• 01/06/2025 01:00

Resultados históricos de la 78.ª Asamblea Mundial de la Salud

La 78.ª Asamblea Mundial de la Salud, celebrada entre el 19 y el 27 de mayo bajo el lema “Un mundo unido por la salud”, no fue una reunión más en la agenda diplomática sanitaria. Por el contrario, sus resultados la consolidan como una cita verdaderamente histórica, no solo por la cantidad de resoluciones adoptadas, sino por el espíritu de cooperación internacional que, resucitó la necesaria idea de que la humanidad puede unirse ante desafíos comunes.

Los panameños debemos estar pendientes del seguimiento a la aplicación efectiva de estas resoluciones, pues muchas, como veremos más abajo, están directamente relacionadas con nuestra salud y bienestar.

Entre los muchos logros alcanzados, el más resonante es sin duda la adopción del primer Acuerdo Mundial sobre Pandemias, un instrumento que busca evitar que la tragedia de la COVID-19 se repita con la misma desorganización, falta de información sobre el evento y desigualdad que marcaron la respuesta global. Este acuerdo es mucho más que una declaración de buenas intenciones: representa el compromiso de los Estados miembros para fortalecer la coordinación, garantizar el acceso equitativo a recursos médicos y, lo que es fundamental, respetar la soberanía nacional sin abandonar la solidaridad global.

En ese contexto —a pesar de las tensiones internacionales producto de guerras, disputas comerciales y desconfianza geopolítica— es loable que más de 190 países acordaran avanzar juntos hacia un Sistema de Acceso a los Patógenos y Participación en los Beneficios (Sistema PABS). Este hecho por sí solo, constituye una formidable victoria diplomática y moral. Pero no podemos dormirnos sobre nuestros laureles, pues, el verdadero reto empieza ahora: transformar estos acuerdos en acciones concretas, sostenibles y equitativas. De poco servirá este tratado si no se traduce en vacunas distribuidas de forma justa, datos compartidos sin restricciones y capacidades fortalecidas en los países más vulnerables.

Otra señal positiva fue la aprobación del aumento del 20% en las contribuciones señaladas de los Estados al presupuesto de la OMS, parte de un esfuerzo mayor por garantizar una financiación sostenible de la organización, reafirmando para todos en el planeta, el valor de la OMS. Esta nueva vía de financiación —sin depender directamente de contribuciones voluntarias y, muchas veces, condicionadas— es crucial para que la institución pueda planificar a largo plazo y responder con mayor eficacia ante crisis sanitarias futuras.

Es igualmente destacable que, más allá de la pandemia, la Asamblea haya abordado con seriedad y profundidad otros temas clave para la salud global. Resoluciones sobre las enfermedades no transmisibles entre ellas la salud pulmonar y renal, la contaminación del aire, la conexión social como determinante de salud, reflejan una comprensión integral de los determinantes de la salud y el reconocimiento de que los desafíos del siglo XXI requieren enfoques intersectoriales y soluciones innovadoras.

La decisión de establecer metas para reducir el impacto de la contaminación del aire en la salud de aquí a 2040 o la promoción de la conexión social ante la soledad epidémica muestran que los líderes mundiales están, al menos en los discursos y documentos, entendiendo que la salud no es un asunto solamente médico. Está profundamente entrelazada con el ambiente, la economía, la tecnología y la estructura social.

Por otro lado, estamos obligados a reconocer el trabajo de la OMS en el terreno: en el último año, la organización respondió a 51 emergencias en 89 países, muchas de ellas vinculadas al cambio climático. Este dato refuerza la urgencia de integrar la resiliencia sanitaria con la acción climática. Si casi el 60% de las nuevas emergencias sanitarias tienen relación con el clima, estamos ante una advertencia clara: el colapso ambiental ya está teniendo consecuencias tangibles en la salud global.

Asimismo, la inclusión de temas como la salud en zonas de conflicto —con menciones específicas a Ucrania y Palestina— indica que la OMS también busca actuar como mediadora en contextos políticamente complejos, donde la salud puede ser una vía para abrir canales de diálogo y cooperación.

Sin embargo, no debemos caer en la autocomplacencia. El éxito de esta Asamblea se medirá no por los aplausos en Ginebra, sino por la implementación efectiva de sus resoluciones en los territorios más necesitados. Las enfermedades raras, la mortalidad prematura por contaminación, el acceso a la atención obstétrica o el diagnóstico por imagen no se resuelven con papel firmado, sino con inversión sostenida, voluntad política y seguimiento riguroso.

En conclusión, la 78.ª Asamblea Mundial de la Salud ha sido, efectivamente, un momento histórico. No porque todo esté resuelto, sino porque, por primera vez en mucho tiempo, los líderes globales parecen haber coincidido en que la salud es un bien común que requiere cooperación real. Ojalá este impulso no se disipe con la siguiente crisis política o económica. La humanidad no puede darse ese lujo.

*El autor es médico y exrepresentante ante la OMS
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