• 22/03/2022 00:00

Retorno a clases

“El nivel de inseguridad e inestabilidad emocional que creó la pandemia en las niñas, niños y jóvenes obliga al sistema educativo a brindar una atención profesional a la población estudiantil [...]”

El 7 de marzo del presente año, luego de dos años de no tener clases presenciales debido a la pandemia de la COVID-19, se dio inició al período escolar con dudas, temores, retos y con recelos frente a una realidad que nos preocupaba a todas y a todos, dados los espacios reducidos de las aulas de clases, por no contar con los dos metros que había establecido el Ministerio de Salud, sin agua en muchas escuelas ni con otras medidas de bioseguridad mínimas en los centros educativos.

Pese a ello, las escuelas, tuvieron dos semanas de organización escolar y, mediante comisiones de trabajo, se diseñó un plan para brindar a las y los padres de familias y a la comunidad educativa el proceso que nos llevaría al retorno escolar, considerando medidas que pudieran palear las deficiencias y que iban desde la entrada al plantel de las y los estudiantes y su distribución debidamente ordenada para hacerse presente en las aulas de clases.

El retorno a las clases era necesario, porque durante la pandemia no se aseguraron las condiciones adecuadas a las y los estudiantes para garantizar su aprendizaje y el desarrollo físico y emocional que requieren, para lograr el primero.

Conforme al diagnóstico realizado a mis estudiantes, las condiciones a las cuales se vieron abocados las y los estudiantes durante la pandemia sustenta su deseo de volver a clases presenciales. Así lo aseguraban expresando que vivieron soledad; tristeza, por no ver a sus amistades; la imposibilidad de conversar y jugar. Todas y todos afirmaron que lo peor que vivieron fue el confinamiento en el que tuvieron que estar. Indicaban dificultades con la conexión a internet. Algunas y algunos no tenían y a otras y otros se les caía recurrentemente y les hacía perder el hilo de la clase. Estudiantes expresaron que vivieron el temor de que sus padres y madres quedaran sin trabajo y que les sacaran de la casa, porque no tenían dinero para pagar la renta. Identificaban esta situación como triste. Así como triste fue para algunos/as el que efectivamente sus papás y mamás quedaran sin empleo y ver cómo fallecieron sus abuelos/as, tíos/tías. Concluyeron que han sido dos años muy difíciles.

El nivel de inseguridad e inestabilidad emocional que creó la pandemia en las niñas, niños y jóvenes obliga al sistema educativo a brindar una atención profesional a la población estudiantil, cuyo objetivo es darle seguridad emocional, abrigarle esperanzas; pese a todas las limitaciones, para seguir adelante. Pero además el hecho de que haya un considerable grupo de trabajadores y trabajadoras, sin trabajo, el incremento de la economía informal, el que no se tenga para garantizarle una merienda, el que luego de dos semanas de iniciada las clases no haya comedor en las escuelas agudiza lo que el Dr. José Daniel Crespo desde su época señalaba: “Cuando la salud del niño está en conflicto con los demás aspectos de su educación, éstos deben ceder el puesto a la salud. Entre las capacidades anímicas y las corporales existe una directa correlación. Un niño débil, mal nutrido, enfermizo no puede mostrar interés por la vida que se agita en su derredor y sin interés, sin móviles espontáneos que lo impulsen no es posible que nadie pueda educarse, máxime si carece de las fuerzas necesarias para una labor sostenida”. Es necesario que los recursos se pongan con la urgente necesidad en cada centro educativo, que permitan llevar, por lo menos, una comida caliente a todas las y los estudiantes de nuestro país y que exista un acompañamiento sicosocial.

Conforme a la investigación de la Unicef, Niñez fuera de la escuela y en riesgo de exclusión educativa en Panamá, hemos vivido situaciones muy graves, que han ubicado a cien mil niñas y niños entre 5 y 20 años fuera de la escuela. 89 mil accedieron al sistema, pero no terminaron algún nivel educativo. Esta es una situación muy delicada, ya que, si no hay una política de Estado hacia la educación, que no esté al servicio de una política partidista, sino de la sociedad, estos cien mil estudiantes quedarán a la peor de sus suertes. He allí la preocupación. ¿Hacia dónde van estos jóvenes? ¿Qué dirección van a tener? ¿Se irán para las pandillas o les acogerá el crimen organizado? ¿Qué les ofrece el sistema?

Con suprema urgencia se requiere brindarles a niñas, niños y jóvenes la atención que merecen y que el Estado les debe garantizar. Para ello, se precisa una coordinación a nivel de todas las comunidades del país. En esta coordinación las/los representantes de corregimientos, alcaldes, direcciones regionales del Meduca, supervisores, docentes, todas y todos deben participar en este proceso para que ningún niño, niña, joven sea excluido del sistema educativo en Panamá.

Educadora

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