidiscriminatorias y subir impuestos a productos de lujo, entre otras medidas. Pero el problema no es calcular las soluciones, sino la escala de valores de aquellos pocos, la de los gobernantes, quienes deben implementarlas. En muchas democracias la mayoría de los gobernantes son ricos y se vería absurdo una imposición propia a pagar más impuestos, no solo perjudicándose económicamente, sino social y hasta profesionalmente, pues sus aliados, también ricos, se sentirían traicionados.

Así, una más plausible solución sería una distribución social de la representación política. O sea, menos ricos para el Legislativo. Pero, para realizar esta utopía, sería necesaria una reevaluación de los valores del pueblo, que podría considerar a una persona “humilde” menos meritócrata, menos capaz de liderar, así como considera, erróneamente, que un millonario lo puede hacer mejor. Sobre este tema el profesor Michael Sandel escribió el libro “La tiranía de la meritocracia”, el cual despliega el cuchillo de doble filo que es la percepción del mérito como un logro 100 % personal (cuando en realidad es una combinación de circunstancias). Para cambiar este paradigma, sería necesario un mejor sistema de educación que, por supuesto, está controlado también por la elite rica, perpetuando así este plutocrático círculo vicioso.

A través de la reciente historia, desde la revolución francesa de 1787 hasta la iraní de 1979, el pueblo se ha revelado en contra de la autoridad solo en el caso de extrema desigualdad, cuando la autoridad vive en palacios y lujos, mientras el pueblo se muere de hambre. Son estas lecciones las que llevan a actuales Gobiernos (con excepciones como Venezuela) a ver formas de mantener al pueblo “satisfecho”, repartiendo ciertos servicios, plata o comida, costeadas no con un balance en el presupuesto, sino por las futuras generaciones que, como no han nacido todavía, no pueden salir a la calle a protestar, la infame “deuda externa”.

Pero esta estrategia no seguirá por siempre y así como jóvenes del mundo han comenzado a luchar por el mundo natural en que vivirán, combatiendo la crisis climática, así podrán combatir la desigualdad, basados en dos simples morales de justicia: cada generación debe costearse su estilo de vida sin pasarle la cuenta a la generación futura y que también las personas en el nivel socioeconómico más bajo merecen vivir con dignidad, pues todos dependemos de ellos.

Esta es la lección de la pandemia: la desigualdad, alimentada por una falta de responsabilidad mutua, enferma y “cuarentena” a todo el mundo por igual.

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