• 25/10/2009 03:00

La fuerza del espíritu

Cuando la patria ve partir a otro estadio a uno de sus preclaros ciudadanos, se siente la sensible pérdida, más cuando él o ella ha part...

Cuando la patria ve partir a otro estadio a uno de sus preclaros ciudadanos, se siente la sensible pérdida, más cuando él o ella ha participado en el desarrollo democrático de un país conmovido por décadas de ataques a este sistema político. Entonces, se mueven los sentimientos de solidaridad inmediata, y afloran los reconocimientos que le fueron muchas veces negados a lo largo de su existencia.

En un país donde decir “ la Tumba Muerto ” está por encima de señalar la vía con el alto nombre de Ricardo J. Alfaro, como si fuese demasiado elevado para los niveles que deben imperar dentro de una cultura nacionalista, se impone la reflexión, porque es costumbre patria olvidar a quienes nos precedieron, y que hicieron de su vida un ejemplo de dignidad, que en vez de colocarlos en un altar de admiración, perecen por la ignominia del olvido.

Así, es común y corriente que en vez de llamar al señor presidente como tal, en clara señal de respeto necesario, nos convertimos en payasos que hacemos chanza y burla de quienes ocupan altos cargos, como si fuesen puestos que merecen toda la cantidad de apelativos que se nos ocurran. “ La Yeya ”, “ El Toro ”, “ el muñeco que pasea ” y ahora que ni siquiera nos ponemos de acuerdo en el apelativo presidencial de turno (“ enzapatillado ”, “ el loco ”, etc.), no hace más que seguir rebajando el nivel de la más alta magistratura del país, trayendo consigo una endémica vulgarización que indica que nadie quiere ni le interese parar. Y así se puede seguir apuntando a los otros miembros de los poderes del Estado, porque ninguno escapa a semejantes desatinos, en los que priva el ingenio inútil de apodar, peyorativamente, a quienes están ejerciendo como funcionarios y autoridades que se deben al pueblo.

Esa práctica común solo sigue cultivando y cosechando el desprecio que pareciésemos sentir por nuestros mayores, que no ven recompensadas sus vidas prístinas, que bien valen ocupar puestos importantes dentro de la educación patria.

No puede ser casualidad, de ninguna manera, que los países de gran cultura en el planeta son los más desarrollados. Es el conocer su historia, de forma precisa, lo que los ha llevado a ser grandes como naciones, a contrario sensu de la idiosincrasia istmeña. Ni Juárez, Martí, Bolívar, Washington o Churchill representan algo para el estudiante panameño; en menor escala se encuentran Porras, Chiari, Andreve, Jurado Venero, González de Behringer, quienes no encuentran reflejos de sus vidas ejemplares en nuestra cotidianidad, sumiéndolos en el oscurantismo.

Estos hombres y mujeres, que hicieron senderos de nación con cada uno de sus pasos, han formado una lista que seguirá engrosándose, por la desidia y el desinterés de quienes han tenido en sus manos el poder de cambiar las cosas.

No estoy seguro de que el pueblo supiese que al votar por ese cambio, vital en nuestra existencia, también estaría reclamando en su subconsciente, la vuelta a los verdaderos valores que dan la fuerza del espíritu que complementa y llena el significado de nación.

*Ciudadano panameño.vargasjurado@gmail.com

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