• 28/11/2022 00:00

Estambul, antesala de Türkiye

“Así Estambul no ha vuelto a ser nunca más una ciudad griega, romana, ortodoxa o meramente otomana, sino la suma de muchos siglos de convivencia humana, de esplendor y grandeza [...]”

Cuenta la leyenda que Bizas de Megara, tras consultar el oráculo de Apolo en Delfos, fundó Bizancio, en 667 a.C., en la parte europea del Bósforo, como le habían ordenado proféticamente esas pitonisas griegas.

Para su ciudad epónima, Bizas escogió una pequeña península, sitio estratégico entre Europa y Asia, con el Mar de Mármara al sur y el Cuerno de Oro, un estuario a la entrada del estrecho del Bósforo, al norte.

Así quedó Bizancio situada al frente de Calcedonia (hoy Kadiköy), antigua colonia griega del lado asiático del Bósforo, llamada enigmáticamente la “tierra de los ciegos” en la profecía del oráculo délfico, porque, como notó Bizas, sus colonos griegos no habían visto las ventajas del sitio de Bizancio, que resultaron tan visibles para sus ojos, por eso el apodo de ciegos con que se les bautizó a dichos colonos desde entonces.

Pero muchos milenios antes de su fundación, según la mitología griega en los relatos de Homero, Hesíodo, Píndaro y Apolonio de Rodas, el sitio de Bizancio fue visitado por Jasón y sus argonautas en busca del vellocino de oro, al atravesar el Propóntide (hoy Mar de Mármara) camino al Euxeinos Pontus (Mar Negro), ya casi en la prehistoria de esta milenaria ciudad.

Bizancio, ciudad griega por siglos, se convirtió en parte del imperio romano en 196 d.C. y cuando este se dividió, el emperador Constantino en 326 d.C. la cristianizó y la hizo su nueva capital, rebautizándola Constantinopla, después de casi mil años de llamarse Bizancio.

Tras su conquista por los otomanos en 1453 de nuestra era, esta mitológica y milenaria metrópoli, digna de acoger a dioses, se convirtió en la musulmana y turca Estambul actual.

Visitarla hoy es entrar en un mundo histórico cambiante y fascinante, escenario de una diversidad arquitectónica, social, cultural, étnica y religiosa, tan generosa y universal que sin esfuerzo alguno esta bella ciudad comparte la coherencia y perennidad de su pasado con el resto de la humanidad.

Igual que Roma, tiene siete colinas y es eterna: es el cantar de poetas, quienes, como su poeta nacional Mehmet Akif Ersoy, “la tocan con cien mil manos” o la ven tan hermosa como una “mujer adornada con una guirnalda de aguas”; o el novelista turco Ahmet Hamdi Tanpinar que le dedicó todo un libro de ensayos, si bien aquí solo podremos ofrecerle unos cuantos párrafos.

Nos relata Tanpinar que recuerda de niño, a principios del siglo XX, a una viejecita que cuando enfermaba recitaba los nombres de los muchos manantiales de Estambul, letanía que increíblemente siempre calmaba su fiebre y restauraba su salud.

Todavía, en pleno siglo XXI, abundan las fuentes en el casco viejo, casi una en cada esquina, llamadas “sebil” para refrescar a los transeúntes; otras llamadas “chadirvan” están en los patios o entradas de las mezquitas, usadas para las abluciones rituales de los fieles, todas obras de arte, la mayoría con rejillas ornamentales de bronce y fachadas de mármol artísticamente talladas.

Ciudad de mil fuentes, pero también de palacios, mezquitas, bazares y hamáns (baños públicos), emblemáticas construcciones del mundo islámico, particularmente en Estambul, con sus más de tres mil mezquitas, cientos de hamáns e innumerables bazares y palacios, cual hermoso horizonte de cúpulas, minaretes, torres y antiguos techos de tonos verdosos.

Imposible no extasiarse al contemplar la silueta de Hagia Sofia o del Palacio de Topkapi, o de la Mezquita Azul, que, a la vez, evocan cierta melancolía; o escuchar el canto de los muecines desde el alminar de las mezquitas; o deleitarse con el olor del cordero asado o de brochetas de pollo y carne o de mazorcas asadas –escenas, sonidos y olores que invitan a soñar despierto con una y mil maravillas.

Así Estambul no ha vuelto a ser nunca más una ciudad griega, romana, ortodoxa o meramente otomana, sino la suma de muchos siglos de convivencia humana, de esplendor y grandeza, símbolo exquisito de historia pura y eterna.

Ex funcionario diplomático.
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