Decenas de famosos alabaron este lunes el estilo de los dandis negros y lucieron conjuntos de sastrería extravagantes en su honor en el preludio de la...
- 23/09/2011 02:00
Dignitas — auctoritas
BANQUERO Y EX DIPLOMÁTICO.
S oy un asiduo lector de la Historia Antigua. Me entusiasma mucho el periodo de la República Romana, su periodo final, anterior al Imperio, siendo Marco Tulio Cicerón, el gran orador y político, uno de mis personajes favoritos. Mis lectores observarán que con frecuencia termino mis escritos emulando la frase con que Cicerón inicia su Primera Catilinaria, ‘¿Hasta cuándo, Catilina, haz de abusar de nuestra paciencia?..’., en vez de Catilina refiriéndome a nuestra Clase Política.
Catilina, si recordamos la historia, conspiró para tumbar el gobierno, siendo Julio Cesar, según el bochinche histórico, uno de sus apoyadores secretos. La conspiración no lo logró su objetivo, gracias al movimiento liderado por Cicerón, que le valió el título de Salvador de la República.
En mis lecturas no puedo evitar comparar los conceptos que guiaban a los grandes políticos romanos en la época de la República con las prácticas de nuestra clase política de ahora. Esto me lleva a referirme hoy al concepto de ‘Dignitas’ de la Antigua Roma.
El vocablo ‘dignitas’ de la Antigua Roma no tiene una traducción específica en nuestro idioma. Era un concepto social relacionado con el prestigio y el honor.
Según la Real Academia de la Lengua nuestro vocablo ‘Dignidad’ tiene su origen de ‘Dignitas’, pero con un significado algo distinto al concepto romano. ‘Dignitas’ para el Antiguo Romano significaba el prestigio personal adquirido a lo largo de su vida que incluía su reputación, sus valores éticos y morales, su posición social y el respeto. Era un bien preciado de mucha importancia.
Todos los ciudadanos, sin importar su clase social, tenían sumo cuidado en proteger y mantener su ‘dignitas’.
Dignitas ‘hacía referencia a su ‘buen nombre’, incluyendo una reputación pasada y presente, su logros, su situación y su honor. La mayoría de los políticos estaban dispuestos para matar, suicidarse (como el caso de Marco Antonio) o exiliarse, con el fin de preservar su dignitas’. Tal era el alto valor que el romano le concedía al concepto.
De acuerdo a Cicerón, Julio Cesar le tenía tanta estima a su dignitas, que no aceptaba que nadie pudieras ser su igual en dignitas. Cicerón asocio el término con auctoritas, que era el grado de prestigio que tenía un ciudadano en la sociedad romana, su influencia y habilidad para lograr gran respaldo popular. Dudo que los romanos encontraran dignitas y auctoritas en nuestro mundo político actual.
El concepto de ‘Dignitas’ a través de la historia se acercó mucho al concepto de ‘honor’ de la Edad Media. El concepto de honor en el antiguo Japón llegó al extremo de la práctica del seppuku o hara kiri, que era el acto de brutal suicido para limpiar vergüenza pública o faltas al ‘honor’ del suicida.
Nuestros políticos no heredaron de los antiguos romanos las buenas costumbres de protección al ‘Dignitas’, su ‘buen nombre’, y conservar ‘Auctoritas’, prestigio antes su electores. ¿Encontraríamos ‘Dignitas’ cuando diputados admiten públicamente y sin sonrojo, que saltan de tolda política a cambio de favores en el uso de fondos públicos? ¿Cómo queda su ‘auctoritas’, si alguna vez la tuvo, cuando el salto se debe al temor a la activación de cargos penales?
Los políticos criollos sí heredaron de los romanos la mala costumbre del ‘clientelismo’. Esa malsana práctica de intercambio de favores, concediendo al cliente político el usufructo de bienes públicos por respaldo electoral.
El clientelismo es parte de nuestra pobre cultura política. No es práctica nueva, pero parece haber intensificado en los últimos años. Es una práctica dañina para la sociedad, estimula la corrupción y contribuye a acrecentar la tendencia al continuo deterioro moral de nuestra sociedad.
Pobre Panamá. ¿Hasta cuándo, Clase Política, haz de abusar de nuestra paciencia?