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Luego de escuchar Habemus papam esperé hasta saber el nombre del nuevo pontífice porque en esa escogencia se revela cual será el modelo que marcará su rol en la Iglesia. ¡León XIV! y sentí que me invadía una profunda alegría y un sentimiento de esperanza que hacía tiempo no experimentaba.
Mi formación en la doctrina social de la Iglesia se nutrió de la vieja encíclica Rerum Novarum de 1891, de León XIII (pontificado de 1878 a 1903) cuyo papado estuvo marcado por las turbulencias políticas, económicas y sociales de la era industrial. De este documento doctrinal se siguen nutriendo generaciones de políticos social cristianos y de católicos comprometidos con la justicia y los derechos de los trabajadores.
León XIII condenó el capitalismo brutal y la avaricia de los poderosos; puso claros límites a la propiedad privada despojándola de ser un derecho absoluto frente al bien común; denunció la explotación de los trabajadores; reclamó el derecho a la sindicalización; fue crítico del capitalismo brutal y la avaricia de los poderosos; condenó con firmeza el materialismo dialectico y el comunismo que se presentaba ya con la mezcla entre reclamos válidos y con un llamado a la violencia que proyectaba una sombra peligrosa.
Y ahora, más de un siglo después, Robert Francis Prevost Martínez, nacido en Chicago, convertido en ciudadano peruano, fraile agustino y misionero de raíces latinoamericanas, asume como León XIV la dirección de la Iglesia.
A través de la historia, varios papas han enfrentado crisis terribles. En el primer tercio del siglo XX, Eugenio Pacelli fue Pío XII, ocupó el cargo durante la II Guerra Mundial, el Holocausto, la bomba atómica de Nagasaki y Hiroshima y tuvo que enfrentarse a las persecuciones y amenazas a la Iglesia católica de parte de Mussolini, detalladas en un libro donde se expone esta tirante relación entre el Vaticano y el fascismo, no solo en Italia sino en toda Europa.
A la muerte de Pío XII aparece Angelo Giuseppe Roncalli, de mediana estatura y rollizo, de un rostro tosco que se aliviaba por su cálida sonrisa y tomó el nombre de Juan XXIII, el 28 de octubre de 1958 e inició gestiones que removerían viejas estructuras eclesiásticas con repercusiones en todo el mundo católico. Se le debe cambios como la eliminación del latín como lengua exclusiva para el culto, eliminó vestimentas arcaicas de casullas doradas y ordenó que todas las ceremonias se celebraran con el sacerdote mirando al pueblo, lo que obligó a reubicar los altares en todas las iglesias del mundo; se eliminó la costumbre de arrodillarse para recibir la comunión y el uso del velo en las mujeres.
Propicio el cambio de vestimentas medievales en los conventos de las religiosas y de los sacerdotes, eliminó el ayuno de 12 horas antes de recibir la comunión y la obligatoriedad del ayuno y la abstinencia de todos los viernes de Cuaresma, dejaron de usarse los púlpitos, un símbolo de poder clerical. Los templos se volvieron más acogedores.
La verdadera revolución promovida por Juan XXIII está contenida en sus encíclicas Mater et Magistra (“Madre y Maestra”) de 1961 y Pacem in Terris (“Paz en la Tierra”) de 1963. La primera pone énfasis en el derecho de los trabajadores no sindicalizados, así como el reclamo de que los salarios sean suficientes para cubrir las necesidades de los trabajadores y sus familias, así afirmaría: “Hay que amar la verdad, decir la verdad, defender la verdad y hacer la verdad”, al enfatizar la dignidad humana y los derechos y responsabilidades de los individuos en la sociedad. En Pacem in Terris describe las condiciones políticas, sociales y económicas que crearan la paz y llama una vez más al respeto de los derechos de todos los seres humanos para conseguirla. La paz ha de fundarse en “la verdad, la justicia y la libertad”.
A partir de estos dos documentos, Pablo VI y Juan Pablo II defendieron la paz y la justicia hasta llegar al papa Francisco, quien traduce toda esa herencia doctrinal en la necesidad de volver al evangelio, de sentirnos amados, perdonados y recordándonos el lazo fraternal entre todos los hijos de un solo Dios.
¡No habrá vuelta atrás! León XIV al anunciar su nombre nos revela quién es: un misionero que nos invita a llevar el Evangelio a todos los rincones de la tierra y a vivirlo sin miedos, sin escrúpulos y sin dejar a nadie al margen de la verdad y el amor.