• 19/03/2022 00:00

El joven Tomás Herrera

A su llegada a Pativilca, cuartel general de Bolívar, el batallón panameño es disuelto y sus integrantes son repartidos en otras unidades

“Ancho campo es la historia para toda clase de estudios; fuente de sabiduría adónde van a beber inspiración los hombres y las naciones, pues que en los sucesos pasados se halla generalmente la razón de los presentes”.

Así escribió Ricardo J. Alfaro (1908), biógrafo de Tomás Herrera, que señala que con ardiente patriotismo este joven de diecisiete años, teniente desde el 12 de agosto de 1822, recibe la instrucción del General Carreño para que se interne en el país en la búsqueda de reclutas para constituir el “Batallón 1° del Istmo” de 700 plazas de granaderos. El batallón y Herrera se embarcan hacia el Perú el 1° de noviembre de 1823 en el buque “El Chimborazo”, embarcación que sesenta días antes había transportado al Libertador Bolívar a la tierra de los Incas.

A su llegada a Pativilca, cuartel general de Bolívar, el batallón panameño es disuelto y sus integrantes son repartidos en otras unidades. El entonces teniente Herrera es asignado al batallón “Voltígeros de la Guardia” (ex-Numancia cuyo pase a las fuerzas patriotas consiguieron hacer realidad -con inteligencia y encanto- Rosa Campuzano y Manuelita Sáenz en 1820). Herrera recibirá su bautizo de fuego en la batalla de Junín (agosto 1824) coincidiendo con exoficiales napoleónicos de reconocida trayectoria bélica como el italiano Gaetano o Cayetano Cestari y el francés Jean Baptiste Esmerand. El investigador Puigmail (2015) afirma sobre Cestari que “[…] es el verdadero estratega de Antonio José de Sucre y él organiza en el puerto de Machala la estrategia de Pinchincha”, batalla en la que combatió a la cabeza de los dragones aquel 24 de mayo de 1822 desbaratando la caballería del coronel realista Tolra. Cestari es quien organiza también el servicio de informantes tras las líneas del enemigo para asegurar el mejor desempeño del ejército de Sucre (Vannini, 1966). Esmerand se había enrolado en las fuerzas de Bolívar en 1823 luego de haber servido como agente secreto francés hasta la caída de Napoleón en 1815. Más tarde se dedicará al periodismo escribiendo para el “The Times” y “The Morning Chronicle” (Larriba, 2010).

Los heridos, conducidos a retaguardia, serán atendidos por el cuerpo médico bolivariano entre los que se halla el coronel Camilo Marquizo, cirujano militar napoleónico, que hizo la campaña del Perú con Bolívar, pero, precisamente por su dedicación a los convalecientes y heridos, no alcanza a estar en Ayacucho (Cruz-Coke, 1995). Este galeno italiano es quien examinará a Herrera -que circunstancialmente tenía la orden de organizar el convoy médico- cuando observó una hinchazón en ambos antebrazos debido probablemente a los golpes recibidos durante la refriega de sables y lanzas en las pampas de Junín.

El joven Herrera volverá a encontrarse con Cestari y Esmenard en los campos de Ayacucho. De acuerdo con el erudito Alfaro (1908), al intrépido Tomás le tocó ubicarse en el ala derecha bajo las órdenes del General Córdova. Su conducta fue de tal gallardía que, alcanzada la victoria, este General lo asciende a Capitán en el campo de batalla, promoción más tarde confirmada por el propio Sucre. “Antes de cumplir los veinte años Herrera había alcanzado el grado de Capitán en el Ejército Libertador” reseña Alfaro.

En ese mismo emplazamiento, pero en el batallón “Pichincha” -contiguo al de Herrera- se hallaba Juan Masutier -aún se discute si era español o francés- que había participado en las campañas del Istmo bajo las órdenes del general José de Fábrega (Galán, 1995). Si bien no hay un documento que testimonie un encuentro entre Herrera y Masutier, se cuenta con un relato del costumbrista decimonónico limeño Ricardo Palma (“Tradiciones Peruanas”) que registra el acto de confraternidad de oficiales patriotas y realistas el día previo a la batalla dentro de los cánones del sentido del honor que imperaba en la época.

Los “Voltígeros” son enviados a Bolivia y Herrera marcha con ellos. Una vez allí, la situación política se deteriora rápidamente lo que obliga a Sucre a seleccionar un emisario que informe a Bolívar de cuanto acontece. El joven capitán Herrera es elegido para tal misión, la misma que lleva a cabo en noviembre de 1827. Casualmente, el día que presentaba su reporte verbal al Libertador cruzó saludos brevemente con Claude Just Henri Buchet-Martigny (1795), protagonista de la expansión de las relaciones galas con las nacientes repúblicas sudamericanas.

Buchet-Martigny, diplomático de carrera, trabajó en la legación francesa de Estados Unidos en 1816, actuó como agente superior del comercio francés en Bogotá entre 1825 y 1831, luego asumió como jefe de la legación de Francia en Bolivia (1831) y fue cónsul de Francia en Buenos Aires a partir de 1836. Llegó en la “Clorinde” cuyo capitán Duval-Dailly tenía el encargo de abrir negociaciones para establecer en Colombia un agente comercial francés. Duval no lo hizo mal, pero Buchet lo hizo mejor.

Faltan aún unas décadas para aquel fatídico 5 de diciembre de 1854 en que expiró el General Tomás Herrera víctima de una herida de bala enemiga; pero en los albores de su vida pública el joven Herrera crecía en civismo, en desprendimiento de lo material y en una progresiva notoriedad caracterizada por “el corazón bien dispuesto y el juicio recto” (Alfaro, 1908).

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