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- 23/08/2020 00:00
El movimiento 'Nuevo Ateísmo' y su torcida agenda social (II)
En palabras de David Horowitz, estamos bien metidos en el siglo XXI y nos maravillamos de los espectaculares logros de la ciencia, pero la ciencia aún no sabe cómo se creó el universo ni cómo comenzó la vida.
Dado que la cuestión de si existe o no un Dios no se puede resolver, tanto los creyentes como los ateos deben confiar en su fe.
La fe del ateo es que Dios no existe, algo que no pueden saber y la ciencia no puede probar.
Incluso los ateos Richard Dawkins y Christopher Hitchens admiten que hay atributos de la religión que mucha gente quiere y necesita y que la ciencia no puede proporcionar.
Mucha gente no podría vivir su vida sin el consuelo de la fe. Luego, la virtud de la religión no debe descartarse a la ligera.
Aquellos que creen que están cambiando el mundo o salvando el planeta o transformando la raza humana, están intoxicados con un orgullo que les engrandece, creyendo conocer una verdad que no se puede conocer y que otros resisten.
El movimiento “Nuevo Ateísmo” está dispuesto a utilizar cualquier medio necesario para silenciar a sus oponentes y lograr sus objetivos. Incluso censurando la educación moral y religiosa que reciben los niños, mientras, al mismo tiempo, describen la fe cristiana como abuso infantil.
Hoy, en América, la guerra en curso contra los cristianos no es simplemente una guerra contra una religión, sino una guerra contra una nación y sus principios cristianos fundacionales. Estos principios, la igualdad de las personas y la libertad individual, están sitiados, porque son obstáculos insuperables para la ambición totalitaria de los radicales izquierdistas de crear un mundo nuevo a su imagen.
Los radicales liberales y ateos se refieren a sí mismos como “progresistas”, para ocultar su verdadera fe, que es el comunismo. Para ellos, el comunismo es la visión de un futuro donde la larga historia de injusticia social llegaría a su fin.
Después del colapso del comunismo soviético en 1991, los progresistas ateos no abandonaron sus ilusiones. Simplemente cambiaron el nombre de su sueño utópico de comunismo a “justicia social”, donde las desigualdades y opresiones que afligen a la humanidad desaparecerán milagrosamente y la armonía social reinará, bajo la noción de que, si los seres humanos persiguen una vida “políticamente correcta”, pueden lograr un mundo de justicia social.
En este mundo, cada individuo está dotado de libre albedrío, el poder de hacer el bien o el mal. El libre albedrío nos convierte en los autores de nuestras propias decisiones, de nuestros propios pecados y destino, no de otras personas, ni por clases ni géneros ni razas. Debido a que los humanos son rebeldes y propensos a la tentación y al mal por naturaleza, corromperán todo esfuerzo redentor. Por lo tanto, no puede haber camino a un paraíso terrenal, como promete el ateo, sin la intervención divina.
Las injusticias no son causadas por una abstracción llamada “sociedad”, como sostiene la izquierda ni por razas, géneros o enemigos políticos.
La injusticia es el resultado del egoísmo humano, de su malicia, su envidia, codicia, engaño y lujuria. Es la consecuencia inevitable de nuestro libre albedrío como seres humanos.
La “sociedad”, como piensan los ateos, no es la causa de las injusticias. La sociedad es simplemente un reflejo de quiénes somos. Los radicales izquierdistas políticamente correctos que piensan que su misión es salvar el mundo, no pueden solucionar los problemas que nos afligen, porque los problemas son creaciones nuestras. Tanto de ellos como de nosotros. Y debido a que estos autoproclamados reformadores sociales están buscando poder político para imponer su agenda y no comprenden la fuente del mal y de la injusticia, su afán de empujar la doctrina comunista solo empeorará los problemas.
En contraste con la misión progresista de la izquierda de salvar a la “sociedad”, el objetivo de la fe cristiana es salvar almas individuales.
Los cristianos ven las imperfecciones y los sufrimientos del mundo como resultado de los actos de individuos que han fallado en hacer el bien o han elegido hacer el mal. Los “progresistas”, por otro lado, no ven a los individuos como agentes de sus propios destinos, sino como productos de “fuerzas sociales”, como objetos de clases, razas, géneros y de opresión religiosa.
Se enfocan en presuntas injusticias que no dependen de los actos deliberados de individuos racistas o sexistas, sino de factores míticos como el “sesgo institucional” y la “discriminación sistémica”. A través de sus lentes, los individuos y sus elecciones personales desaparecen.
Estas visiones opuestas son la raíz fundamental de la guerra social en curso. Los progresistas ven la preocupación cristiana por la salvación de las almas individuales como contrarrevolucionaria y una causa de opresión social. Para ellos, los creyentes religiosos son obstáculos en el camino hacia el futuro que visualizan y deben ser removidos.
Por eso han declarado la guerra a la libertad religiosa, principio fundacional de América, y buscan silenciar y suprimir a sus defensores.
La agenda ultraliberal, globalista, progresista, prohomosexual y proaborto del expresidente de EUA Barack Obama, fue instrumental para impulsar la agenda de la izquierda anti-Dios y antirreligiosa durante los ocho años que ocupó la Presidencia de Estados Unidos. Es por tal motivo que vemos cómo el actual presidente, Donald Trump, está destruyendo ese “legado” negativo dejado por su antecesor.