• 06/08/2025 00:00

Panamá, ¿la nueva Singapur?

En los años 60, Singapur era una isla sin recursos naturales, con alta pobreza y un entorno geopolítico inestable.

Tras dejar atrás el dominio británico y lograr la independencia de Malasia en 1965, Singapur se convirtió en un estado autónomo liderado por Lee Kuan Yew. El hombre que ocupó el cargo de primer ministro por más de 30 años y quien es el artífice del llamado “milagro económico”.

Hoy, Singapur es una de las naciones más ricas, eficientes y competitivas del mundo. ¿Cómo lo logró? Mediante medidas reales de transformación. Por ejemplo, el primer ministro gobernó con autoridad, pero también con visión. Aplicó políticas pragmáticas enfocadas en resultados, alejadas del populismo. No gobernó pensando en elecciones, sino en generaciones, una frase bastante trillada en nuestros días.

La base de este milagro económico fue la educación técnica y científica. El sistema educativo fue diseñado para conectar directamente con las necesidades de la economía global antes de cualquier otra prioridad.

Se estima actualmente que alrededor del 75 % de la población es bilingüe. Esto se debe a la política de educación del país. Crearon un entorno empresarial seguro, con incentivos fiscales claros, trámites simples y un marco legal confiable. Las empresas no iban a Singapur solo por bajos impuestos, sino por estabilidad y talento humano. Planificaron obras de infraestructura con precisión: puertos, aeropuertos, transporte público, telecomunicaciones. Todo conectado, eficiente y moderno.

Apostaron por diversificar la economía, de la manufactura al sector servicios, de la exportación a la innovación. Además, firmaron acuerdos de libre comercio con múltiples países.

Dentro de los aspectos más relevantes contra la corrupción, uno de los principales problemas que habían enfrentado fue endurecer las penas, y se aplicó sin excepciones: multas y encarcelamiento a quienes sean encontrados culpables. Hoy, Singapur está entre los países con menos corrupción en el mundo.

El escenario donde se inició la transformación de Singapur, que ha servido de ejemplo a cientos de países, partió de lo que sus propios líderes clasificaban como el “pozo negro de la miseria y la degradación”. A pesar de ese hándicap, el país asumió los retos necesarios para asumir su propia reconstrucción.

Veo hasta dónde ha llegado Singapur y hago un comparativo inmediatamente con nuestra Panamá que, si bien no parte de cero, nos encontramos en una situación compleja que requiere de decisiones importantes.

Además de tener ciertas ventajas que debemos mantener y desarrollar —ejemplo: ventajas geográficas— tenemos el Canal, un centro bancario consolidado, zonas francas, conectividad aérea y somos sede de importantes organismos internacionales. Pero, ¿qué nos falta?

Actualmente carecemos de un plan de desarrollo que trascienda gobiernos. Cada administración parece empezar de cero, sin continuidad ni visión compartida. Necesitamos una política de Estado planificada, con una visión de corto, mediano y largo plazo.

Nuestra educación sigue formando jóvenes para empleos del siglo XX, mientras el mundo avanza a pasos agigantados hacia la automatización y la inteligencia artificial. Es importante modificar nuestro pénsum de estudios y poder establecer profesionales claves para las nuevas posiciones que el mundo profesional requiere.

La corrupción, la impunidad y el clientelismo han minado la confianza en nuestras instituciones. El sistema es percibido como injusto y manipulable. Debemos tener un sistema de justicia robusto, que actúe juzgando a quienes obran contra los recursos del Estado, sin importar nombres y posiciones.

Podríamos continuar enumerando una serie de aspectos donde Panamá se permitiese agilizar su proceso de transformación económica y social. Considero que es la hora de asumir los nuevos retos que el destino panameño presenta.

Insisto: esto no sucederá por inercia. Hacerlo implicaría tomar decisiones difíciles, reformar la educación de raíz, acabar con el clientelismo, profesionalizar el Estado, exigir excelencia, premiar el mérito y sancionar la corrupción. Pero estoy convencida de que, por Panamá, estoy dispuesta a apoyar estos cambios y más.

Panamá tiene con qué. Somos un país privilegiado. Lo que falta es decidirnos de una vez.

¿Estamos listos?

*La autora es ciudadana panameña
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