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- 03/03/2010 01:00
Un modelo educativo para Panamá
J es una entusiasta e inteligente joven que estudia en la Universidad Tecnológica de Panamá y ya realiza prácticas profesionales en una institución. Cuando habla sobre sus competencias, expone su inclinación hacia los números y demuestra aborrecimiento en dirección a aquello que se relacione con la lengua que habla, las reglas gramaticales y la literatura.
Unos estudiantes que recién entran a la universidad y se preparan para iniciar una licenciatura, el primer día no pudieron contestar quién era el Libertador. Luego, miraban con asombro la lección de “ repaso ” de su profesor para establecer un ajuste o una línea de base conducente a homogeneizar el conocimiento y saber desde dónde iniciar el proceso de enseñanza-aprendizaje a ese nivel superior.
El colmo fue cuando se intentó desmembrar una oración para analizar su estructura. A la pregunta sobre qué palabra era el verbo, hubo un silencio que luego culminó con una especie de adivinanza y cada quien escogía la palabra que consideraba podría ser la que representaba la acción en el texto que estaba escrito en el pizarrón.
En ambos casos que aquí presento como ejemplos y que son ilustradores entre múltiples posibilidades, existe una situación muy especial con las inteligencias que ostentan estos estudiantes. En la primera, hay una clara tendencia hacia el dominio de operaciones y conciencia de las debilidades. El segundo escenario es caótico, porque estos chicos van a entrar a la universidad y ni siquiera dominan las competencias básicas.
En este último caso, se expresa con patetismo toda una práctica pedagógica. Su resultado es un conjunto de jóvenes que no tienen la más mínima conciencia de la realidad sociocultural en la que se desenvuelven y menos aún del escenario donde actuarán cuando sean profesionales.
El trabajo de los educadores, pese a tanta capacitación, talleres y seminarios, aún conserva enclavado en la mente de ellos un esquema memorístico e incapacidad para desarrollar estrategias de enseñanza, que fortalezcan la personalidad y competencias de los estudiantes. En los ejemplos, al menos en el primer caso, la estudiante sabe lo que sucede con su formación, en los otros, no.
Pero los educadores son solo un componente del proceso educativo. Cualquier análisis en esta dimensión requiere de un escrutinio mucho más amplio y que exponga el problema en toda su complejidad.
Hay un conjunto de acciones del Estado en función de una planificación (que combina ciencia y norma); también están los padres de familia que siembran los principales valores; educadores con una conciencia de utilizar las mejores herramientas en este ejercicio académico, la administración del proceso y de la infraestructura; la metodología, el clima de trabajo pedagógico, los estudiantes y la sociedad.
Cuando esto funciona como el engranaje de un todo, tenemos un modelo educativo, donde existen prioridades, metas y una visión del país a futuro. Resulta que la sociedad del futuro descansa sobre la concreción de este modelo. En la realidad panameña ¿cuál es el modelo?
Es necesario alcanzarlo a través de unos indicadores y en el caso nacional, es paradójico su desenvolvimiento. Pese a contar con un bajísimo índice de analfabetismo; que se tiene una de las cifras más altas de inversión educativa, si se toma en cuenta su relación con el presupuesto nacional, la calidad del proceso y los resultados son pobres o desalentadores.
¿Qué es lo que no funciona y cómo se puede superar esta crisis? En primer lugar, no podemos trabajar en una dirección si no sabemos dónde estamos y hacia qué lugar queremos ir. El texto constitucional es muy genérico y da el principio para que una ley lo desarrolle. Pero para llegar a ella, es necesario hacer un diagnóstico de la realidad educativa actual en el inicio de la segunda década del siglo XXI.
Por lo general los ejercicios que se hacen en este sentido son un tanto específicos, cortos de visión y con objetivos estereotipados, como el publicado por una fundación hace unos días que parte de unos presupuestos esquemáticos y con sesgos bien marcados. Decir que la educación está viciada por la corrupción, es una verdad de Perogrullo. La corrupción es una consecuencia y no una causa; ella manifiesta un fenómeno muy concreto del estado de la administración pública.
Hay que saber qué es la sociedad panameña a estas alturas de su desarrollo. Determinar sus perspectivas y allí establecer el lugar que tiene la educación en dicho proceso histórico social. A partir de este enfoque, hay que planificar científicamente y esto quiere decir que lo político se supedita a aquello; sin embargo, van a salir políticas generales que se concretan en objetivos y que se hacen posibles, a través de un currículo.
Esto quiere decir que el proceso curricular no sale como arte de birlibirloque. Es un ejercicio muy técnico, que es una expresión de un diálogo entre las partes. Aquí entran las negociaciones y se demuestra la capacidad del Estado de sentar a los diferentes actores a conversar, conciliar y ponerse de acuerdo en el esquema más adecuado, atinado, actualizado en que se va a desarrollar la realidad educativa y donde se escogen estrategias y se desechan opciones.
Este diálogo y sus resultados condicionan toda la metodología, su logística, movilización y las necesidades materiales, tanto generales como específicas, pues la realidad de los colegios del centro de la ciudad de Panamá, no es igual a la de Yaviza o la de El Jobo y sus alrededores, ni tampoco el ambiente en que se va a desenvolver la práctica educativa.
Si esto queda bien establecido, no será necesario improvisar con una política paternalista, ni la entrega de bonos, bolsas, ni otro tipo de esquema que corresponde a una realidad diferente a la educativa, menos trascendente y alejada de los objetivos nacionales a mediano y largo plazo, escenario en que se desenvuelve la educación y a donde debe apuntar su modelo.
Hacia esta dirección apuntan los intereses reales de la joven J y de los estudiantes que inician su carrera en estos días.
*Periodista y docente universitario.modestun@yahoo.es