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- 28/10/2024 00:00
El malestar social
Si algo ha caracterizado a este primer cuarto de siglo, en la mayoría de los países que integran la sociedad mundial, ha sido el aumento de los distintos síntomas de frustración de sus poblaciones para con la democracia como sistema de gobierno.
“Las democracias están muy marcadas por la decepción como si ellas encarnaran un ideal traicionado y desfigurado”, como lo afirman - cada vez más- diversos y destacados autores en sus escritos y conferencias”.
Panamá no escapa a este estado de situación, sobre todo porque de los gobiernos qué han asumido el poder, desde la invasión estadounidense en diciembre de 1989, ninguno ha querido iniciar siquiera los pasos necesarios para un proceso real y efectivo de democratización. Ello ha creado no solo un vacío de objetivos colectivos y comunitarios, sino también un marcado y creciente atraso de modernización de nuestro país, en todos los planos.
El “poco me importa”, demostrado por el poder partidocrático en Panamá hacia la necesidad de un verdadero Estado de Derecho, nos coloca hoy en una desventajosa posición, no solo como país, sino también como nación y como Estado.
Como nación, porque el debilitamiento de nuestra identidad es, hoy por hoy, innegable e inquietante. Ello es una de las causas del malestar social que predomina en los distintos sectores sociales qué integran la nación panameña. También, es agravado por el peso social de masivas minorías que han llegado a nuestras tierras sin ánimo de integración y un renovado propósito de valerse y usar Panamá como trampolín, para sus exclusivos propósitos personales y como catapulta hacia otros destinos. Como Estado, dado que no hemos sabido (¿o podido?), una vez recuperada la integridad territorial en el 2000, abocarnos a la construcción de un verdadero, real y efectivo Estado de Derecho y nos hemos quedado aupando el populismo, el electorelismo, el clientelismo, entre otras prácticas, para nutrir la corrupción y la impunidad que hoy nos asfixian y pretenden dejarnos sin aliento para poder cuidar de nuestras libertades básicas y nuestros derechos.
El malestar social imperante no habrá de cesar de aumentar, si solo se ven las consecuencias y no las causas reales del mismo. Cabe entonces, multiplicar con urgencia y eficacia, los mecanismos de participación ciudadana en todos los planos.
No hacerlo nos llevará a una epilepsia social que no podrá ser resuelta, con medidas autoritarias, como algunos pretenden y quieren. Lo que hoy sucede en los Órganos del Estado por acción, omisión o heredado, nos obliga a una organizada y aguerrida alfabetización Constitucional. Deberemos, todos los ciudadanos responsables, prepararnos, organizarnos y movilizarnos para tal fin, como un paso inicial de un proceso constituyente originario que nos lleve a disminuir -al máximo- el malestar social y, convertirlo un sentimiento constitucional, que nos abra las autopistas para una modernización verdadera del Estado Constitucional Democrático y de Derecho.
Una Constitución ciudadana, de todos, con todos y para todos, nos abrirá las puertas para estar en la cresta de la olas de cambios del mundo de hoy. Resultará utópico para los enemigos del cambio pero, una vez más “el pesimismo de la razón, será el optimismo de la voluntad”.