• 19/12/2020 00:00

Las herencias campesinas

En la región del Canajagua, en donde tiene mucho valor la tenencia de la tierra y lo que en ella habita, es motivo muchas veces hasta de muertes entre familiares, el tema de la “herencia familiar”.

En la región del Canajagua, en donde tiene mucho valor la tenencia de la tierra y lo que en ella habita, es motivo muchas veces hasta de muertes entre familiares, el tema de la “herencia familiar”.

En esta tierra bendecida por Dios, en donde teóricamente son seis meses de lluvia y seis meses de estación seca o verano, que ahora con el cambio climático, la lluvia y el sol se la juegan cada día para imponer su reinado, tierra fértil y productiva, en donde la crianza de ganado vacuno ha prevalecido por décadas, igual que el cultivo de arroz, maíz, otros cereales y cultivos importantes, hace pensar a sus tenedores que esta es la tierra más valiosa del mundo… y tal vez tengan razón.

Este sentimiento de verdadera pertenencia es transmitido de abuelos a padres y de padres a hijos. Seguramente tiene que ver con los antepasados indígenas y cito como ejemplo, el nombre Canajagua o “Kanajagüé”, que en su lenguaje significa: “Esta tierra es nuestra”.

Existen muchos conceptos tradicionalmente torcidos, transmitidos por los viejos que han dejado su sudor y hasta su sangre en estas tierras y como ejemplo, el hecho de que cuando los padres llegan a la ancianidad, el cuidado de estos, solo les corresponde a las hijas y los varones se sientan a esperar que mueran; eso sí, a la hora de “partir la herencia”, el ganado y los potreros, estos son para los hijos varones. A los varones sus padres les construyen casas cuando van a contraer matrimonio, pero a las hijas no.

Cuando muere uno de los padres o cónyuge, según la ley, artículo 111 de la ley No. 3/94 del Código de la Familia, dice textualmente: “Si la extinción es por causa de muerte, al cónyuge sobreviviente le corresponde una cuarta parte del patrimonio final del consorte fallecido en concepto de participación en ganancias”.

El Código Civil (Ley No. 2. 1916), en su Artículo 686, establece: “En la línea recta descendente, el cónyuge heredará con los hijos legítimos del difunto, sus nietos y demás descendientes, en igual proporción que cada uno de los hijos”; sin embargo; ello casi nunca se cumple, pues allá en nuestra región, generalmente los hijos (varones) se quedan con todo y pocas veces respetan este precepto legal.

Si el cónyuge sobreviviente cuenta con propiedades a su nombre, al no poderlas tocar, sus hijos deben esperar otro tanto hasta que fallezca, para repartirse esta herencia o toman la iniciativa de hacerlo por su cuenta y no es hasta su fallecimiento que pueden oficializar el reparto.

Ante estos resabios e injusticias, promovidas por los mismos viejos, de los cuales hay innumerables ejemplos; algunas veces uno de los varones le remuerde la conciencia y “algo” les dan a las hermanas, cuando en realidad lo justo dista de lo que, como un gesto de hermandad, pretenden con estas migajas que les dan.

En estos casos hay muchos hijos (sobre todo varones) que no se preocupan por sus padres, pero pelean por sus bienes, aun cuando todavía están vivos y hasta desean que pronto dejen esta vida, para poder heredar sus propiedades y riquezas.

De estas vivencias y situaciones quedan muchas enseñanzas. Debemos recordar que la mayoría de los que promovían estas ideas, totalmente erradas, eran nuestros abuelos y tatarabuelos que no conocieron la escuela; por ellos no son culpables de estas malas tradiciones, simplemente las copiaron de sus antepasados; ¿será porque siempre menospreciaron el valor del trabajo femenino en el hogar campesino y solo valía y vale el trabajo del hijo varón?

Es deber del Estado panameño, promover la igualdad, a través de la educación y las mismas oportunidades para todos y así evitar las injusticias en pro del bienestar y la felicidad familiar.

La escuela debe enseñar a las nuevas generaciones que debemos ahorrar, pero sin sacrificar nuestro bienestar; gastar el dinero que debamos y podamos gastar, disfrutar lo que podamos; no dejarles todos los bienes a los hijos o descendientes, porque seguramente no queremos que sean unos miserables vagos y parásitos que solo esperan que a nos muramos, para disfrutar de lo que tanto nos costó y recuerden que existe mucha pobreza y gente necesitada a quienes bien le puedes extender una mano, para ayudarla.

En estos momentos difíciles que enfrenta la humanidad entera, el tiempo es propicio para reflexionar y convencernos de lo pequeño e impotentes que somos, ante las inclemencias de la naturaleza; que de nada sirve acumular riquezas sin sentido ni propósitos humanístico o humanitarios y que lo único que nos queda como cristianos es la satisfacción del bien cumplido.

Escritor, compositor, folclorista.
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