• 13/12/2013 01:00

Encuestas, cultura e ignorancia

Los casi cinco lustros de continua experiencia democrática en Panamá, desde la invasión militar ejecutada por EEUU en 1989 hasta la fech...

Los casi cinco lustros de continua experiencia democrática en Panamá, desde la invasión militar ejecutada por EEUU en 1989 hasta la fecha, han permitido que hayamos aprendido muchas lecciones. Pero en materia de encuestas aún estamos en el kínder de la ignorancia, rezagados por esa renuencia de políticos y politiqueros, quienes acomodan sus discursos, de manera desfachatada, para favorecer sus apetitos e intereses particulares.

Son muy trilladas aquellas frases como ‘mis encuestas son de carne y hueso’, ‘no siempre el que está arriba es el que gana’, ‘esa empresa encuestadora es pagada por el gobierno’, ‘la gente no cree en los sondeos’… He allí, sin embargo, una expresión que causa hilaridad: ‘a mí nunca me han encuestado’. Vamos de inmediato a desmenuzar este comentario pueril y trivial.

Las encuestadoras serias —con credibilidad reconocida y reputación intachable— toman como universo a todos los ciudadanos con 18 años y más de edad, es decir, a los panameños quienes eventualmente ejercerían el sufragio. Este universo se convierte automáticamente en población cuando se conoce el número exacto de los potenciales votantes, que para el 4 de mayo de 2014 se calcula en 2,8 millones, según cifras oficiales del Tribunal Electoral.

De esta manera, las encuestadoras utilizan las cifras oficiales que surgen del último censo nacional de población (2010) y de los consiguientes estudios demográficos realizados por diversas entidades del Estado, principalmente del reputado Instituto Nacional de Estadística y Censo, una dependencia de la Contraloría General de la República. Por ello, es muy común que las consultoras de opinión pública tomen una muestra, que ronda las 1,200 personas, para proceder con las pesquisas.

La escogencia de la muestra es una práctica consuetudinaria que se fundamenta en el principio de que la calidad está por encima de la cantidad. Por ejemplo, si la encuestadora A toma una muestra de 1,200 personas y la encuestadora B selecciona una muestra de 10 mil individuos, no crea usted que la última ofrecerá resultados más precisos y confiables. A contrapelo del eslogan que identifica al famoso monstruo japonés Godzilla, en las encuestas el tamaño no importa.

Una muestra ¿o la pequeña porción de consultados que hablará por toda la población estudiada? surge de sencillas fórmulas estadísticas, ya harto conocidas desde los primeros decenios del pasado siglo 20, que conducen hacia el muestreo simple aleatorio. En adición, se aplican técnicas de estratificación, con la finalidad de que las principales variables (sexo, edad, escolaridad, estado civil, condición laboral, ingresos mensuales, lugar de residencia, etc.) de una población determinada sean tomadas en consideración.

El Pew Research Center for the People & the Press, localizado en Washington DC, publicó en el año 2009 un interesante documento intitulado ‘Preguntas frecuentes sobre encuestas y metodología’. Allí se indica, y me permito una extrapolación hacia Panamá, que usted y yo, estimado lector —como cualquier otro ciudadano del territorio istmeño— contamos con el misma chance de ser escogidos para integrar una muestra. En otras palabras, todos y cada uno de los 2,8 millones de nacionales que integran el padrón electoral para mayo de 2014 poseen las mismas probabilidades para ser tomados en consideración para un estudio de opiniones políticas. Si a usted jamás lo han consultado para una de estas pesquisas, pues mala suerte. Y no se altere: con certeza usted puede descansar en su última morada, el cementerio, sin nunca haber sido seleccionado para un sondeo.

‘¿Pero por qué las encuestadoras nunca escogen a personas que yo conozco?’, es otra de las preguntas dizque ingenuas que formulan, de manera permanente, los detractores de los sondeos. La respuesta es fácil: la muestra seleccionada debe reflejar la realidad demográfica del país: pobres y ricos, jóvenes y ancianos, citadinos y campesinos, solteros y casados, herreranos y veragüenses, gente que apenas obtuvo un certificado de estudios primarios y personas que lograron maestrías o doctorados, paisanos que solo pueden comprar comida rápida y ciudadanos que no dejan de acudir a hoteles cinco estrellas… El hecho de que usted cuente con familiares, amigos y compañeros de trabajo que, más o menos, presentan idénticas variables socioeconómicas, ello —de seguro— no implica necesariamente que toda la población panameña consigna las mismas condiciones.

Duele admitir que, luego de veinte y tantos años de experiencia con encuestas en nuestro país, muchos panameños aún expongan planteamientos que demeritan a un instrumento que, como la encuesta, representa un avance para la consolidación de las instituciones democráticas. En verdad que carecemos de cultura. Y de cultura en materia de sondeos, ni hablar.

PROFESOR TITULAR III EN LA UNIVERSIDAD DE PANAMÁ

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