- 17/11/2014 01:01
Homenaje a mi padre y a un gran amigo
Aceptar los designios de la vida es tan complejo como hablar de resignación. ¿Que la vida es efímera? Sí. ¿Que la muerte parece ser el fin de todo? Sí. ¿Que algunos creemos que hay vida después de la muerte? Sí. Todo ello no invalida el dolor que le rasga a uno el corazón por la partida de un ser amado.
Duele mucho la ausencia física de mi padre, Euclides Fuentes Arroyo, quien también fue mi amigo. Duele, porque su invisibilidad es como el silencio perturbador que enreda y se perpetúa en el espacio y en el tiempo. Es querer hablar con él y no poder.
Tan solo me queda el recuerdo del tiempo compartido. Las vivencias que reforzaron los lazos de padre a hijo, e hijo a padre. Relatos y confesiones mutuas ayudaron a conocernos mejor y a saber respetar nuestras fortalezas y flaquezas.
En una conversación franca de amigos, le vi derramar sus lágrimas, en un acto de humildad y catarsis, por una amarga injusticia a la que fue sometido por su padre cuando apenas era un joven. Ya conocía del hecho por su madre, quien además de abuela fue como una mamá para mí. La imagen está tan viva en mi conciencia, como aquellos minutos que estuve a su lado antes de su partida, cuando el Señor me permitió hablarle para despedirme y decirle que permanecerá perpetuamente en el corazón de todos sus hijos.
En otro relato de amigos, me ayudó a entender situaciones que perturbaron mi alma por mucho tiempo durante la adolescencia y en la edad adulta. Ese testimonio logró consolar el dolor que sentí. Se solidarizó con las dudas que me embargaban, expresando también lo que había hecho para protegerme.
Mi padre nació en el campo. Quizá por ello defendía con fervor los ecosistemas naturales que suelen ser depredados por el hombre. Era oriundo de un humilde pueblo, Bayano de Las Tablas, en las faldas del imponente cerro Canajagua, donde corrió por esos campos y montó a caballo.
Sus padres viajaron a la capital y decidieron vivir en Río Abajo. Creció en un ambiente de estrechez económica donde quedó patentizada su humildad. Se rodeó de afrodescendientes. El cariño le unió a ellos y seguramente lo llevó a comprender que todos somos iguales. Por ello rechazó cualquier acto de racismo o xenofobia. Aquellas raíces de sencillez y limitaciones le impedían traicionar a su clase, como hacen algunos cuando el poder y la fama los envuelve, esos que denominan lúmpenes.
Se graduó de Bachiller en Humanidades en el Glorioso Nido de Águilas. Su fervor por el periodismo, oficio que ejerció empíricamente, antes de graduarse de la secundaria, le impidió terminar la carrera de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Panamá, aunque logró alcanzar cuarto año.
Mi padre fue un incansable luchador contra todo tipo de injusticias, sin importar si el origen emanaba del poder económico, empresarios o militares. Tengo frescos los relatos de sus experiencias cuando tuvo que enfrentarse a varios gorilas, entre ellos a Manuel Antonio Noriega, jefe del denominado G-2, servicio de inteligencia del general Omar Torrijos.
Pese a su jubilación, durante todos estos años, continuó la inclaudicable labor de hacer periodismo. Sus artículos, publicados en la sección de opinión de La Estrella de Panamá y en su blog en Internet, dan testimonio de ello. En este tiempo también hizo radio. Me hincha el corazón de orgullo haber compartido tribuna con él en Radio Mía.
Dedicó más de 50 años de su vida al periodismo. Fue reportero, redactor, productor de noticias y ocupó cargos como jefe, subdirector y director en varios diarios. Trabajó en prensa escrita, radial y televisiva, en medios como RPC Radio, Onda Popular, La Hora, El Mundo, El Matutino, El Siglo, RPC Televisión Canal 4, Televisora Nacional Canal 2 y además fue corresponsal en varias agencias internacionales de noticia.
Como secretario general del Sindicato de Periodistas de Panamá durante dos períodos consecutivos, 1974-1975 y 1975-1976, defendió los derechos de quienes le adversaron ideológica y políticamente. Después de mucho tiempo de mantenerse alejado de la directiva, durante los últimos siete años, ocupó el cargo de secretario de Fiscalización y miembro del Tribunal de Honor.
Perdurará en el tiempo el ejemplo y la enseñanza que nos transmitió a todos sus hijos, porque luchó hasta el último momento como un soldado, con osadía y valentía. Euclides no solo fue mi padre, fue consejero, colega, compañero y un gran amigo.
¡Hasta pronto papá!
PERIODISTA