• 23/05/2025 00:18

‘Golpeando al porfiao’

Qué difícil es reconocer cuando uno se equivoca. Y, mientras esto no suceda, no hay forma alguna en que se pueda buscar una solución. Pues, para qué se va a buscar una solución si no hay problema, ¿verdad?

Viéndolo desde mi balcón, esto es, en parte, lo que está sucediendo en mi querido Panamá. Y este artículo, más que una crítica a una parte del problema, es un llamado de atención a todas las partes, donde nos debemos incluir todos los que vivimos en Panamá, pues para los efectos ninguno de nosotros somos un simple espectador.

Panamá está viviendo una situación que pareciera ilógica, pero que es producto, por un lado, del desdén de varios gobiernos al no haber colocado a la educación en el sitial que, no solo se merece, sino debe estar en el primer lugar, camino y meta del Estado panameño. Esto se traduce en que el ciudadano común no conoce y mucho menos practica los valores cívicos, éticos y morales que se deben aprender tanto en los hogares como en las escuelas.

Como la cívica desapareció del pénsum académico de colegios y universidades, quienes residen en Panamá desconocen no sólo sus derechos, sino sus obligaciones como ciudadanos. De la misma manera, no conocen las estructuras de gobierno y por ende se han convencido de que es el presidente de turno o, en su defecto, el diputado de su circuito, quienes deben resolver todos los problemas que les afectan.

En los colegios y universidades no se les enseña a tener pensamiento crítico y, por consiguiente, cuando un “pseudolíder” les habla por las redes, a través de un megáfono y hasta por los micrófonos de la radio y televisión, repiten cuanta mentira escucha, comparten sandeces por las redes o, sencillamente, cierran sus oídos a quienes osan decir cualquier cosa diferente a quienes, más allá que llamar al desorden, no buscan nada bueno para el país, sino para su propio beneficio.

Cuando escucho en las calles y a estos malos dirigentes que vemos por los medios de comunicación, pedir que se derogue la nueva ley que regula, por ejemplo, las pensiones que paga la Caja de Seguro Social, decir mentiras tras mentiras, mas que disgustarme, me entristece que no le hemos enseñado a la población a discriminar entre groserías y mentiras de la realidad que tanto les afecta.

¿Cómo se puede exigir la derogación de una ley sin proponer y sustentar un reemplazo? ¿Cómo se van a pagar las pensiones que requieren todos los pensionados del país? ¿Cómo podemos condicionar el libre tránsito, que es un derecho constitucional, a que se elimine una ley que sufrió todo el trámite legal requerido?

Hace mucho tiempo hemos venido llamando la atención a que, si no se escucha a la población, lo que en realidad estamos haciendo es echarle gasolina a un fuego que lo que requiere es agua. Pareciera que lo que estamos provocando es la tormenta perfecta para una explosión social que no beneficia a nadie más allá que a los facinerosos que mienten en los medios todos los días.

Sin quererlo, se está provocando la tormenta perfecta, que no beneficiará a nadie y mucho menos al país. El gobierno, empresarios, trabajadores y el público en general debemos ponernos de acuerdo, y esto solo se logrará si iniciamos a hablarnos, no a gritarnos. No a exigir lo que no hemos tenido la voluntad de construir. Debe ser un trabajo conjunto, trabajando en pro del país y no de un salario, como tampoco de números en una caja registradora, y mucho menos haciéndoles caso a quienes pretenden pescar en un río revuelto.

Los gobernantes, tanto en la Presidencia de la República como en la Asamblea Nacional, fueron elegidos democráticamente y por ende deben cumplir el tiempo para el cual fueron elegidos. Pero también deben estar abiertos y sujetos a las críticas, sugerencias y propuestas de quienes los elegimos, pues se deben a las miles de personas que votaron por ustedes, no a quienes financiaron sus campañas.

Panamá es como un muñeco porfiao, pero tengamos cuidado, porque hasta el mejor muñeco se desinfla cuando se le quita el aire que lo llena.

*El autor es analista político y dirigente cívico
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