• 11/07/2020 00:00

¿Nueva vs. vieja normalidad?

La Nueva Normalidad que nos dejó la crisis de la COVID-19 no puede parecerse a la Vieja Normalidad. La pandemia ha sido una catástrofe mundial.

La Nueva Normalidad que nos dejó la crisis de la COVID-19 no puede parecerse a la Vieja Normalidad. La pandemia ha sido una catástrofe mundial. Lamentamos la pérdida de vidas y las restricciones a las libertades ciudadanas, la pérdida de empleos y el confinamiento. La crisis ha mostrado lo mejor y lo peor de muchos. El diagnóstico es desmoralizador, pero necesario.

La ausencia de solidaridad del “poder económico” ha sido remarcable, mientras que los llamados “excluidos del sistema” “exigen” nuevos beneficios, bonos, bolsas de comida, etc. Cada uno se justifica como quiere. Las políticas populistas han creado parásitos permanentes, por subsidios o por corrupción.

Tampoco se puede ocultar el irrespeto del ciudadano a las autoridades, el bajo nivel educativo en general, la ausencia de responsabilidad y la baja conciencia ciudadana de su papel en una sociedad democrática.

La riqueza de un país no se mide por la cantidad de carreteras, edificios o millones del PIB, sino por el nivel de desarrollo del recurso humano que compone la sociedad. La conducta durante la pandemia nos muestra que estamos en fase regresiva y en deterioro permanente.

Necesitamos una reconstrucción del sistema educativo a todos los niveles que genere ciudadanos probos, responsables, libres y capaces de asumir decisiones importantes desligados del oportunismo que nos caracteriza, capaces de competir por méritos y por resultados.

Institucionalmente, los principios democráticos y el respeto al Estado de derecho han sido víctimas de quienes piensan que la Constitución y las Instituciones existen solo cuando les favorecen. Los fueros y los privilegios colisionan con el Principio de Igualdad ante la Ley.

Los contratos con sobreprecios o la conducta de los diputados, a pesar de las restricciones, o la ausencia de oposición son ejemplo de la descomposición política nacional.

Se requiere urgentemente una reforma constitucional que haga refundación del Estado y siente las bases de una Nueva República, limitando los poderes públicos, estableciendo reales procesos democráticos (Votar una vez cada cinco años no es democracia, es hipocresía), fortaleciendo el sistema judicial, protegiendo las libertades y garantías, eliminando privilegios y liberando a los ciudadanos del servilismo.

La crisis nos ha puesto frente a nuestra realidad. Nuestras instituciones se parecen al antiguo régimen monárquico y feudal: sin rendición de cuenta y con sumisión de los siervos. ¿Puede Panamá aún considerarse como una República democrática y un Estado de derecho?

El margen de maniobra del actual Gobierno es estrecho por la pérdida de legitimidad política, por la pérdida de la confianza del ciudadano y la ausencia de liderazgo, produciéndose un vacío y una crisis institucional permanente.

El Estado no puede seguir supliendo los privilegios ni pagando subsidios ni patrocinando la corrupción ni disimulando su responsabilidad. Mientras, el mundo se mueve y el tiempo apremia.

¿Estamos preparados para el mundo que viene? El debate internacional ya comenzó. En un artículo (Le Monde, 8 de abril de 2020), publicado por Thomas Gomart, dice que, “la crisis del Covid-19 es un acelerador o un revelador del mundo que viene. Es, al mismo, tiempo una crisis de la interdependencia y una etapa de la unidad del mundo. Un corto circuito durable de la mundialización, de consecuencias difíciles de prever que abre tres grandes debates: 1. La gestión de la crisis; 2. El modelo futuro; y 3. La reconfiguración del sistema internacional”.

Es preocupante que, frente a la crisis, la respuesta sea el endeudamiento por más de USD 5559.00 MILLONES, sin rendición de cuenta ni transparencia, y sin contar con un plan.

Debemos aprovechar este momento para redefinir nuestro modelo socioeconómico, adaptarlo a las nuevas circunstancias, aprovechar nuestras ventajas y avanzar en la dirección correcta.

El Estado debe planificar el futuro, la improvisación no es más una opción. Nuestro país debe luchar por reducir la fractura social y producir igualdad de oportunidades. No podemos continuar con un país de diferentes niveles de desarrollo ni de desigualdades casi oficiales. No olvidemos que, pasada la crisis, el motor del desarrollo nacional debe estar en marcha.

Máster en Derecho Civil y en Derecho de los Negocios.
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