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- 12/07/2020 00:00
Teorías poscuarentena
Cumplimos otra semana en aislamiento, al menos la mayoría, pues no deja de haber ese reducto de irreverentes que no entiende, o no quiere entender, que si nos quedamos quietos podemos interrumpir el ciclo del virus.
Habría que dividir la población en subgrupos, pues no podemos generalizar. Hay gente que sale por insensatez, y hay gente que sale por necesidad.
El primer grupo merece ir a prisión, pues son asesinos en potencia. Vi, con no poco placer, que se estaba implementando el trabajo comunitario como sanción a los infractores. Aplauso de pie para las autoridades. Si esa gente quiere estar en la calle, pues llévenlos a las calles, pero a limpiar, a ver si así entienden a la vez que se hacen útiles.
El segundo grupo involucra a gran parte de la sociedad. Son aquellos que viven de su trabajo cotidiano, aquellos que sin salir a patear calle no consiguen dinero. Que hay diferencias marcadas en cómo vive cada quién la cuarentena. Es diferente pedirle a alguien que tiene ahorros y alguna capacidad de aguante económico que se quede en su casa, que pedírselo a quien no tiene una despensa con alimentos en su morada ni tampoco cuenta con dinero suficiente para ir al supermercado o a la abarrotería a procurárselos… Hace falta un toque de solidaridad, pero real, no taquillera. Antes de señalar, debemos comprender que nadie está pasando la tormenta en la misma embarcación; cada uno tiene un navío, o un sistema de flotación diferente y único, y que incluso hay personas nadando con todas sus fuerzas para sobrevivir… La realidad es que todos estamos en el mismo bote, y esta pandemia nos lo va a demostrar.
Una de las tragedias de esta pandemia es la incertidumbre. Incertidumbre económica. Incertidumbre laboral. Incertidumbre sanitaria. Incertidumbre de permanencia. Nadie sabe a quién le puede tocar padecer el virus. La única certeza histórica que podemos acariciar es la de que, como toda crisis, pasará. Y Dios quiera que pase pronto.
En el mundo de las redes veo perfiles de personas tratando de dar y darse aliento con mensajes de “resistiremos”, y cosas por el estilo. Bien. Pero ¿resistir depende tan solo de nosotros? Es decir, siendo positivos, una vez que pase el encierro necesario, ¿volveremos a la cotidianidad que conocíamos? Yo creo que la respuesta es no. Que ese “no” resulte positivo o negativo no depende solo de nuestra actitud, que debe permanecer positiva, sino que depende de una cantidad de factores tanto individuales, como colectivos.
Como individuos, nuestra actitud marcará la diferencia, para bien o para mal. Como colectivo tenemos que entender que el motor de nuestro país está apagado ahora mismo, no ralentizado, sino completamente en reposo. Cuando tenemos un vehículo y lo dejamos sin encender muchos días, sabemos que pueden pasar dos cosas. La primera, que cuando volvamos a intentar encenderlo, arranque fosforito y que la frase “¡carro pa' bueno!” pase victoriosa por nuestra mente.
La segunda opción es que el carro no arranque. Es en esta opción en la que abrimos todo un diagrama de flujo con pasos a seguir y posibles soluciones en base a lo que sucede con cada acción que tomamos, que es la representación gráfica de un algoritmo, o de un proceso.
Ya han salido muchos mesías, tanto del comunismo como del capitalismo a profetizar sus puntos de vista como la solución social, económica y hasta religiosa para todos los países, en un manifiesto tan erróneo como egocéntrico. Se equivocan precisamente porque quieren ver al mundo como un todo unificado en la vida real, y eso solo es cierto en las redes sociales. En la vida real cada pueblo tiene su propia idiosincrasia, sus valores y creencias que lo hacen único. La globalización no es global, porque no alcanza a los de menos recursos.
Si de algo ha servido esta pandemia es para mostrarnos que tenemos que plantearnos soluciones diferentes y novedosas. Si bien cada cultura es diferente, ahora nos vemos como iguales en lo más básico: todos tenemos miedo. Y ese miedo nos ha hecho actuar desde EE. UU. hasta Australia de la misma manera. Nuestro yo primitivo ha aflorado y nos ha llevado a acaparar, desde alimentos hasta papel higiénico, en un absurdo intento de sentirnos independientes y preparados, seguros contra lo desconocido. Estoy muy convencido de que cientos de miles de personas que se habían declarado sin fe alguna han vuelto a rezar, a quien sea que ellos identifiquen como el Poder Supremo. No todo es malo en las crisis, y esta nos ha abierto los ojos para entender que ningún político va a salvarnos, y que ningún deportista merece mejor paga que el más humilde trabajador honesto.
Nuestras diferencias desaparecen cuando el mal nos afecta directamente a todos. Me da vergüenza aceptar que en el mundo viene muriendo gente de hambre, y mi cerebro ha venido haciéndose de la vista gorda al respecto, como un hecho “que está lejos de mi” permitiéndome creer que no me afecta. Sí me afecta. Esas personas mueren por la mala distribución de bienes, por la avaricia de unos pocos, y por malos Gobiernos que al final solo sirven para hacernos creer que nuestros sistemas no están tan mal, cuando sí lo están. Este virus microscópico ha puesto de rodillas a las mayores economías mundiales, así que es cuestión de tiempo para que los efectos económicos los sintamos todos.
De cómo salgamos de esta crisis dependerán los próximos 15 a 20 años. Los Gobiernos pueden hacer muchas cosas, pero casi todas se resumen en volverse solidarios, o cerrarse a los demás. Si salimos para apoyarnos entre todos, habremos aprendido algo bueno. Si salimos a cerrar puertas y a despertar falsos nacionalismos no aprendimos nada.
Todo va a cambiar. Y el cambio empezó ya. En el tema educativo se han dado en cuestión de meses pasos hacia la educación remota que habrían tomado años para implementarse. En lo laboral, ya hay personas trabajando desde casa, poniendo a pensar a las empresas si necesitan grandes y costosas estructuras para funcionar. En lo negativo, también hay empresas sopesando la posibilidad de irse del todo hacia lo robótico. En la religión, muchos han visto a los charlatanes que cobran por hacer milagros y sanaciones por lo que son. En lo gremial, hemos visto algunos mal llamados líderes replegarse en la comodidad de sus casas, abandonando a sus huestes en la más dura batalla. El virus ya cambió todo, así que no esperemos volver a lo que conocíamos.
Algo que no podemos ver nos ha puesto a pensar “¿qué es más importante, la economía o la salud?”.
Sin salud, no hay fuerza laboral que mueva los motores de la economía. No hay riqueza en el mundo que detenga el virus una vez infectó a alguien. Es solo lo que pueda hacer su sistema inmunológico, apoyado por el personal de salud, en caso de que llegue a eso. No se puede negociar ni se puede sobornar a esta pandemia.
Podemos vivir sin internet, pero no podemos vivir sin comer. Es hora de que pongamos en orden nuestras prioridades, pues esta crisis nos da la opción de reorientar nuestras vidas, nuestro país y el mundo entero.
Dios nos guíe.