• 03/08/2025 00:00

La comida es adictiva

En lo profundo de los laboratorios de investigación en la industria alimentaria, los científicos no solo explotan los ingredientes y aditivos alimentarios, sino que también aprovechan la última ciencia del cerebro y la tecnología del marketing para que los consumidores sigan deseando y salivándose hasta el último bocado. Los alimentos procesados que contienen altas cantidades de azúcar, sal y grasas saturadas son simplemente difíciles de resistir, y han resultado ser tan adictivos como el tabaco, el alcohol y otras drogas psicodélicas.

Es sorprendente ver que las ventas de dulces y golosinas se dispararon durante la pandemia. De hecho, hace unos meses escribimos sobre cómo los grandes fabricantes de alimentos cambiaron su estrategia de marketing para capitalizar la pandemia, algo que para nosotros es totalmente siniestro, pero astuto de su parte.

La lección aprendida sobre la adicción a las drogas es que la toma de decisiones sobre qué comprar y cuánto comer puede ser incontrolable e impulsiva, especialmente a la luz de la publicidad que existe en la industria de alimentos. Al igual que los adictos cuando se están recuperando, lo fundamental es comprender lo que nos están haciendo. Como consumidores, tenemos que planificar con anticipación, y cuando vayamos de compras, debemos tener una lista y ceñirnos a ella.

Como empresarios somos un poco reacios a la regulación. Pero lo que ayudó a muchas personas a dejar de fumar fueron dos cosas: las campañas educativas sobre el daño causado por los cigarrillos y los impuestos. Esperaría ahora lo mismo para la comida chatarra y que el dinero recaudado del impuesto a las gaseosas, por ejemplo, se reinvierta en programas relevantes que ayudan a las personas a cambiar hacia una mejor alimentación. Y pongo a la industria y el gobierno en ese mismo barco: entre ambos tienen que decidir y hacer, y con prontitud porque el tiempo apremia.

Compartimos el criterio de algunos científicos que no permiten que sus hijos menores de doce años vean programas de televisión donde aparecen anuncios de alimentos ultraprocesados diseñados para moldear los hábitos de los niños y de adultos también. Y la memoria lo es todo a la hora de moldear nuestros hábitos. Y esa es la razón de que la comida sea más problemática que el alcohol, el tabaco o las drogas, porque nuestros recuerdos de la comida comienzan a plantarse a una edad increíblemente temprana, tal vez incluso en el útero. En comparación con el alcohol, el tabaco o las drogas, que comienzan a afectar desde finales de la adolescencia hasta mediados de los 20, los recuerdos de la comida perduran toda la vida. Y los fabricantes de alimentos son tan astutos que saben cómo moldear e implantar esos recuerdos asociando sus productos con los buenos tiempos.

Otro problema es que los niños tienen cerebros en los que aún no saben discernir entre el encanto de los alimentos procesados y el daño a la salud que causan. Es un hecho que no están recibiendo una educación nutricional significativa y están ahogados por la comercialización agresiva de alimentos. Aunque la industria de alimentos tiene recursos ilimitados y supera en armamento a cualquier movimiento de salud que se le enfrente, pienso que podemos realizar una “ingeniería inversa” de nuestra dependencia de los alimentos procesados. Por eso propongo la idea de recuperar aquellos productos que nos han robado y de los ingredientes que ahora usan, incluyendo la sal, el azúcar y la grasa, que a propósito eran todas usadas en nuestros alimentos cuando comíamos bien. Lo que hicieron fue llevárselas y abusar de ellas.

Para tomar un ejemplo, mucho antes de que existieran las gaseosas ultras azucaradas, existía el agua “Seltzer” fermentada (kombucha). Y eran muy populares porque las burbujas parecen excitar el cerebro, casi tanto como el azúcar. Y así, mucha gente ha podido pasar de beber bebidas azucaradas a consumir kombucha, y están lo suficientemente satisfecho con sus burbujas como para resistir la tentación de consumir sodas tradicionales fabricadas con jarabe de maíz de alta fructosa y que son altamente dañinas para la salud.

O tomemos el ejemplo de la conveniencia. Nos exageraron tanto con la idea de que estos alimentos envasados eran convenientes que hemos olvidado de que podíamos ir al supermercado y comprar unos tomates y especies naturales, llevarlos a casa y hacer una salsa rápida para comer con unos macarrones cocidos al dente. Es decir, una comida típica italiana en solo 15 minutos.

Realmente es enriquecedor pensar en recuperar esas cosas que los fabricantes de productos ultraprocesados nos han quitado. Es un tema que puede funcionar si lo traemos a nuestra vida personal. Y si lo adoptamos y convertimos en hábitos y estilos de vida, seguro nuestra vida será más saludable. Y la comida sería menos adictiva.

*El autor es empresario, consultor en nutrición y asesor de salud pública
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