• 03/04/2024 00:00

¿El populismo se está legitimando?

El populismo es extremadamente hábil en eludir responsabilidades [...]

El populismo en la política latinoamericana ha sido un tema de debate y análisis durante décadas. Sin embargo, en las últimas dos décadas pareciera que, estos, además de ser ambidiestros, es decir, que los hay de izquierdas y de derechas, han logrado avanzar y hacerse del poder.

Sin importar su inclinación ideológica (si es que la tienen) en los últimos años, hay un denominador común, y es que acceden al poder usando las acomodaticias reglas de la democracia, a través de elecciones libres, pero cuestionando la ineficiencia de las élites gobernantes.

Dada la aversión de los ciudadanos por el hecho de que los Estados no logran satisfacer sus necesidades, estos se inclinan por hacer arriesgadas apuestas apoyando a personajes que manipulen y utilicen la rabia y la frustración del pueblo, posando de vengador y cuestionando con dureza al Estado, a sus instituciones, así como a los grupos de poder político, económico, sindical, etcétera, para hacerse elegir.

Con mucha habilidad y estrategia, el populismo busca legitimarse al incluir a las masas en el sistema político, ofreciendo atender a demandas sociales que previamente no fueron consideradas por los regímenes anteriores, y eso sumado a que generalmente son líderes o caudillos carismáticos, resultan muy atractivos para una población que se ha venido decepcionando del sistema democrático y que sienten que no tienen nada que perder, y por ello apoyan a este tipo de líderes.

De los mecanismos favoritos que usan los populistas, es exaltar el nacionalismo exacerbado, buscando unificar las tendencias ideológicas, así como los intereses económicos por encima de las diferencias sociales, y el antiimperialismo, usual en el discurso nacionalista, buscando (retóricamente) priorizar los intereses nacionales, replanteando relaciones entre el Estado, así como con el capital extranjero y el mercado interno.

Con grandilocuencia después de cuestionar la ineficiencia del Estado, el siguiente paso del populismo una vez en el poder es cambiar las reglas del juego, anular los contrapesos del sistema democrático, para adaptar el Estado a sus conveniencias e intereses, los cuales generalmente apuntan a debilitar todo aquel o aquello que se le oponga o cuestione y fortalecerse asimismo para perpetuarse en el poder.

Este mismo mecanismo es usado para distraer la atención ante sus propias ineficiencias e ineptitudes en la conducción del Estado. El populismo es extremadamente hábil en eludir responsabilidades, en justificarse y por supuesto, en señalar de manera constante a sus enemigos, quienes son (según su narrativa) los que no le permiten avanzar en la solución de los problemas que la sociedad reclama.

Todo lo anterior los lleva a construir un poder ejecutivo fuerte, a menudo autoritario donde el líder controla diversos sectores de la sociedad, bien por el chantaje a través del uso del poder del ejecutivo, o bien por la fuerza de leyes y reglamentos que coartan y condicionan el actuar de otros actores de la sociedad.

Generalmente el populismo busca redefinir el papel del Estado como un ente interventor que centraliza, administra y controla todos los aspectos de la economía, la política, la sociedad y la cultura; y como líderes populistas que pueden tener rasgos autoritarios, buscan manipular a través de la demagogia.

Los regímenes populismos intentan implementar políticas de sustitución de importaciones, reformas agrarias y aumentos en los salarios mínimos, pero al tener visiones controladoras y centralizadoras (lo requieren para sentirse en control y seguros) a la final esas políticas terminan dando al traste con las economías de los países.

Ahora, es claro que el surgimiento de estos liderazgos populistas encuentra su caldo de cultivo en la decepción de los ciudadanos con las democracias, pero a su vez esto viene dado porque quienes han dirigido los Estados se corrompen, olvidando las promesas electorales y se enfocan en sus propios intereses (políticos y/o económicos) dejando de lado a quienes los eligieron.

Sí se quiere poner un freno al populismo, si se quiere rescatar a la democracia y a la confianza de los ciudadanos en las instituciones de los Estados, entonces los líderes (políticos, empresariales, judiciales, académicos, sindicales, culturales, etcétera) deberán, por una parte, prepararse mucho mejor para ejercer la función pública, pero por otra entender que esta es para servir a la gente, para apoyar las causas ciudadanas, para darles seguridad y mejores condiciones de vida, pero sobre todo, para generar las oportunidades para que cada ciudadano, con su propio esfuerzo y dedicación se supere y acceda a una mejor calidad de vida para ellos y para sus familias.

De no hacerlo, el populismo seguirá legitimándose y avanzando.

El autor es consultor político
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