• 25/10/2015 03:00

Para mi amigo inolvidable

Si alguien me hubiese dicho entonces que ese muchacho iba a tener una gran influencia en mi vida, no se lo hubiera creído

‘Mira, te traje a mi hijo para que lo conocieras', me dijo mi buen amigo ‘Cuando', enseñándome un niño de unos ocho años, vestía uniforme de La Salle. ‘Hola', me dice con una sonrisa. Si alguien me hubiese dicho entonces que ese muchacho iba a tener una gran influencia en mi vida, no se lo hubiera creído.

Veinte años después, mientras enseñaba una sesión del curso Carnegie, lo volví a ver, esta vez convertido en un joven, se acerca y me dice ‘Yo lo conozco a Ud., mi papá nos presentó' y concluyó diciéndome que venía de parte de IBM a tomar el curso.

En un entrenamiento donde la mayor parte consiste en compartir experiencias personales vividas, se me presentaba la oportunidad de conocer más a mi participante y por qué estaba ahí.

No hay lugar a dudas que cuando hablamos ante un público estamos diciendo mucho más que unas cuantas palabras, es la expresión reveladora de la personalidad humana. Cómo me hubiera gustado conocer más gente como José Manuel, dispuesta a caminar la milla extra, poniendo todo de su parte y de esa manera recibir sus gratificantes beneficios.

Una vez terminó el curso, fue elegido asistente de los instructores, una posición ad-honoren que desempeñó con ferviente deseo de ayudar a los demás. José Manuel me acompañó en innumerables ocasiones a diferentes ciudades del interior a dictar el curso. Llegó el momento en que se necesitaban más instructores. En vista de la experiencia obtenida y sus múltiples virtudes, lo candidatizamos y la oficina central de Nueva York le dio la aprobación para que participara en el entrenamiento para instructores próximo a realizarse en Guayaquil, Ecuador.

Yo lo acompañé y estuve con él las seis semanas que duró el evento. Al finalizar, qué enorme satisfacción sentí cuando de los seis que participaron, cinco ecuatorianos y un panameño, quedo en primer lugar el panameño.

Corría 1979 cuando tuve una experiencia espiritual fuera de serie. Conocí al Dios que hizo los cielos y la Tierra en forma sobrenatural y desde entonces mi vida comenzó a tomar un giro diferente. Por supuesto, yo no podía dejar de compartirlo con mi mejor amigo y juntos comenzamos a recibir clases de la Biblia.

El fumador de dos paquetes diarios le entregó ese vicio al Señor y de la noche a la mañana no fumó más. Pude comprobar vez tras vez su deseo de agradar a Dios en todo. Fue en este mismo tiempo que comencé a planificar mi jubilación. Este es un aspecto muy importante en la vida de todo ser humano. ¿Pero quién sería la persona más adecuada para tomar las riendas del negocio? No se me ocurrió a nadie mejor que a mi gran amigo que lo conocía. Después de varios meses de consideración, aceptó. Como todo lo que él hacía, tomó su nueva posición con toda seriedad y salió adelante.

José Manuel era un luchador con una fe inquebrantable, sus ojos siempre estuvieron puestos en el Señor. Hasta en momentos de dolor él pensaba en su familia primero.

No era nada raro que se tirara al piso a jugar con su hijo José David de 21 años y se abrazaran. ¿Y qué de su amada Maricruz? —el ángel que Dios le mandó del cielo—. En los momentos de las más duras pruebas, allí estuvieron juntos. ¿Y la familia? Pocas veces se ven personas tan unidas; sus cuñadas Mariluz y Maribel y sus esposos, su suegra, doña Beny, los sobrinos, todos unidos demostrándole amor.

El cielo se abre para recibir a los justos. Nos volveremos a ver. Tu inolvidable amigo Ricardo Pino V.

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