• 20/08/2023 00:00

Esta vez nos tragó la basura

“Como todo en esta sociedad de consumo, hay que tener incentivos y castigos para que sucedan las cosas. Y la basura no es la excepción”

Hagámonos una pregunta elemental: ¿cuál es el trabajo más ingrato en el escalafón laboral? Por supuesto que hay varias respuestas a esa interrogante, pero el recolector de basura segurísimo estaría entre ellas. Y si recapacitáramos aún más, notaríamos que no solo es ingrato, sino uno de los más mal pagados y menos valorados. Y, sin embargo, el día que no se recoge la basura, enseguida nos damos cuenta por los malos olores y la cantidad de moscas. Estamos, pues, frente a un sin sentido de la sociedad, que siendo uno de los trabajos más desgraciados, a su vez es uno de los más importantes.

Las razones para el fracaso en la recolección y tratamiento de la basura sobran: falta de planificación, escasa capacidad instalada de equipos y vertederos, cero incentivos para reciclar, cero sensibilización a la población y cero campañas de educación. Y, además, por un negociado clandestino que impide resolver de raíz el tema de la basura.

Todos los Gobiernos en los últimos 70 años han tratado de resolver el problema de la basura a través de compra de camiones y adecuación de vertederos. Sin embargo, estos esfuerzos han sido insuficientes. El modelo colapsó en el momento en que lo que se genera es logarítmicamente superior a lo que se recoge. Cada panameño genera en promedio alrededor de un kilo de residuos sólidos al día, lo cual se traduce en más de cuatro mil toneladas diarias. Allí está el primer y gran problema. Para responder a esos volúmenes de basura, no basta comprar equipos rodantes ni abrir vertederos fijos. Es urgente planificar e implementar un sistema que contemple no solo administrar rutas y frecuencias, sino también sensibilizar a la población sobre minimizar la generación de desechos.

Todo esto nos lleva a una sola conclusión: cada residente debe pagar de acuerdo a su generación de basura y la AAUD debe cobrar por su gestión de recolección y tratamiento. En ese sentido, es vital la construcción de una gran planta de tratamientos de residuos sólidos que resuelva el problema de forma integral. Una planta de tratamiento implica el inicio de un proceso de selección previo de los residuos y el reciclaje de muchos materiales.

En Bogotá, Colombia, con casi ocho millones de habitantes y siete mil toneladas de basuras urbanas al día, tiene un sistema mixto público-privado con recicladores informales y programas de basura cero que desvían más de la mitad a plantas de tratamientos y dan empleo a unas ocho mil personas. En Singapur, luego de un agresivo programa de educación ambiental y de reducción de envases plásticos, más de cinco millones de habitantes pasaron de tirar la basura en los pantanos en la década de los años 60 al plan actual, donde utilizan y aprovechan la basura como energía (proporciona el 8 % de la electricidad de la urbe). En Francia y Alemania cada familia dispone de un cubo de basura con candado, en el que deposita su basura y lo saca a la calle un día a la semana. Los camiones de la basura cogen cada cubo, lo pesan y anotan el peso de la misma. Cada familia tiene una penalización por exceso de basura y el objetivo de este sistema es que haya menos basura.

En los países escandinavos, el reciclaje de plásticos es obligatorio desde 1992 y 72 % de los residuos municipales se reciclan. Los residuos se clasifican por papel, plástico, vidrio y orgánico, y existen políticas para importar basura de otros países para producir energía. El año pasado cobraron a los ingleses entre 30 y 40 dólares por tonelada para recibir su basura hogareña lista para incinerar (sin plásticos, metales ni vidrios).

La solución para frenar el problema de la basura no es comprando más camiones recolectores ni abriendo más vertederos. Tenemos que comenzar por generar menos basura y pagar por su recolección. El día en que todos paguemos proporcionalmente a lo que generamos, ese día nos involucraremos y empezará la solución. Sabemos que hay un costo político de por medio, pero es hora de que el Gobierno adquiera su compromiso y entienda que ya fracasó en todos sus intentos.

Los tiempos actuales demandan creatividad en la toma de decisión. Si, por ejemplo, a cada envase plástico de soda se le cargara un dólar de impuesto (“garbage tax”), seguramente habría un enorme incentivo para que luego de consumir el líquido no se tirara a la basura y se llevara a un centro de reciclaje donde se pagaría por su devolución y tratamiento. Tendría que ser muy bruta e insensible una persona para botar un envase plástico sabiendo que tiene un valor monetario intrínseco y además un enorme costo ambiental.

Como todo en esta sociedad de consumo, hay que tener incentivos y castigos para que sucedan las cosas. Y la basura no es la excepción.

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