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Orientación: la brújula que necesitan los jóvenes colonenses

- 30/09/2025 00:00
Hablar de Colón es hablar de una tierra de contrastes: es el puerto que conecta al mundo y, a la vez, el barrio donde la esperanza se siente frágil; es cuna de música y talento, pero también escenario donde muchos jóvenes perciben que estudiar no abre puertas reales. No es desinterés: es el choque cotidiano con un mundo de abandono y desolación que convive, paradójicamente, con las bondades económicas de una región estratégica. A esa tensión se suma la inacción de gobiernos que han creído más en la represión que en la prevención, debilitando un sistema que debería acompañar y orientar.
En este contexto, la orientación educativa y social es la brújula imprescindible. Tal como sostiene el filósofo de la educación Gert Biesta (2021–2022), la educación cobra sentido cuando se vincula con la vida concreta del estudiante; orientar es, precisamente, tejer el puente entre aula y realidad, entre contenidos y propósito. La orientación no es un adorno del currículo: es la guía que ayuda a descubrir talentos, a construir proyectos de vida y a situar cada aprendizaje en el mapa de la existencia.
Yong Zhao (2021) propone imaginar contextos de aprendizaje más amplios y trayectorias personalizadas. En Colón, eso significa ferias vocacionales conectadas con el mundo laboral local, talleres de emprendimiento en los barrios, pasantías con organizaciones comunitarias y un acompañamiento socioemocional que permita tramitar miedos y fortalecer la autoestima. Estas experiencias no son “actividades bonitas”: son actos de orientación que devuelven sentido y pertenencia.
El reto es integrar lo académico con lo personal y lo social. Byung-Chul Han (2020) advierte que la desaparición de los rituales empobrece la vida comunitaria y deja al individuo desorientado. Recuperar prácticas culturales con significado música, danza, historia local no solo afirma la identidad colonense; también crea rituales pedagógicos que sostienen el vínculo, la pertenencia y la esperanza. Por su parte, Edgar Morin (2021) recuerda que un sistema educativo se vuelve obsoleto cuando ignora la complejidad y la incertidumbre del presente: orientar es enseñar a leer esa complejidad y a decidir con criterio en escenarios cambiantes.
Educar y orientar para creer exige, además, revalorizar a los docentes y orientadores. Sin libertad para innovar ni apoyo sostenido, la escuela corre el riesgo de enseñar a cumplir, pero no a soñar. Como he escrito antes, “el legado de los maestros se apaga cuando no abrimos espacio para el cambio” (Molinar, 2025). Por eso urge fortalecer la figura del orientador en cada centro, dotarlo de tiempo, formación y herramientas, y articular su trabajo con familias, líderes comunitarios y sector productivo.
Colón tiene una ventaja inmensa: su cultura viva. Enseñar historia con ritmos locales, ciudadanía desde la convivencia barrial y ciencias mirando al mar y al puerto convierte el aula en experiencia y el conocimiento en orgullo. Orientar para creer es, al final, darle al joven colonense una brújula en medio del abandono para transformar la adversidad en fuerza colectiva y convertir la desconfianza en esperanza concreta.