• 06/10/2025 00:00
Entrelíneas

El dinero público: ¿motor de cambio?

Una vez más, el debate presupuestario confirma la cruda realidad: el dinero del Estado no se planifica para servir al ciudadano, sino para alimentar la maquinaria política. El Ejecutivo enuncia prioridades obvias —salud, vivienda, agua, seguridad, obras—, pero lo hace como si hubiera descubierto el agua tibia. Todos sabemos qué falta en este país; lo que la gente exige es que se ejecute, que se cumpla y que se deje de jugar con su necesidad. La Cámara de Comercio tiene razón al advertir que el reto no está en el listado de prioridades, sino en la capacidad de ejecutarlas con eficacia y transparencia. Y ahí es donde el sistema entero hace agua. Cada año, el presupuesto se convierte en un espectáculo repetido: ministros defendiendo cifras irreales, diputados reclamando partidas como si fueran trofeos de guerra y un Ministerio de Economía haciendo malabares para cuadrar cuentas que nunca reflejan la verdadera urgencia social. La llamada “rigidez del gasto” no es un accidente técnico: es el resultado de años de clientelismo, subsidios diseñados para sostener votos, nóminas abultadas por compromisos políticos y una deuda pública que crece como un monstruo insaciable. ¿Cómo hablar de prioridades cuando gran parte del presupuesto está hipotecado por decisiones tomadas para complacer a pequeños grupos de poder?Lo más indignante es que la discusión se repite como si nada pasara. La transparencia no puede seguir siendo un discurso vacío. Este país necesita un sistema de rendición de cuentas real: ejecución presupuestaria publicada en tiempo real, proyectos medidos por resultados, sanciones inmediatas para los que manipulen o dilapiden recursos. Cada dólar malgastado no es solo una cifra, es una cama menos en un hospital, un tanque vacío en una comunidad, un policía menos en las calles. El dinero público no aguanta más maquillaje: o se convierte en motor de cambio, o seguirá siendo el espejo de la podredumbre política que nos ahoga.

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