• 23/06/2011 02:00

Callar a Varela

H ay quienes afirman que la campaña del presidente Ricardo Martinelli para silenciar al vicepresidente Juan Carlos Varela tiene su orige...

H ay quienes afirman que la campaña del presidente Ricardo Martinelli para silenciar al vicepresidente Juan Carlos Varela tiene su origen en que lo responsabiliza de las malas relaciones con la administración de Barack Obama. Martinelli, según esas fuentes, asegura que Varela es un conspirador que ha estrechado vínculos con Washington para alzarse con el poder.

La realidad es que durante la pasada campaña electoral Varela, sin recursos y ante la disyuntiva de iniciar contactos con el PRD, fue sometido por Martinelli mediante sucias estratagemas (como la montada hace unos días con denuncias del ex jefe de seguridad del Aeropuerto Internacional de Tocumen) y una acción de ablandamiento en la que participó la embajadora de Estados Unidos, Barbara Stephenson. Aunque sabía que Martinelli representaba un peligro para la democracia, el objetivo era impedir que el PRD ganara las elecciones del 2009.

El cálculo que hizo Stephenson fue tratar de operar a través de Varela para moderar a Martinelli. Pero el poder no cambia a una persona. Martinelli ha mostrado su verdadero rostro. El de las traiciones, las mezquindades, las humillaciones, las persecuciones y los chantajes. El de la exacerbación de las pasiones más bajas.

Diversos cables diplomáticos, filtrados por Wikileaks, revelan las frustraciones posteriores que compartían Stephenson y Varela ante la incapacidad de aconductar a ‘Ricardito’. Porque Martinelli no considera la política como un escenario en el que los actores se someten y respetan las mismas reglas. Su concepción, trasladada al Estado desde su vocación de mercader, es la de una guerra en la que todo es válido, incluso engañar a los aliados.

A esas debilidades del proyecto martinellista tuvo que adaptarse Varela. Primero hizo de ventrílocuo y luego de intérprete de las contradicciones de Martinelli. Al fin de cuentas, existía el acuerdo de encabezar la fórmula oficialista en las elecciones del 2014. Pero no debía degradarse y comprometer su capital político de cara al futuro.

Por eso propuso revisar la llamada Ley Chorizo, que dejó muertos, heridos y violaciones a los derechos humanos en Changuinola. También le recomendó a Martinelli que declarara una moratoria al tema minero, en medio de un rechazo que amenazaba con reeditar los sangrientos sucesos bocatoreños. Martinelli reaccionó, altanero, subrayando que en su régimen él es quién marca las pautas.

En las últimas semanas, Varela se ha convertido en un aliado incómodo. Cuestionó el carácter inconstitucional de la segunda vuelta electoral y demandó respetar el acuerdo alcanzado con Martinelli (violando la independencia del Órgano Legislativo), para que un diputado panameñista presidiera el nuevo periodo de sesiones de la Asamblea Nacional.

En respuesta Martinelli prohibió a sus ministros emitir comentarios políticos bajo la amenaza de ser destituidos. Fue un claro mensaje para Varela, quien está en campaña para reelegirse como líder del panameñismo. Además Martinelli desconoció el pacto hecho con Varela para las elecciones del 2014, asegurando que era un acuerdo a título personal, que no podía responder por Cambio Democrático, que la Presidencia no se hereda, y que en todo caso si aspiraba a la candidatura debería competir en primarias interpartidarias.

Varela es señalado como pusilánime frente a la embestida de Martinelli. No puede responder por los 21 diputados, 21 alcaldes, 160 representantes y unos 5000 panameñistas que ocupan cargos públicos. Más que su credibilidad, lo que está en juego es la confianza en Martinelli, cuyo cinismo ha roto todos los estándares que los ciudadanos están dispuestos a admitir.

A Martinelli no le importa faltar a su palabra y desconocer los pactos políticos. Sus mentiras sistemáticas se han convertido en un insulto a la realidad y una nueva modalidad patológica de hacer política. Martinelli ataca para defenderse, porque ha quedado con una agenda fuera de control. Y poco a poco Panamá va pareciéndose más a un país a la deriva.

La disyuntiva de Varela es hacer valer los principios de la decencia y la moderación. Convertirse en un hacedor eficaz y contribuir a frenar la corrupción, para que no brote como una flor silvestre que perturba la tarea de conducir los destinos del país y compromete los recursos que deben destinarse a resolver las enormes desigualdades y necesidades ciudadanas.

El otro camino, bajo el argumento de preservar una alianza de conveniencia e incierto futuro, es compartir con Martinelli la corrupción y el monopolio del poder para utilizarlo a su antojo. En esa ruta será cómplice activo de las desgracias nacionales y verá diluirse la tendencia del panameñismo, que representa en el mar de prebendas y negocios desde el poder en que se ha convertido el régimen martinellista.

*PERIODISTA Y DOCENTE UNIVERSITARIO.

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