• 28/04/2024 00:00

Vivimos en planetas diferentes

Se trata de la ruptura y la dispersión del mundo entero, incluyendo familias, comunidades, [...]

A modo de reflexión, imaginémonos aquellos días posteriores a la destrucción de Babel. En el libro de Génesis, se nos dice que los descendientes de Noé construyeron una torre para hacerse un nombre. Dios se ofendió por la arrogancia de la humanidad y, al final, confundió su lenguaje y no pudieron entenderse lo que hablaban, quedando la imagen dramática de personas que deambulaban entre las ruinas, sin poder comunicarse, condenadas a la incomprensión mutua.

Ese pasaje bíblico es la mejor metáfora de lo que sucede en estos tiempos en que el mundo que habitamos está totalmente fracturado. Algo salió mal y de repente todos estamos desorientados, incapaces de hablar el mismo idioma o reconocer la misma verdad, separados unos de otros y del pasado. Pareciera que habitantes de un mismo país vivieran en planetas diferentes, con sus propias versiones de la ley, la economía y la historia. Se trata de la ruptura y la dispersión del mundo entero, incluyendo familias, comunidades, partidos políticos, gremios empresariales, sindicatos, escuelas y universidades.

¿Qué fue lo que pasó que llegamos a esta hecatombe? La respuesta es sencilla. Durante toda la historia, la colaboración fue clave para el éxito. Lo vemos en la evolución biológica a través de las cuales aparecieron por primera vez los organismos multicelulares y luego desarrollaron nuevas relaciones simbióticas. Lo vemos también en la evolución cultural cuando el Internet en la década con amigos y extraños para hablar sobre intereses comunes de forma gratuita y a una escala nunca antes imaginable. Todos pensamos entonces que las redes sociales serían una bendición para la sociedad.

Podría decirse que el punto culminante de ese optimismo fue 2011, cuando comenzó la Primavera Árabe y trascendió el movimiento Ocupación Global. Fue entonces cuando Google Translate se hizo accesible en prácticamente todos los teléfonos inteligentes, quedando unos con otros tan cerca como nunca antes y superando la maldición de la división por idioma. Para muchos, parecía el comienzo de lo que la humanidad podría hacer. Facebook reconectó la forma en que las personas difundían y consumían información, y ayudó a transformar muchas de nuestras instituciones, industrias y empresas, y nos ha empujado más allá del punto de inflexión.

Y ahora estamos pagando el precio de un experimento que no salió como se esperaba. Históricamente, las civilizaciones se han basado en al menos tres elementos para mantenerse unidas: capital social, instituciones sólidas e historias compartidas. Y la verdad es que las redes sociales han debilitado a las tres. En sus primeras apariciones, las plataformas como Facebook eran relativamente inofensivas. Permitieron a los usuarios crear páginas para publicar fotos, actualizar lazos familiares y crear enlaces entre amigos, convirtiendo las redes sociales en una fase crucial en esa larga progresión de avances y mejoras tecnológicas, empezando por el correo postal, siguiendo por el teléfono, pasando por el facsímile y terminando por los mensajes de texto que ayudaron a las personas a lograr el objetivo de mantener sus vínculos sociales.

Pero gradualmente los usuarios se sintieron más cómodos compartiendo detalles íntimos de sus vidas con amigos y extraños, y las plataformas aprovecharon para entrenar a sus usuarios a pasar más tiempo en ellas, interactuando y conectándose entre ellos, preparando así el escenario para la gran transformación digital. Una vez las personas se sumergieron en las redes, no solamente perdieron contacto con su propia realidad, sino que además perdieron confianza con su entorno y dejaron de contar historias como lo hacían anteriormente con sus familias, escuelas, hospitales, policía, bomberos, iglesia, etc. Así, la transformación digital revolucionó las relaciones y comunicaciones entre las personas y convirtió esa interacción en mirar y enviar textos, algunos terriblemente tóxicos, sobre la vida de los que participan en estas plataformas.

En consecuencia, las redes actuales consisten hoy día de personas que se gritan unas a otras y viven en burbujas de un tipo u otro. Es posible que Facebook, Instagram o Tik Tok no hayan deseado nada de eso, pero al reconectarnos a todos en una carrera precipitada, con una concepción ingenua de la psicología humana, poca comprensión de la complejidad de las instituciones y ninguna preocupación por los costos externos impuestos a la sociedad, las redes sociales y sus respectivas plataformas sin darse cuenta disolvieron el mortero de la confianza, la creencia en las instituciones tradicionales y las historias compartidas que habían mantenido unida a una sociedad diversa. Es lamentable que siendo el español nuestro idioma oficial, las redes promueven otras lenguas y ahora la mayoría habla rabia, envidia, violencia, politiquería y sandeces.

El autor es empresario
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