• 01/04/2012 03:00

Discriminación

En una escena terrorífica de la película ‘El Resplandor’, el enloquecido cuidador del hotel (Jack Nicholson) habla con el espectro del a...

En una escena terrorífica de la película ‘El Resplandor’, el enloquecido cuidador del hotel (Jack Nicholson) habla con el espectro del antiguo cuidador (Phillip Stone), quien, refiriéndose al personaje que por su don de bondad espiritual interfiere con su incitación al mal, lo llama: ‘... a nigger... a nigger... cook...’, pronunciándolo con alucinante arrastre de sorna y perversidad.

El primer término —harto conocido— muy despreciativo de los afrodescendientes, descubre los abyectos sentimientos de quienes así se referían a otro ser humano diferente por el color de su piel. El agregar ‘cook’ (cocinero) como si fuera un insulto, revela un grotesco desdén por causa de la ocupación. Ciertamente es ficción, cine, pero los directores de dichos filmes intentan así señalar estas desviaciones del alma humana, capaz de crueldades sin límite —el Siglo XX con sus apocalípticas guerras mundiales lo demostró.

Sin elaborar sobre la discriminación en el contexto laboral, hasta nuestros días persisten estas actitudes lamentables; en cualquier hogar, sin importar el nivel socioeconómico, ocurren vejaciones, situaciones tristes cuando se trata de la ayuda doméstica. En los restaurantes o sitios donde se atiende al público sirviendo comidas y bebidas, presenciamos a diario patanería y toda la gama de malos tratos nacidos de la arrogancia, como si aquellos(as) que sirven son de alguna forma subhumanos y por lo tanto deben soportar toda clase de malcriadeces al tratar de ganarse la vida honestamente —a menos que en un fenómeno inverso, actúen como los dueños imitando su grosería y traten mal a los clientes, frecuente en comercios locales y relacionado con las apariencias de poder social o económico.

Hoy, en la era de la información, que supuestamente nos haría solidarios y libres de semejantes ataduras, resurgen, recrudecen dichas proclividades nacidas de la soberbia —el primero de los pecados capitales y promotor de los otros seis— ya no con trasfondo racial, sino proclamando desorbitadamente supremacías y alentando a la comisión de actos violentos.

Países de todo el mundo han sufrido dolorosos crímenes, asesinatos por desquiciados solitarios, grupos extremistas y antes que éstos, los que comandan poderosos estamentos armados internacionales, ‘fuerzas de paz’ sedientas de sangre ajena. Esto pudiéramos aplicarlo a las naciones grandes o pequeñas, grupos o etnias que han escogido el camino de la agresión, sea ésta provocada o no; basta repasar la historia de la Humanidad y confirmaremos que la fuerza, antes que la razón, ha sido la ‘solución’ prioritaria entre naciones y pueblos.

¿Quiénes son los eternos propulsores de la violencia como única vía para resolver conflictos e injusticias, incluyendo las raciales y laborales? Respuesta fácil, los que detentan el poder y controlan a los militares (o paramilitares), esos que una vez juraron defender la vida y honra de la ciudadanía que les confió tan grave responsabilidad, para luego desatar a su antojo tan mortífero poderío, precisamente contra la población inerme; o lanzan a sus naciones a campañas guerreristas que nunca podrán establecer la paz duradera, pues ésta sólo puede provenir de la libertad, la justicia, la independencia, la soberanía —todas consecuencias del reino de la verdad.

Ocultos al escrutinio público permanecen siempre los incitadores, aquellos que lucran con la muerte, manipuladores obsesivos, azuzadores incesantes, provocadores acuciosos —encarnando el papel del personaje malévolo de la película mencionada.

ARQUITECTO

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