La Orquesta de Cámara del Istmo, integrada por jóvenes músicos formados localmente, ha demostrado que es posible cultivar un proyecto musical con ambición,...

Los decepcionados del imperio de la democracia en nuestro planeta, si no son mayoría, sí lo son cada vez más poderosos. Bajándonos de la cuna, nos enseñan que con el prójimo debemos ser respetuosos, cordiales, misericordiosos y solidarios. En la escuela la formación comparte el mismo norte. En las distintas iglesias refuerzan esta dogmática. Es esta meta la fijada en la etapa ética de profesionales. El ingrediente social de las empresas así lo reprograma. Las promesas electorales echan sus raíces con este abono. Los gobiernos no cesan de predicar que esos valores guían sus planes y actuaciones. Este mundo es bello, pero injusto. Los tiroteos en las escuelas aumentan; los tildados paladines de la libertad suministran las bombas a los “mata-niños” en Gaza; el avance tecnológico permite ver en los celulares a gente cortándole el cuello al prójimo; ¡asesinatos en nombre de Dios!; en la primera potencia mundial la investigación científica busca refugio en los jueces para no perecer ante el embate del Ejecutivo; los vecinos, ya sean países o condómines, siempre mantienen entre sí un asunto en disputa; las fronteras, atenuadas en los discursos de los políticos se ensombrecen con los muros; el mundo clama por unidad, pero cada día aparecen más organismos multilaterales con iguales fines integracionistas; en la grandiosa ONU, compuesta por más de 190 países, cinco de ellos tienen poder de veto; las guerras y los genocidios siguen ocupando las primeras planas de los periódicos cuando no se ocultan; el presupuesto militar crece; la “mano dura” desplaza la mano amiga y diestra; la sagacidad política sucumbe al bullicio sindical; las amenazas, la intimidación, la represión judicializada y la fuerza se imponen al respeto, a la razón y al diálogo.
La responsabilidad de difundir valores de una convivencia realmente democrática es compartida y su grado de vitalidad varía según su fuente, pero el ejemplo que debe provenir del gobierno de turno ocupa el primer puesto en la respectiva lista. Periódicamente, lo escogemos para que sea el piloto de la nave democrática; como dijo Sabrina Bacal: “No para que mande, sino para que gobierne”. La deriva autoritaria que se contagia cuando el poder está en tus manos resulta uno de los peores enemigos de los inquilinos de los palacios presidenciales. Se habla mucho de democracia, pero vivir bajo sus reglas es una quimera. Muchas cosas nos dividen y los llamados a dar el ejemplo se resisten a hacer su trabajo. Es cierto que en una sociedad tan diversa, resultado del ejercicio de una verdadera libertad, solo es posible procurar la unidad de lo disímil, pero precisamente en eso consiste una de las obligaciones del decálogo de un presidente de la República. El desafío de los dirigentes es oxigenar la democracia; los problemas de la democracia se resuelven con más democracia; es más fácil recurrir al tolete policial que al complejo contorno democrático, pero como nos enseña la vida, “cosecharás lo que siembras”.
Oxigenar la democracia significa introducir y mantener dentro de su dinámica las prácticas e ideas necesarias para que los ciudadanos se desenvuelvan con seguridad, social y físicamente, entre tangibles e igualitarias oportunidades, bajo civilizados estándares de bienestar y en libertad. El humo de las lacrimógenas no ayuda. En derecho, además de tener la razón, hay que saber probarla. En política, además de tener la razón, hay que saber sustentarla.