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- 27/12/2011 01:00
Rescatemos al Niño Dios
A quí estoy en medio de los olores del pavo, el jamón, la pierna de cerdo al horno, de mi casa y la de los vecinos, viendo una mesa puesta con tamales, ron ponche, rosca de huevo, frutas y todas esas viandas que acostumbramos colocar en la mesa de Nochebuena, más por tradición que por el placer de degustar tantos platos en una sola ocasión. Todo con la excusa de celebrar el nacimiento de un niño que cada vez es menos protagónico en su fecha de cumpleaños, porque el consumismo va borrando de la memoria colectiva la imagen del pesebre, los reyes magos y la llegada de la luz del mundo.
Viendo los centros de compra atestados y la gente frenética llevando más de lo que pueden cargar. Pienso que esta festividad tan especial para los cristianos va a pasar a ser como las fiestas patrias, todos saben cuando se celebran pero nadie tiene idea de lo que representan. Para muestra los reportajes que año con año dan cuenta de la ignorancia de lo que significa para el público entrevistado que toma parte de los desfiles de noviembre o es simple espectador.
La fiesta que por años ha sido la de mi predilección es una pesadilla ahora por el mar de gente comprando, las lluvias sorpresivas, lo imposible que resulta transitar por las calles y la cantidad de gente de todas partes que llega para aprovechar las ofertas de este bazar de compras que es nuestro Panamá.
Tratando de mantener la serenidad en medio del caos me ahorro las salidas en este mes, salvo extrema necesidad, mientras trato de mantener el foco en el significado de la fiesta entre mi familia con la esperanza de que este sea uno de los legados que deje. Le enfatizo que, al igual que el día de la madre, del padre, del niño y todos los que se inventan comercialmente, son ocasión para hacer más ricos a unos y empobrecer y frustrar a otros. Que los obsequios son detalles para decir lo que sentimos y no para salir del paso como escucho entre algunos. Es para decir me importas, te quiero, y su valor es más sentimental que monetario, pues al final todo el año se nos da la oportunidad de festejar que Dios está entre nosotros, apreciar el inmenso regalo del Creador, de la familia, de los amigos, de la salud y de una infinidad de cosas.
Ansío que el nacimiento del Niño Dios sea el de la fe en todos los corazones, que abramos los ojos y digamos adiós a la Navidad comercializada, a los gastos innecesarios, a los comercios desbordados de gente que dejan sus ahorros y energía en ellos. Que restablezcamos el orden y redescubramos el sentido de la Navidad, que el 24 de diciembre, fecha más simbólica que precisa, representa el hecho de que Dios se hizo hombre, se nos dio como regalo y ejemplo, lo cual es motivo de celebración todos los días.
No hagamos el juego a quienes alientan el consumismo. Usemos esta fecha para reunir a nuestra familia y agradecer los favores recibidos, agradecer por la unidad, por el amor, por estar juntos y para regalar a ese Niño, el verdadero festejado, el compromiso de ser mejores personas. En lugar de dejar nuestras cuentas y billeteras vacías para llenar un arbolito de regalos inútiles, pensemos en llenar nuestra vida y la de quienes amamos de cosas maravillosas, esas que no se compran en una tienda, no acumulan polvo y no necesitan un bonito envoltorio. Cada uno de nosotros sabe qué cosas impactan en la vida de nuestros hijos y seres queridos, generalmente se trata de acciones más que de artículos. Son cosas sencillas y simples que atesoramos en el alma, que no se guardan en una bóveda y una caja fuerte, que son seguras, pues nadie las puede robar. Los invito a rescatar al Niño Jesús, secuestrado por el comercio y por un viejo de barba y vestido de rojo, solo nosotros podemos hacerlo. Bendiciones.
PERIODISTA