Así lo confirmó el viceminsitro de Finanzas, Fausto Fernández, a La Estrella de Panamá
- 13/09/2022 00:00
El fin del Imperio Británico
Hace 25 años, Charles Windsor —entonces príncipe de Gales y hoy nuevo Rey de Inglaterra por la muerte de su madre la semana pasada— atestiguó la dolorosa devolución de Hong Kong a China y concluyeron 500 años del Imperio Británico. ¿Qué condiciones previas explican lo sucedido aquel día?
En la madeja que el curso de la historia teje, un hilo conecta a Panamá, Inglaterra y China. Fue en 1851 que agentes de la compañía del Ferrocarril de Panamá decidieron reclutar obreros chinos, trayéndolos de Hong Kong y Cantón, asegurando así mano de obra resistente. Al año siguiente un barco transportó a los primeros 300 y 72 murieron en la travesía. Al llegar, los sobrevivientes exigieron templos para sus rezos y opio para su vicio.
Nadie imaginó que los chinos se convertirían en una parte esencial de nuestra nación. Están llenos de historia y cultura, por lo cual haré un relato sobre la ciudad de Hong Kong y el narcotráfico que la envolvió, unos 150 años antes que existiera el comercio de la marihuana y la cocaína en México, Colombia y EE.UU.
En 1839, Daoguang, Emperador chino del momento, se hastió de observar cómo su país colapsaba por la adicción al opio que le vendían los ingleses. Su corte, administradores y ejército, estaban afectados por la droga. Por eso ordenó destruir en Cantón 20 mil cajas de la mercancía. Así inicia la Guerra del opio (… La inglesa, pues hubo otra, con implicación francesa, que no abordaremos en esa ocasión).
Es importante mencionar que el conflicto tuvo dos antecedentes Primero, la independencia de EE.UU. en 1776, que dio un duro golpe a las finanzas inglesas. Segundo, las recaudaciones del fisco inglés dependían exageradamente de la venta de esa droga.
¿Y cuál era el estado mental del pueblo chino de la época? Se sentían superiores a los ingleses. Los consideraban unos miopes incapaces de reconocer que mientras dichos europeos apenas iniciaban su imperio, China ya era —cuatro mil años antes— un Zhong Guo: “el Reino del Medio”, es decir, “el centro del mundo”.
Ya en 1842, aplastado militarmente por el buque inglés Némesis, el emperador Chino envió sus representantes a firmar el Tratado de Nanking e Inglaterra fue compensada por el opio que le habían destruido. Además, obtuvo privilegios comerciales en cinco puertos. Hong Kong uno de ellos.
Esa ciudad no solo era una terminal crucial en la ruta entre Inglaterra y China. También era, como lo es hoy Panamá, un “popurrí racial fascinante” en donde era común “el buen gusto y la sofisticación de los caballeros ingleses, habituados a llevar una flor tropical en el ojal de sus sacos de lino”.
El Gobierno chino comprendió que Hong Kong era una máquina de producir dinero, ya no por el narcotráfico, sino por el modelo económico libertario instituido por Inglaterra: desregulación, minimización del gasto público y bajos impuestos.
Política e históricamente, recuperar Hong Kong era un asunto sagrado para China; esencial para reivindicar a “los ancestros humillados” y, por tanto, no desaprovecharían ninguna oportunidad de castigar a los pedantes ingleses.
Por eso, en 1982 Deng fue particularmente grosero cuando la primera ministra Margaret Thatcher le visitó para negociar las condiciones de la devolución de Hong Kong.
Ella llegó a la reunión animada y triunfante. ¡Claro! Venía inspirada por su reciente victoria en la guerra contra Argentina, librada por el control de las Islas Malvinas.
Él semejaba una estatuilla. Fumaba incesantemente. Impertérrito y con mirada vigilante, procuró malhumorar a su invitada. Llenó con saliva el recipiente de finísimo esmalte blanco que utilizaba como escupidera.
Para él, aquel era un utensilio elegante y tradicional para no arrojar aquello al suelo. Para ella, era una odiosa característica de la cultura oriental que la señora logró soportar, gracias a la típica tranquilidad excesiva que enorgullece y caracteriza a los ingleses.
Thatcher cedería a China la soberanía sobre Hong Kong a cambio de que la isla mantuviese un régimen de administración “al estilo inglés” para garantizar su prosperidad. Deng lo consideró inaceptable y montó en furia. La reunión concluyó y Thatcher tropezó en las escalinatas al salir. Quedó en el suelo, apoyada en sus manos y rodillas.
Los periodistas chinos —crueles y ponzoñosos— reflejaron acertadamente y con sorna el sentimiento de sus lectores cuando, al reseñar el incidente, escribieron que la primera ministra “al fin se inclinaba reverencialmente ante China en un gesto que sus antecesores se negaron a brindar”.
(Fuentes: Los Chinos en Panamá, 1850-1950, del Dr. Diego Chow; The Golden Chersonese, de Isabella Bird; The decline and fall of the British Empire, de P. Brendon).