Entre las catástrofes compartidas y soluciones inteligentes

El multilateralismo es un concepto polisémico con tantas acepciones como corrientes de pensamiento. Desde el neoliberalismo institucional (Keohane & Nye, 2012), pasando por el neorrealismo (Mearsheimer, 2001; Waltz, 1979) y la teoría crítica (Cox, 1987), hasta los enfoques de la gobernanza global (Rosenau, 2003) y las perspectivas postcoloniales (Grovogui, 2006), se han ocupado del análisis de los síntomas y cambios en el orden mundial. Entre las expresiones de cambio destacan los conflictos híbridos regionales, las desigualdades interseccionales crecientes, las perturbaciones climáticas y las tensiones comerciales.

Las complejidades de la transición global superan todas las nociones convencionales de distribución de poder, según las etiquetas de unipolar, tripolar, multipolar (Nye, 2021). Según Joseph Nye (2011, 2021), mientras Estados Unidos mantiene la supremacía militar, el poder económico se distribuye entre Estados Unidos, China y la Unión Europea. Por otro lado, el poder transnacional se encuentra ampliamente disperso entre actores periféricos en ascenso, como India y Arabia Saudita, así como entre corporaciones globales en los sectores financiero, tecnológico y energético. Cabe preguntarse entonces: ¿cómo responderán los sistemas políticos, económicos y sociales ante una realidad donde el liderazgo no sea exclusivo de Occidente?

A diferencia del dualismo geopolítico Este-Oeste, el orden emergente es más dinámico, más competitivo, más fragmentado y más frágil. Este cambio estructural no es meramente económico; implica la reorganización profunda de las instituciones internacionales, los contratos sociales y las dinámicas del poder global.

En las circunstancias actuales, el entramado institucional global está inmerso en un estado de bloqueo global que se manifiesta en la incapacidad para abordar efectivamente, entre otros, los desafíos ambientales, sanitarios y comerciales (Hale & Held, 2013). De hecho, el Barómetro de Cooperación Global revela que, aunque la cooperación entre países y regiones aumentó durante una década, en los últimos años se ha desacelerado, por lo que se requieren esfuerzos importantes en áreas como: comercio y flujos de capital, innovación y tecnología, clima, salud, y paz y seguridad (McKinsey Global Institute, 2023, 2024). Estas áreas definirán en su conjunto, en el mediano plazo, un orden geoeconómico, geopolítico y geoestratégico.

Las instituciones globales requieren una reinvención profunda para responder a este ciclo civilizatorio emergente. Pero, ¿podrá el orden mundial en proceso de consolidación, constituir un sistema global que sea eficiente tanto en lo económico como en lo político-democrático? El futuro inmediato dependerá de la capacidad para transitar hacia una globalización inteligente (Rodrik, 2011), inclusiva y sostenible.

La globalización inteligente, según Rodrik (2011), permitirá a cada país mantener su espacio político para regular mercados y proteger a sus ciudadanos de la hiperglobalización económica. Para Rodrik, no se pueden tener simultáneamente democracia profunda, soberanía nacional completa e integración económica global. En tanto, la realización de los derechos de los ciudadanos requiere definir un estilo de desarrollo que sea compatible con las capacidades de inserción internacional de cada país.

En este contexto de transformación profunda, donde la incertidumbre, el riesgo y la inseguridad son predominantes, se requieren cada vez más enfoques creativos, donde coexistan democracias fuertes con colaboración internacional efectiva. Sin embargo, los intercambios periodísticos, académicos y políticos apuntan hacia los límites ante las catástrofes compartidas.

Esta realidad expone una paradoja fundamental. Persisten desafíos globales interdependientes sin precedentes en un momento de máxima fragmentación geopolítica. Como señalan Farrell y Newman (2023), la weaponización de la interdependencia económica, erosiona la confianza necesaria para la acción colectiva. Y, al mismo tiempo, el vacío de liderazgo, el mundo G-Zero, deja estas crisis sin respuesta coordinada (Bremmer,2023). Así, mientras la interdependencia global exige mayor colaboración, la fragmentación geoeconómica la dificulta cada vez más las relaciones de interdependencia.

En estas circunstancias, el multilateralismo del futuro no será ni una restauración del orden liberal ni una capitulación ante el ascenso autoritario. Será necesariamente algo nuevo: un sistema que reconozca la pluralidad de actores, la diversidad de modelos de desarrollo y la complejidad de los desafíos contemporáneos. La pregunta crucial inmediata, no es si este nuevo orden emergerá, sino si llegará a tiempo para enfrentar las crisis sistémicas que amenazan a toda la humanidad.

*El autor es experto en políticas públicas
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