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- 04/09/2017 02:02
Como enredadera ‘matapalo'
Hace unos días leí el artículo ‘Muchos temas, nada nuevo' del colega columnista, Ernesto Holder, a quien siempre leo con atención, y me dije: ‘A Holder también le pasa'. En su escrito hace un recorrido sobre temas en su columna durante los últimos 12 meses y concluye que para la columna de esa fecha ‘… no tengo tema... todo sigue igual'. Y tiene razón mi vecino de la sección Opinión; los temas están tan ‘sopeteados' en los medios, las tertulias, la oficina, etc. que me sucede lo mismo; rebusco a ver sobre qué no he opinado y como lo hice recientemente, ‘le doy la vuelta' a alguno de los que no pierden vigencia. Pero esta vez un incidente-accidente me lleva a remachar sobre el uso de las redes sociales que muchos convierten en ‘un condensador de odios', calificación dura pero acertada que leí en un escrito sobre este tema.
El incidente se regó como pólvora e hizo estallar en muchos (no en mí) el antagonismo de moda que incluso ‘ningunea' asuntos de suprema importancia como el caso Odebrecht, por ejemplo. Me costó entender lo que veía; un señor limpiando con su chaqueta la orina en el piso mientras un hombre ¿empleado del aeropuerto? que, creyéndose buen ciudadano, llamó a la policía que, ¡vaya! acudió con presteza; y lo increpaba, y sin haber verificado su nacionalidad lo colocó en la lista de ‘venezolano'. El avergonzado señor se disculpaba, no había podido retener el contenido en su vejiga; en un local gubernamental le habían negado el uso del baño, pese a haberlo solicitado como emergencia. ¿Qué sentí al ver el video, enterarme luego de los detalles y después leer explicaciones de las autoridades del aeropuerto: que la Policía Nacional ‘cumplió las normas', que el pasajero no es venezolano y que su hijo pagó por la desinfección? ¿Qué normas cumplió la Policía? ¿Qué tal si hubiera sido alguien tirado en el piso sin poder decir ni pío? ¿Le aplicarían una norma por ‘entorpecer el paso y perturbar el orden público'? Aún tengo fresco el trágico recuerdo del doctor que se desangraba en Loma Cová, y celulares clic, clic; y conductores mirones que ya no responden al dolor ajeno ‘en vivo y a todo color' porque verlo en pantalla lo pone en ‘cadena de frío'. Y no olvido a los policías que solo miraban porque nadie les dijo con cuál norma cumplir.
Algunos se dirán, ‘Con tanto problema grave, la procuradora Porcell dice que tienen a su gente amenazada, el escandalazo de Finmeccanica volviéndose humo, ¡y vea! Calvit ocupándose de una orinada'. Tan superficial criterio no me asombraría. No es un charco de orina lo que me ocupa sino destacar en este caso la falta de solidaridad, los prejuicios, la ligereza para juzgar, el nulo aprecio a la dignidad de otros. El dueño de un celular grabó e interpretó como le pareció; lo hizo sentir importante grabar y divulgar el regaño que, además, asignó nacionalidad montado en su prejuicio ‘nacionalista'. No importaba la humillación del señor que se disculpaba con humildad. Los incontinentes tienen dificultad para evitar que la orina o las heces salgan de su cuerpo, condición muy limitante, generalmente causada por problemas neurológicos, cerebrales, musculares, debilidad de los músculos pélvicos o uretrales, entre otros. Puedo entender que esta información no sea conocida por muchos, pero el incidente me lleva nuevamente al mal uso de las redes sociales, tema manoseado pero inagotable.
Las redes sociales sirven para buenas obras; para ampliar conocimientos, trabajar, mantener contacto con amigos y familiares distantes; para la crítica y la denuncia; para entretener, hacernos reír con ingeniosos memes y chistes, etc. Pero desgraciadamente muchos, demasiados, las usan saltándose los límites del respeto a la dignidad de las personas; utilizan la burla cruel; el lenguaje obsceno galopa libre; la crítica grosera, vengativa y visceral corre por las redes y prejuicios de todo tipo las alimentan; y como enredadera ‘matapalo' asfixian la explicación racional; anulan la empatía y gozan humillando. La estupidez que impide la crítica razonada y el análisis sereno sale a flote en los que inmediatamente invocan el derecho a la libertad de expresión.
Ver tanto agravio creciendo en las redes debería preocuparnos. Recientemente un tuitero en las sombras del anonimato escribió sobre el riesgo que corre el canal por posibles acciones terroristas: ‘Que vuelen el canal, total que de ese canal no me toca ni mierda'. Este exabrupto, además de reflejar la insatisfacción de un panameño que siente que el Gobierno y el Canal de Panamá no le dan lo que deberían darle (punto de vista muy personal), está cargado de resentimiento y odio. Es indignante realidad la mala distribución de la riqueza en nuestro país. Pero ¡ojo!, usar la red como ‘condensador de odio' para desear un mal de incalculables proporciones no es para tomarlo a la ligera. Es uno de los síntomas de una sociedad cada vez más agresiva a la que, por desgracia, la tecnología le facilita propalar odios y prejuicios ya sea por ignorancia o por estar ‘fríamente calculados'. Y no hay cómo detenerlos porque está de por medio el derecho a la libertad de expresión que defiendo con profunda convicción. Dijo el gran físico Albert Einstein: ‘Hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana. Y del universo no estoy seguro'. ¿Infinita estupidez humana en las redes, don Albert?
COMUNICADORA SOCIAL.