• 17/04/2018 02:00

Política: dios y fetiche

En consecuencia, lo humano, lo noble, lo sensato del pueblo panameño, se ha ido diluyendo entre politiquería y corrupción

Día tras día, con vehemente ascendencia, la política panameña acapara todos los escenarios y medios de difusión. Pareciese que es el alma de Panamá; ya casi un dios. Todos la comentan, la veneran y se esfuerzan por ser parte de ella –no importa cómo–, pues garantiza a sus fieles el bienestar necesario para salir de la pobreza, tener empleo, educación de calidad, escalar hacia sectores y clases sociales con privilegios.

En consecuencia, lo humano, lo noble, lo sensato del pueblo panameño, se ha ido diluyendo entre politiquería y corrupción. Por consiguiente, el período electoral es la rebatiña que todos esperan, porque permite alcanzar la gloria, no importa cuanta miseria hay que alimentar, cuanta fe y esperanza que mancillar, si al final, está el altar: política y corrupción es la solución. Así, nuestro Ser panameño se percibe contaminado y enfermizo.

Muchos movimientos sociales o civiles surgen intentando revindicar los lacerados sistemas y subsistemas sociales, pero todos terminan embarrados por las prebendas, chantajes y negociaciones con jugosos trasfondos. La política y su corrupción tan compenetradas cual Quijote y su fiel acompañante Sancho, nos avergüenzan a nivel internacional, mientras a nivel nacional nos enmaraña.

Lamentablemente, como pueblo merecemos lo propio, hemos caído en la trampa tendida por los poderosos del orbe; ‘egoístas e individualistas es la marca'. Luchamos por sobrevivir, pero sin Dios, sin amor al prójimo, sin piedad. Hemos olvidado la unidad, que somos mayoría y tenemos el poder, para revertir nuestra triste realidad. La Constituyente debe ser nuestra principal exigencia para el nuevo inquilino presidencial, de lo contrario el movimiento no solo será para salvar a Colón, sino a todo Panamá.

Decimos conocer quiénes son los dueños de Panamá, mas nunca hemos indagado quién se la entregó. En lo político, nos han enfermado y nos hacen ver que somos un pueblo incapaz de encontrar su cura. Elegimos por sufragio a quienes deben representarnos y lo hacemos cual fetiche, como si fuesen un objeto material de culto, al que le concedemos propiedades mágicas o sobrenaturales hasta venerarlos como ídolos.

Con nuestro silencio e indiferencia convertimos la política y sus corruptos en objetos de adoración, gratitud y ofrecimientos, toda vez que se les considera capaces de conceder gracia y castigo. Lo cierto es que nuestros políticos son inhábiles para fomentar nuestro territorio. Esa minoría que nos gobierna, ya no discute la oportunidad y conveniencia de expoliarnos, sino que se esmeran en fortalecer y consolidar el sistema de vasallaje político y administrativo a que nos someten.

En suma, todo nuestro ‘Sistema está corrupto', lo advirtió el diputado Panky Soto, quizás por cargo de conciencia. De hecho, un sistema es la suma de todas las partes, por tanto, como pueblo estamos incluidos por acción u omisión. Divinizar la política, la corrupción y patentizar nuestro Ser egoísta e individualista, nos hace fluctuar en una anárquica democracia, que hace precarias las garantías fundamentales, la unidad y la vida. ¡Urge un duro golpe de timón... ni una sola reelección más!

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