La nutricionista Vanessa Leone contrasta los beneficios, mitos y realidades del alimento
- 20/11/2011 01:00
Había tenido una buena noche en su bar, ubicado en el corregimiento de Pedregal. Los clientes llegaron después de las once, antes de que Manny Pacquiao y Manuel Márquez subieran a un tinglado en Las Vegas para protagonizar una patética defensa del título mundial. La gente seguía pidiendo guaro cuando se acercaba la hora límite. Nando había escuchado de un nuevo decreto firmado el 9 de noviembre por el Ejecutivo. Pero no conocía mucho, sólo que establecía una hora en la que debían cerrar los bares: las tres de la madrugada.
Después de pensarlo un poco, decidió sacar una botella de detrás de la húmeda barra. ‘Me la voy a jugar. Tal vez no sea desde este fin de semana. Después de todo es noche de pelea y estamos en fiestas patrias’, pensó. Caminó hasta el lugar donde se encontraba el sujeto que pedía más vodka a gritos. ‘Sí, definitivamente que hoy es una buena noche’, se dijo a sí mismo antes de depositar la botella sobre la agrietada superficie de madera.
Nando dejó de sonreír cuando divisó al grupo de policías que se acercaban en silencio entre las mesas. ‘Debe encender las luces y cerrar ya’, escuchó ordenar al sargento entre las melodías de un típico apocado que se escapaba de la rocola. ‘Aquí en ‘La discusión’ nunca cerramos’, respondió con aplomo. Se sentía confiado, el bar estaba atiborrado de clientes dispuestos a quedarse, ansiosos por comentar los detalles de la pelea. También reconoció —entre los policías que acompañaban a la sargento— a un par que estaban en su nómina: a cada uno de ellos les pagaba 35 dólares, más los 11 adicionales que desembolsaba a la Policía Nacional para que vigilaran su negocio.
‘Proceda a cerrar o nos lo llevaremos detenido a usted y a su personal’. Al percatarse de que no estaban dispuestos a ceder, Nando volvió la vista hacia el grupo de 20 empleados que laboran en su bar-discoteca. También miró a los policías a los que les pagaba, como solicitando su intervención. Fue en vano. Por último, consultó el reloj nuevamente. Todavía las manecillas no marcaban las tres. ‘A las tres venderé la última pinta’, se atrevió a decir, mientras observaba cómo varios de sus clientes buscaban, cerveza en mano, la salida. No estaba dispuesto a echarse para atrás, menos una noche de sábado, cuando acostumbraba recoger 6 mil dólares.
‘¡Nando para presidente!’. Él se volteó buscando al borracho impertinente que había gritado. Mas no lo encontró. Confrontó nuevamente a la sargento y se amedrentó al ver que entornaba unos ojos de fiera. ‘El comentario la encabronó. Mejor corto por lo sano’, pensó. Estaba repasando los miles de dólares que perdería ese fin de semana cuando encendió la luz.
EN EL ÚLTIMO TRAGO...
Cabizbajo, Danny apoya la guitarra contra la barra del bar ‘Bongos’, en Vía Argentina. ‘La noche está lenta’, se lamenta con la pareja que tiene al lado, para quienes hace unos minutos había interpretado una canción de Maná. Se agarra el sombrero blanco y continúa despotricando contra la ‘ley zanahoria’, que establece que los domingos, lunes, martes y miércoles las discotecas, bares, cantinas y negocios similares deberán funcionar entre las 9:00 a.m. y las 2:00 de la mañana del día siguiente. Hasta las 3:00 los jueves, viernes y sábados.
‘Me han quitado cinco horas de trabajo. Yo antes tocaba en los bares hasta las siete de la mañana’, comenta. La pareja de al lado no parece demostrar mucha empatía por el hecho de que ahora debe salir a la calle con su guitarra desde el mediodía, recorriendo restaurantes en un esfuerzo por recoger los 50 dólares que está acostumbrado a reunir en un buen día. Pero sus esfuerzos parecen no rendir frutos: las ganancias bajaron a 20 dólares por noche, a pesar de que dice que toca hasta en entierros.
‘Es una ley para cagones. Para gente que se enfuega y empieza a hacer cagadas’, dice alguien desde el fondo del local. ‘Danny... el músico de la ciudad’ (su nombre artístico) se vuelve buscando el origen de la voz solidaria. Encuentra a un joven de lentes, gorra naranja y BlackBerry en mano. ‘¿Qué le pasa a Martinelli? Se quiere meter en todo. Cuando caminas por la calle es el pele police, cuando chupas es la ley zanahoria...’, continúa el muchacho.
‘Lo que va a pasar es que la gente se va a ir a dormir a las tres para luego pararse a las 9 a seguir la rumba’, interviene un adolescente, que acaba de llegar acompañado por unos amigos. Como ya falta poco para las tres, comienzan a pedir cubetazos a contrarreloj. Uno de ellos se toma los tragos de ron con cola en straight , como si no hubiera mañana. Arruga el rostro, víctima de su propia celeridad. ‘Tranquilo, blood’ -le dice uno de ellos al tomador de ron-. Me acaba de escribir un pasiero diciéndome que el casino está hasta el culo... Podemos irnos para allá ahora’, sugiere.
A Danny también le mandaron un mensaje informándole que esta madrugada los casinos están cobrando cinco dólares por la entrada. ‘Bueno, me voy. A ver si por lo menos me levanto a una colombiana...’, se dice a sí mismo antes de apurar el último trago y bajar por la Vía Veneto.
Y NOS DIERON LAS TRES...
Viernes, 4:00 a.m. El epicentro de la rumba se trasladó al Veneto Casino. Los clientes abundan, las saloneras escasean. La incongruencia entre beber y jugar, alcohólico o ludópata, dispara la pregunta: ¿me sacan de un bar y me mandan a un Casino? ¿Habrá algo, algún interés, destrás de esto? Mientras, una dominicana recorre la lustrosa barra. Como la mariposa que tiene tatuada en la espalda, sus ojos no se quedan quietos: van de rostro en rostro, posándose en cada cliente potencial. ‘¿Desde cuando está esa mierda de ley?’, le pregunta a un hombre con pinta de extranjero. ‘Desde hace como una semana’, responde, con un cintillo de la feria de la rumba en una de sus muñecas. ‘Ahora tienes que ir de ocho a tres. Antes podías quedarte más’, explica, en referencia al evento que este fin de semana congregó a los rumberos en ATLAPA.
La oferta sube a medida que pasa la madrugada entre los destellos de las tragamonedas. ‘Perdí plata en la ruleta’, le comenta una colombiana al turista que la tiene arrinconada contra la barra. Un poco de escarcha relumbra sobre la densidad de sus senos. Unos minutos después conduce al extranjero hacia la puerta. Parece dispuesta a recuperar lo que perdió en esta especie de Las Vegas caribeña.
Afuera José se fuma un cigarrillo. ‘Está bien la ley. Disminuye el número de accidentes de tránsito. Los que sí salen jodidos son los dueños de bares y discotecas’, argumenta el universitario.
‘Me parece mal porque no le puedes quitar a un país tan aburrido como Panamá lo poco que tiene de divertido, que es arrancarse hasta tarde’, dice Ana, quien, junto a una amiga, se arma de paciencia para esperar un taxi.
Son las 5:00 a.m. Comienza a amanecer tímidamente. ‘¡Taxi, I don’t speak spanish!’, exclama un hombre de peinado y saco impecable, que atraviesa la Vía Veneto llevando de la mano a una prostituta de traje ceñido.
Ni él ni su acompañante son conscientes de que este será el último viernes en el que se podrá amanecer bebiendo en este casino. O en cualquier otro del distrito de Panamá. De acuerdo con el decreto 1899 emitido el 18 de noviembre por el alcalde Bosco Vallarino, los horarios del decreto 1424 serán aplicados a los casinos, hoteles, supermercados y restaurantes. Los horarios de venta de alcohol, que los casinos podrán permanecer abiertos después de las 2:00 a.m., de domingo a miércoles, y de las 3:00 a.m., de jueves a sábado, pero con la venta de licor suspendida. Para prevenir la comercialización solapada, establecieron multas de hasta 10 mil dólares.
El decreto 1899 comenzará a regir después de su promulgación en Gaceta Oficial, posiblemente antes del martes. Ese día la rumba panameña se acortará, para tristeza de muchos, en todos los centros de diversión nocturnos. En los hogares siempre se podrá libar hasta que salga el sol.