Panamá registra una de las cifras de crecimiento económico más envidiables de la región, con más de 2.9%. Pero crecer no es suficiente. El más reciente informe de la Cepal evidencia una dolorosa paradoja: aunque el país mantiene un notable dinamismo económico, ese crecimiento no se traduce en un desarrollo social real. Los datos del informe son claros: Panamá aparece como el segundo país más desigual de América Latina, solo superado por Colombia. Al mismo tiempo, las tasas de pobreza volvieron a aumentar, recordándonos que el progreso macroeconómico no basta para derribar las barreras estructurales que condenan a amplios sectores de la población. Este problema —crecer sin generar empleo suficiente ni, mucho menos, impulsar un verdadero desarrollo— desnuda las graves fallas de un modelo que parece privilegiar las cifras por encima de las personas. Es como si viviéramos en un país de dos velocidades: mientras la riqueza y los privilegios se concentran, gran parte de la población, especialmente la clase media y trabajadora, lucha por acceder a un empleo digno, recibir atención en un deficiente sistema de salud pública y encontrar maneras de llegar a fin de mes. La desigualdad, además de injusta, es profundamente ineficiente: socava la cohesión social, debilita las instituciones y perpetúa la pobreza generacional. Si Panamá aspira realmente a un futuro distinto, inclusivo y próspero, debe repensar sus prioridades y abrir un debate serio sobre el modelo de desarrollo que necesita. Un modelo con un sector privado próspero y robusto, acompañado de un Estado de bienestar que garantice oportunidades para todos. No basta con crecer: hay que transformar. Es indispensable invertir con equidad en educación y salud pública, garantizar empleo decente y protección social, y cerrar las brechas entre zonas urbanas y rurales, entre quienes viven con privilegios y quienes sobreviven en la periferia.No esperemos a que la olla social del país estalle. El momento de actuar es ahora.

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