• 16/02/2025 17:05

La OEA: ¿un experimento fallido del derecho internacional público?

Una “fracasada entidad latinoamericana”. Así caracterizo el actual inquilino del Palacio de las Garzas a la Organización de Estados Americanos (OEA) tras el rechazo de la resolución que exigía al Consejo Nacional Electoral (CNE) de Venezuela mostrar las actas de la pasada elección, transcurrida el 28 de julio de 2024, que polémicamente (y en mi opinión autoritariamente) declaró a Nicolás Maduro como presidente del país sudamericano.

La OEA, creada en 1948 con el objetivo de promover la paz, la democracia y el desarrollo en el hemisferio occidental, enfrenta un escrutinio creciente sobre su relevancia y eficacia. Si bien su fundación se basó en ideales nobles, muchos críticos sostienen que la OEA no ha logrado consolidarse como un organismo eficaz en la resolución de conflictos ni en la defensa de los principios fundamentales del derecho internacional público.

Este artículo analiza las razones detrás de esta percepción y cuestiona si realmente podemos calificarla como un “experimento fallido”.

La promesa incumplida de la OEA

La OEA nació bajo el contexto de la Guerra Fría, con un fuerte respaldo de Estados

(EE.UU.), cuyo interés principal era contener la influencia del comunismo en América Latina. Desde sus inicios, esta hegemonía norteamericana condicionó la agenda y las acciones del organismo, erosionando su imparcialidad y autonomía. Aunque la Carta de la OEA establece principios como la no intervención en asuntos internos de los Estados miembros y el respeto a la soberanía, la práctica ha demostrado una aplicación desigual de estos ideales.

Casos como la falta de acción efectiva en conflictos internos, como el golpe de Estado en Honduras en 2009, o la parcialidad percibida en crisis recientes en Venezuela y Nicaragua, refuerzan la idea de que la OEA carece de la capacidad para actuar como un árbitro neutral y eficaz. Esto ha llevado a la pérdida de confianza en el organismo por parte de varios Estados miembros, que lo perciben como un instrumento de intereses geopolíticos más que como una plataforma para el diálogo y la cooperación.

La estructura institucional: un lastre para la eficacia

Uno de los principales problemas de la OEA es su diseño institucional. Con decisiones que dependen en gran medida de acuerdos por consenso, el organismo a menudo queda paralizado por divisiones internas y bloqueos políticos. Además, la falta de recursos financieros independientes limita severamente su capacidad operativa. Dependiendo en gran medida de las contribuciones de los Estados miembros, la OEA enfrenta constantes cuestionamientos sobre su independencia y legitimidad.

A esto se suma la crítica de su falta de representatividad. Mientras que algunos Estados miembros han buscado utilizar la OEA para avanzar agendas nacionales, otros la ven como una organización que prioriza las preocupaciones de las grandes potencias, en detrimento de los pequeños Estados insulares y países con menos influencia geopolítica.

¿Un fracaso total o una oportunidad para reformar?

Aunque los críticos califican a la OEA como un experimento fallido, sería simplista descartar por completo sus logros y potencial. La OEA ha desempeñado un papel importante en la promoción de elecciones democráticas y el fortalecimiento de derechos humanos a través de su Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Sin embargo, estos avances se

ven empañados por su incapacidad para abordar problemas estructurales como la desigualdad económica, la corrupción y la violencia en la región.

Para evitar que la OEA se convierta en un fósil del derecho internacional público, se requiere una reforma integral. Esto incluiría garantizar su independencia financiera, redefinir sumisión para responder a los desafíos contemporáneos y establecer mecanismos más eficaces de toma de decisiones que no dependan exclusivamente del consenso político.

El veredicto pendiente

¿Es la OEA un experimento fallido del derecho internacional público? La respuesta depende de la perspectiva desde la cual se evalúe. Si bien ha mostrado deficiencias graves en su capacidad para resolver conflictos y actuar de manera imparcial, también ha ofrecido una plataforma valiosa para el diálogo hemisférico. Sin embargo, su supervivencia y relevancia futura dependerán de su voluntad y capacidad para adaptarse a un mundo en constante cambio. La OEA aún tiene la oportunidad de reivindicar su papel en la región, pero el tiempo para actuar se agota rápidamente.

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