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- 04/04/2022 00:00
El fracaso de Bután que Panamá replica
Bután, es un reino budista en el borde oriental del Himalaya, famoso no solo por sus monasterios, fortalezas y espectaculares paisajes que varían desde las llanuras subtropicales hasta las empinadas montañas y valles, sino también porque, en 2004, se convirtió en el primer país del mundo que prohibió totalmente la venta de tabaco y cigarrillos, con el objetivo, de mejorar el bienestar de la población, según declaró en aquel entonces el Gobierno.
Con el respaldo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y tras la firma del Convenio Marco para el Control del Tabaco, todos confiaron en que esta decisión prohibicionista estaba destinada al éxito, pero en 18 años, una vez más queda en evidencia que la prohibición del cigarrillo en lugar de frenar su consumo, lo potencia e impulsa.
“El mercado negro, que surgió después de la prohibición, es el desafío número uno al que se enfrenta Bután en lo que respecta al control del tabaco. La Encuesta mundial sobre la juventud de 2013 informa un aumento en el número de niños en edad escolar de entre 13 y 15 años que consumen productos de tabaco. Aumentó del 24 por ciento en 2006 al 30 por ciento en 2013”, así lo expone el ministro de Salud, Dechen Wangmo, en un informe conjunto del Gobierno y la oficina de la Organización Mundial de la Salud en Bután, “The Big Ban: Bhutan's Journey Toward a Tobacco-Free Society”. De acuerdo a Clive Bates, director de Counterfactual Consulting y exdirector de Action on Smoking and Health (Reino Unido), en su escrito en Tobacco Reporter, bajo el título “Los gemelos malvados”, según la OMS , Bután tiene altos niveles de consumo continuo de tabaco, a pesar de la prohibición. El representante de la OMS en Bután, Rui Paulo de Jesús, ofrece una explicación sincera: “Mientras persista la demanda dentro del país, seguirá alimentando el mercado ilícito que se ha expandido desde la prohibición de su venta a principios de 2000. Desafortunadamente, como indican los estudios, los jóvenes butaneses están en el centro de este creciente comercio ilegal de tabaco y sus productos”.
Clive Bates destaca que una prohibición no hace desaparecer un producto, aunque eso es lo que quisieran los políticos y los hacedores de políticas. En cambio, una prohibición es una perturbación de un mercado dinámico: una disrupción que reconfigura el comportamiento de proveedores y consumidores, cambiando quién suministra el producto, qué productos están disponibles y en qué condiciones. Los precios pueden subir para reflejar los costos y el riesgo del suministro ilícito. Alternativamente, los precios pueden caer, ya que no se pagan impuestos sobre los bienes ilícitos. El comercio ilícito no está regulado y, en última instancia, está controlado por la violencia y no por la protección del consumidor o el derecho contractual. Un mercado ilegal no regulado crea peligros reales para los consumidores.
Esta realidad no es tan diferente a la de Panamá. En los últimos años, Panamá ha sido reconocido como líder en la protección de la población frente al tabaco.
Por ejemplo, en 2013, la OMS manifestaba que “Panamá es un líder regional y global en el control de tabaco. Sus iniciativas de control de tabaco, entre ellas: la prohibición de fumar en lugares cerrados públicos y de trabajo, las advertencias sanitarias grandes y gráficas en los productos de tabaco, la prohibición total de la publicidad, promoción y patrocinio del tabaco, y el aumento de los impuestos al tabaco, han demostrado ser muy eficaces, haciendo de Panamá un buen ejemplo a seguir para los países vecinos”.
Pero, con el pasar de los años, a medida que se iban sumando más reconocimientos, la realidad entre “reconocidos logros” y el contrabando de cigarrillos es contradictoria. Las cifras no dan espacio a la duda. En 2019 el 80 % de los cigarrillos que se fumaban en Panamá eran ilegales, lo que, en números claros, quiere decir que de cada 100 cigarrillos que se fumaban en Panamá, 80 provenían del mercado negro.
Lo peor de todo es que, lejos de que esta práctica se frenara o desapareciera, por el contrario, se sigue incrementando. Dos años después, un Estudio de Mercado Ilegal de Cigarrillos en Panamá revela que en 2021 de cada 100 cigarrillos que se consumían en Panamá, 87 provenían de contrabando.
Estas cifras demuestran que las regulaciones excesivas de control del tabaco en Panamá han fracasado oficialmente. Hoy día la política prohibicionista en Panamá sobre los cigarrillos electrónicos está teniendo el mismo efecto contradictorio, que tuvo en Bután la prohibición total sobre los cigarrillos de combustión. La prohibición está llevando a los usuarios de estos productos al mercado negro, lo que conlleva más pérdida de impuestos y lavado de dinero productos del contrabando, pero también poniendo a estas personas en riesgo de consumir productos adulterados.
¿Será que debemos llegar a los extremos por los que pasó Bután para que de manera científica nos sentemos a impulsar iniciativas adecuadas de regulación, en lugar de prohibiciones?