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- 23/03/2022 00:00
Guerras globalistas y el renacer del Estado nación
En el mundo existen en estos momentos alrededor de 17 conflictos bélicos, casi todos localizados en África y Asia. Entre estos están los conflictos de Malí, República Democrática del Congo (zona oriental, con un saldo de cinco millones de muertos), Somalia, Palestina, Siria, Sudán (Darfur y Sudán del sur) y Yemen.
¿Qué tienen de común con el de Ucrania? Además de las muertes de cientos de miles de vidas inocentes y millones de gentes desplazadas territorialmente, que son fácil presa de las mafias de trata de personas, se observa que en todos se mueven intereses por el control de recursos minerales, energéticos y geopolíticos de élites locales y extranacionales. En todos, el negocio de la venta de armas es altamente jugoso para la parte del “eje occidental” capitaneado por EUA.
¿Qué tienen de diferente con el de Ucrania? Aquí, las partes directamente involucradas son las que tienen planteado un conflicto mundial de competencia entre capitales globales nacionales e internacionales. Por un lado, EUA y Europa, por el otro a Rusia y China. Es decir, en las otras guerras no se hacen presente acciones directamente infringidas a las instituciones económicas de uno de estos ejes hacia el otro. El tipo de intervención extranjera ha sido de parte de los países del eje liderizado por EUA (esta bombardea en Somalia cada vez que le parece) o equipando bélicamente al bando de su conveniencia, como en el caso de Yemen, donde le ha vendido armas a Arabia Saudita y Emiratos Árabes por sumas billonarias desde hace más de una década. En ninguno de estos casos hay sanciones que valgan hacia las intervenciones norteamericanas.
En el caso del conflicto de Ucrania, se comienza a perfilar un escenario que evidentemente no es el buscado por las élites globalistas del “eje occidental”, al imponer las sanciones económicas y políticas a Rusia; este escenario es: el resquebrajamiento del poder de las élites globalistas-mercado mundial único, control supranacional a través de organismos como la OMC, FMI, Banco Mundial, Unión Europea o la OTAN que protegen intereses corporativos transnacionales. Esta última, según el medio de prensa alemán Der Spiegel, se comprometió en 1990 a no avanzar ni un centímetro más hacia el este, una vez Rusia desmanteló sus bases militares en los países de la antigua URSS (Der Spiegel, 6/03/1991). No obstante, hizo lo contrario, generándose jugosas ganancias por las ventas de armamentos. Lo peor es que no pudo demostrar, en el caso de Ucrania, que estaba en capacidad de cumplir con la promesa de intervenir directamente en su rescate.
En realidad, las sanciones económicas han puesto a más de una nación a poner sus barbas en remojo y pensar en mecanismos de protección nacionales, especialmente en los que tiene que ver con el uso monetario en las transacciones comerciales. Como consecuencia, se fortalece la idea y acciones en beneficio de la restitución del Estado nación y de las élites que se corresponden con este estadio del desarrollo político. Más de cuatro países del “eje occidental” se han percatado de que, si la OTAN no tiene capacidad para defenderlos, mejor actúan de acuerdo con sus propios intereses nacionales y no de las estructuras supranacionales. Hace poco, frente al tema de eliminar las compras de gas y petróleo a Rusia, el canciller de Hungría afirmó que “su país sabe separar la política, de las necesidades energéticas del país” (PA, 13/03/2022). Posición similar fue la expresada por el primer ministro de Austria, quien fue más enfático apoyando la conveniencia de mantener ese comercio con los rusos (Ibídem).
Pero más significativo aún es el giro de Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos -hasta hace poco aliados de EUA-, que están negociando con China utilizar el yuan como moneda de transacción comercial y abandonar el dólar (petrodólar). Lo propio plantea hacer Rusia con China e India.
¿Qué significa esto? Que habrá un nuevo orden geopolítico que pasa por robustecer Estados nacionales y sus intereses, ya no Estados que están sometidos a las empresas transnacionales y sus élites sin arraigo territorial ni nacional.
Los grupos que nos gobiernan deberían mirarse en ese espejo y no correr a suplicar la renovación de tratados comerciales que solo benefician a los grandes productores y comerciantes locales; ni tampoco renovar contratos leoninos con corporaciones transnacionales portuarias, mineras, donde Panamá se ve expoliada en sus recursos, como lo han hecho hasta ahora.