La crítica ha recorrido el mundo y no era para menos. Que se utilizase un escenario como la inauguración de los Juegos Olímpicos para hacer una parodia de la Última Cena, no logró más que herir los sentimientos de los cristianos del mundo. Quienes organizaron este magno evento, debieron recordar el origen de los Juegos Olímpicos, en el 776 a.C., que se instauraron unos juegos deportivos en honor a los dioses que vivían en el Olimpo. Durante el Renacimiento, inspirado por la cultura e historia griega, el barón Pierre de Coubertin, un pedagogo francés, “propuso revivir los Juegos Olímpicos como una forma de promover la paz y la cooperación internacional a través del deporte”. ¿La parodia promovía la paz?, al contrario, causó indignación y vergüenza. Pero como no se puede recoger la leche derramada, que sirva el ejemplo para que en los próximos Juegos Olímpicos de Los Ángeles, Estados Unidos (2028) y Brisbane, Australia (2032), fomenten la unidad, la paz y el valor único del ser humano, no importa la religión que profese. En momentos en que el hombre intenta traspasar las fronteras terrestres y sueña con colonizar otros planetas, en la Tierra no debemos estar en conflictos y mucho menos atizarlos. Judíos, musulmanes, cristianos, etc, tienen derecho a convivir con sus creencias, pero sobre todo, fomentar la paz y la hermandad y para eso son los Juegos Olímpicos, no para causar división. ¡Así de simple!

El país centroamericano se encuentra en vilo ante las últimas acusaciones que vinculan al cuñado de la presidenta Xiomara Castro, Carlos Zelaya

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