• 21/08/2019 02:00

El discreto encanto de la abogacía panameña

‘Toca a la Corte Suprema sancionar los irrespetos flagrantes que correspondan; al Colegio de Abogados, ejercer la docencia ciudadana que merecemos los legos [...]'

El genio de Luis Buñuel, aragonés nacionalizado mexicano, creó en 1972 una exquisita obra surrealista de arte cinematográfico, reconocida mundialmente y ganadora del Óscar como mejor película extranjera en 1973, que tituló ‘El discreto encanto de la burguesía.' Pero pudo haberse llamado ‘El escandaloso desencanto de la burguesía', porque la imagen que proyectó no era nada atractiva y la obra resultó una vergonzosa ironía por la ausencia de valores y principios en los hábitos burgueses observados en la sociedad por el director. La obra nos inspira la interrogante: ¿Hay entre nuestros profesionales del Derecho, dentro y fuera de la judicatura, algunos ejemplares que se perciben con características parecidas a las de la burguesía de Buñuel?

Según Buñuel, la burguesía es una clase social, económica y política que teme perder sus bienes y privilegios, y para ello debe esconder la ausencia de sus valores con absurdas formalidades y falsos refinamientos. Algunos personajes, presentados en su película para ilustrar su teoría, incluyen un culto embajador de un país suramericano, adúltero, amoral, contrabandista de cocaína; un poderoso ministro que utiliza su cargo para asegurarles impunidad a amigos; un policía torturador de estudiantes opositores al régimen; un obispo inculto que sirve a burgueses y militares y que, luego de administrar la extremaunción a un moribundo, le dispara un balazo para asegurar su muerte; una joven alcohólica inmadura que detesta la música clásica; un imprudente militar que sueña con glorias imaginadas; un burgués capaz de lograr citas por teléfono con un ministro, etcétera. Gente falsa de mentes mezquinas; todos, trágicos personajes que cuidan apariencias detrás de una fachada de refinamiento cultivado con esmero que estiman merecer por derecho de clase, porque ‘ningún sistema hace que las masas se refinen'. Una evidente escasez de propósitos provechosos y valores constructivos que cada trágico personaje muestra. Sus conversaciones son anodinas; nunca expresan nada interesante, por ejemplo: ‘No hay nada más tranquilizante que un martini seco que tiene que saborearse, leí en una revista de mujeres' o ‘Muchos no saben que para cortar una pierna de cordero hay que estar de pie'.

‘¿Hay abogados capaces de abusar [...] con triquiñuelas para encubrir intenciones torcidas, [...], tras formalismos vacuos que amenacen la integridad de la práctica judicial?'

La película se desarrolla alrededor de varios intentos por disfrutar, todos juntos, de una comida que siempre les resulta frustrada por inverosímiles y absurdas razones. El espectador también termina frustrado por diálogos incongruentes y por acontecimientos interrumpidos. Ninguna escena transmite la sensación de satisfacción: amigos que nunca pueden sentarse a comer, que nunca pueden satisfacer su hambre ni sentirse llenos.

‘[...] la burguesía es una clase [...] que teme perder sus bienes y privilegios, y para ello debe esconder la ausencia de sus valores con absurdas formalidades y falsos refinamientos'

Igual frustración ciudadana sentimos cuando conocemos de vistas fiscales fallidas, de sentencias ininteligibles, o linchamientos mediáticos. ¿Hay abogados capaces de abusar de procedimientos con triquiñuelas para encubrir intenciones torcidas, como la burguesía de Buñuel, tras formalismos vacuos que amenacen la integridad de la práctica judicial? A menudo con opiniones confusas, criticas ofensivas que nada nos aclaran; para los favorecidos, es justicia; para los perjudicados, es telón para esconder vicios de la burguesía de Buñuel. Al final, es descrédito para una profesión que debe ser siempre instrumento en la búsqueda de la verdad, pero cuya actuación ambigua o su silencio le niegan nuestro respeto. Toca a la Corte Suprema sancionar los irrespetos flagrantes que correspondan; al Colegio de Abogados, ejercer la docencia ciudadana que merecemos los legos para ahuyentar los fantasmas que aparecieron en los sueños de la obra de Buñuel.

Mientras, la abogacía pierde credibilidad y confianza, cuando ni siquiera se le estima competente para dirigir entes reguladores o fiscalizadores precisamente cuyas funciones atañen al estricto cumplimiento de sus leyes. Mientras no cambie el ambiente jurídico, la abogadil continuará en general siendo actividad digna del desencanto develado por Buñuel.

EXDIPUTADA

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