• 07/02/2011 01:00

Telepolítica y partidos clientelistas: combinación nefasta

En nuestro medio persiste la peregrina idea de explicar el comportamiento político electoral de los votantes, vinculando el mismo a la i...

En nuestro medio persiste la peregrina idea de explicar el comportamiento político electoral de los votantes, vinculando el mismo a la influencia ‘malsana’ de los medios de comunicación masivos y particularmente, el televisivo. No niego que esta relación opera con mucha frecuencia, pero debe reconocerse que los medios de comunicación producen los efectos que se les achaca en la medida que el público esté a merced de ellos. Esto ocurre a menos que se den algunas condiciones para ello. Quiero referirme a dos de ellas.

La primera, es la forma como está configurado el sistema electoral de la institución, región o el país. Por ejemplo, si se trata de elecciones presidencialistas, contienda de diputaciones uninominales, etc., las probabilidades de que el medio televisivo tenga alguna influencia, crecen con respecto a si se trata de elecciones por nóminas, plurinominales o de otra índole.

La razón de esto está vinculada al hecho de poder ‘personalizar’ la contienda, que es un principio ‘sine qua non’ heredado por los propagandistas de la Alemania nazi a la mercadotecnia moderna.

Una segunda condicionante, de mucho más peso explicativo que la anterior, es la configuración—funcionamiento de los partidos políticos. Si un partido es ‘clientelista’, cede en bandeja de oro a los medios televisivos, su capacidad para influir en el votante de sus propias filas. Lo contraproducente resulta cuando el(a) contendor(a) cuenta con más recursos para pagar campañas a su favor. Y dado que nuestra sociedad opera bajo leyes mercantilistas, quien más dinero tiene para pagarle a los medios televisivos, cuenta con un valor agregado por encima de su oponente para ganarle.

Pero lo decisivo aquí no es tener más o menos dinero para servirse de la telepolítica; lo decisivo es que si un partido es clientelista, sus líderes o sus gamonales, manejarán las acciones partidarias en función de personas y no de programas con contenidos coherentes y fundamentaciones científicas. Lo cual, se convierte en terreno fértil para aplicar el principio de la personalización de la campaña, que es necesaria para que tenga efecto la propaganda televisiva.

Es decir, en la personalización no importan los programas; importa la emoción, la pasión el sentimentalismo que logre incitar el o la candidata en el público y para esto puede bastar incluso una ‘cara bonita’ o un(a) candidato(a) ‘bonachón(a)’, aunque muestre incapacidad para hacer verdaderas propuestas políticas sobre los temas más neurálgicos. Sin duda, esa especie abunda cada vez más en las jefaturas de nuestras instituciones estatales, gracias al trabajo de la telepolítica y al funcionamiento clientelista de los partidos políticos.

Esto explica, por qué un(a) ministro(a) de gobierno obtiene alta aceptación en los sondeos electorales, aún cuando sea el o la más inútil en la conducción de su institución o el más torpe del gabinete en su ejecución presupuestaria.

¿Y cómo se vacuna un partido para que la influencia de la telepolítica no alcance los efectos malsanos en su contra? Muy simple, pero a la vez muy difícil para los partidos aburguesados u oligarquizados: basar su configuración—funcionamiento en las organizaciones de la sociedad civil y no solo en lo territorial. No se trata de tener frentes ‘femeninos’ o ‘indígenas’ u ‘obreros’ ‘per se’. Se trata de plantear sus objetivos en función directa de las expectativas e intereses de cada uno de los sectores sociales y articularlos de cara a un norte que los identifique en un programa.

Pero más que eso es, que en todas y cada una de las estructuras de decisión del partido, cada uno de esos sectores debe tener representación directa. Hoy, los partidos han enviado a la cola a las organizaciones sociales de todo tipo, condicionando su participación a la representación individualizada y territorial más no organizacional. En las representaciones territoriales (corregimiento, distrito, circuito) aunque un(a) obrero(a) o un(a) líder(eza) ambientalista salga electo(a), no puede operar sino territorialmente, diluyéndose su esencia corporativa y política.

Así, un partido basado en las organizaciones de la sociedad civil—y no vinculándose a ellas con un carácter demagógico propio del esquema clientelista— tendrá defensores(as) de oficio y en gran escala, convencidos(as) de que el partido que los(as) representa, efectivamente tiene la capacidad para cumplir con sus promesas, porque estas organizaciones estarían representadas directamente en las estructuras que deciden; no le dejan ese mandado a ‘líderes carismáticos’, o a las ‘caras telegénicas’ del partido que se trate.

Desde hace por lo menos 18 años, cuando el PRD desmontó su relación con los sectores sociales, no tengo conocimiento de ningún partido que haya participado en las últimas cuatro elecciones presidenciales vacunado de las veleidades del clientelismo. Pero desde hace esa misma cantidad de tiempo, la telepolítica ha logrado sus efectos devastadores en nuestros torneos electorales.

*CONSULTOR EN SOCIOLOGÍA.

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