• 30/04/2021 00:00

El silencio de Dios

“La certeza y la duda absolutas son dos extremos que muchas veces conducen a un estado de frustración, quizás por eso el silencio de Dios”

El predominio del mal en las cosas de este mundo halla su confirmación racional en el escepticismo que esto provoca sobre la verdad absoluta de la existencia de un Dios todo conocedor, todo bondadoso y todo poderoso; pero paradójicamente, esa misma existencia del mal también es el fundamento para creer en la existencia de un más allá después de la muerte, donde solo Dios es la verdadera finalidad de la vida humana.

Ni una ni otra de ambas proposiciones supone abandonar la certeza de la verdad, a pesar de que la una riñe con la otra, porque ambas propuestas dan lugar a la duda que toma por falso todo lo que estima dudoso, sin llegar a un arreglo político de medias verdades o de fórmulas acomodaticias.

Siendo así, ese escepticismo causado por la existencia del mal es mucho más que la duda filosófica que busca la verdad (por ejemplo, la duda metódica del “Discurso del método” de René Descartes), pues, más que método teórico o filosófico, este otro tipo de duda revela el conflicto entre la razón y las cosas que pasan en este mundo, circunstancias que involucran nuestra personalidad y conciencia individual, afectando moralmente nuestros sentimientos y valores.

En el sentido racional antedicho (la incompatibilidad lógica y racional de una posible coexistencia entre Dios y el mal) los creyentes monoteístas simplemente no atribuyen la existencia de males morales humanos o de males naturales (pandemias, terremotos, huracanes, etc.,) a un Dios omnisciente, omnibenevolente y omnipotente, sino al libre albedrío de todo individuo, cuyo fin es llegar a un “bien superior”, justificando así la supuesta indiferencia de Dios ante todo mal gratuito, por ser resultado de acciones humanas (no divinas) por medio de esa misma libre voluntad humana. También enuncian la tautología que todo mal es la ausencia del bien (o sea de Dios), por lo que, si existe el mal, tiene que existir Dios, al ser lo contrario del mal.

Por eso, para explicarnos el mundo y nuestra propia existencia compuesta de infinitud y finitud (alma y cuerpo), recurrimos a la idea de Dios, del que todo depende y que no depende de nada, al que nos parecemos por habernos Él creado “a su imagen y semejanza”, según la Biblia judeocristiana, a la vez dándole atributos humanos a Dios. Lo interesante es que estas ausencias y presencias divinas, para explicar la existencia del mal en el mundo, nos conectan directamente a las cosas misma que dominan nuestros sentimientos y valores, como pasión, moral, razón, voluntad, religión y espíritu, cosas que tienen mucho que ver con la naturaleza del libre albedrío y el posible abuso ético y moral que se le puede dar a esa libertad natural.

Es aquí cuando podemos hablar del silencio de Dios ante el conjunto infinito de todo lo que existe, al ser Dios la verdad eterna e infinita reconocida solo por Su silencio, dramática abstención divina tomada precisamente para no restringir nuestra libertad para llegar a un bien superior. Quizás esta proposición es racionalmente discutible, solo se plantea coyunturalmente como explicación lógica para disputar la irracionalidad de un Dios que permanece pasivo ante el mal. Pero una tradición puramente racional como una puramente religiosa es, en el fondo, señal de desesperación e incertidumbre; una “fe diversificada por la duda” (“faith diversified by doubt”), como lo expresó Robert Browning en su poema “Bishop Blougram's Apology”.

Algunos piensan que la filosofía y religión son enemigas entre sí al tratar de la fe, pero creer en Dios es cosa de voluntad, no de razón, donde el camino de la duda es una lucha personalísima dominada por nuestros sentimientos y valores, todos necesariamente subjetivos, produciendo fórmulas espirituales y otras racionales para creer, en este caso utilizando la debilidad de su adversaria. La certeza y la duda absolutas son dos extremos que muchas veces conducen a un estado de frustración, quizás por eso el silencio de Dios.

Diplomático, ensayista.
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