Este evento que se vio fundamentalmente desde América, empezó sobre la medianoche de este viernes 14 de marzo y llegó a su máximo sobre las 3 de la mañana,...
- 27/12/2008 01:00
¡No más! y ¡Nunca jamás!
En esta temporada navideña y el acercamiento del nuevo año, deseo compartir dos anécdotas. Los comparto por el impacto emocional que, como panameño radicado en el exterior, tuvieron sobre mí. A la vez, porque estimo que pueden ayudarnos a comprender, de manera tangible, el acercamiento real del panameño en el exterior y el del “patio”.
El 25 de noviembre de 1980 nosotros, panameños residentes de Brooklyn, con aire festivo y de gran expectación, nos congregamos en el edificio de un antiguo arsenal norteamericano para presenciar la segunda pelea Durán—Leonard. En aquel entonces no existía el “pay per view” y era necesario ir a un local. Me acuerdo que fue el difunto amigo, Walter Livingston, propietario de la cantina “Walterio” quien, con este servidor y otros paisanos, organizamos y promovimos la “pelea del siglo”. La pérdida de Duran y la manera como perdió nos paralizó. Esas navidades fueron increíblemente tristes; sufrimos, como panameños, una herida casi mortal cuya amargura muchos todavía llevamos.
Con la posible excepción del fallecimiento de un familiar cercano, no creo que para mí habrá un momento que me causara más tristeza, más dolor y remordimiento que los eventos del 20 de diciembre de 1989 — la ignominiosa invasión de nuestra patria. ¡Indescriptible fue el dolor y el furor que sentimos! Me acuerdo de estar hablando en la radio en Nueva York condenando la invasión y la incineración de las barriadas residenciales de panameños pobre por el monstruoso gobierno “yankee”. Me acuerdo de los llantos de temor y terror que expresaban nuestros paisanos. No obstante, estos panameños viviendo en la “barriga de la bestia” vituperaban abiertamente a aquel gobierno que los podía eructar. ¡Que corajudos fueron! Algunos, como es de esperar, aceptaron la “razón” enunciada por lo gringos. ¡No así las clases populares! Me acuerdo que como embajador ante la OEA, en una red de televisión, tildé al embajador aceptado por los norteamericanos de ser un “Benedict Arnold”.. un traidor.
Pregunté y continúo preguntando: ¿Cómo es posible que un panameño fuese tan antipatriota como para pedir la invasión de su propia patria en la cual morirán sus paisanos? Claro, siempre tendremos divisiones ideológicas, pero, ¿una invasión? ¡Jamás! Algunos negarán el haber pedido la invasión; la historia es otra. Me acuerdo que la comunidad — especialmente la negra, apoyó mis pronunciamientos. Sostuve y sostengo que es posible tener “peleas internas de familia” sin tener que recurrir a una invasión extranjera. Es innegable que existan diferencias internas. Unos hablan de una “dictadura militar”, otros hablan de una “dictadura oligarca” con la “Policía Nacional” de alcahuete. Añaden éstos que muchos son los que disfrutaron de la llamada “dictadura militar”. ¡En 1989 muchos no celebramos la Navidad! He podido perdonar a los cómplices, pero no los olvido. En esta Navidad, le rezo al Creador porque la tragedia de 1989 no se repita y que jamás volvamos a pedirle al “Big Brother” del norte que “resuelva” nuestros problemas.
Concuerdo con Gaspar Octavio Hernández, quien suplicó, “Si ves que el hado ciego en los istmeños puso cobardía, desciende, convertida en fuego, y extingue.. a los que amaron tu esplendor...” y también con los hebreos quienes patrióticamente proclaman, “Nunca Jamás”.
-El autor es escritor y docente panameño residente en Nueva York. cerussman@yahoo.com