- 18/03/2012 01:00
En enero de 2004, David Pérez se hospedó por primera vez en el hotel Doral, que alberga a asegurados de la Caja del Seguro Social (CSS) que viajan desde las provincias a recibir tratamientos médicos en la capital. David aún no estaba enfermo. Acompañaba a su esposa, que para recibir quimioterapia debía viajar desde el día anterior ocho horas en autobús, vía Chiriquí-Panamá, estar en la mañana en el Instituto Oncológico Nacional (ION) y de vuelta el recorrido hasta su casa. Los Pérez hacen parte de miles de pacientes que llenan las habitaciones del Doral desde hace ocho años.
DORAL, HOSPEDAJE VÍA WEB
El hotel Doral, como la mayoría de hospedajes turísticos de Panamá, cuenta con una página en internet en la que promociona sus servicios. Los Pérez, por supuesto, no escanearon los sitios webs en busca de un lugar económico y bonito donde pasar la noche. Ellos desconocen que el hotel donde duermen tiene un portal en el mundo cibernético. Llegaron allí porque la CSS los manda pagando 50 dólares diarios por paciente.
www.hoteldoralpanama.com cuenta con las pestañas obligatorias para promocionar las habitaciones: ubicación, tarifas, comodidades, reservaciones y contactos.
Allí el viajero puede observar la mejor cara de este edificio de diez plantas y 126 habitaciones, que ofrece restaurante buffet y adereza la información con postales de ensueño, donde se ven el Puente de las Américas, lindas empolleradas de dientes saludables, un buque cruzando Miraflores y aguas de azul pálido romanceando con las blancas arenas a la sombra de enormes palmeras. Esa es la ventana que el Doral vende al mundo.
¿La dirección? Central y estratégica: calle Monteserín cerca del Instituto Nacional, a pocos metros de la policlínica de Calle 17 y al otro lado de la piquera de los busitos que van hacia Veracruz.
¿Precios? Super asequibles: desde $27.50 hasta $37.40, más 10% de impuestos.
EL SECRETO PUBLICADO
Para los huéspedes enfermos que pernoctan en el Doral, la realidad es diferente a la virtualidad.
David, que ahora no solo acompaña a su esposa sino que desde el mes pasado va a sus propias sesiones de radioterapias en el ION, dice que nada ha cambiado desde el 2004. ‘La comida es siempre la misma, sin importar el estado y cuidados que deban tener con los pacientes. Además, el servicio es pésimo’.
Desalentado y cansado de estas situaciones indignantes, David se atrevió a publicar un artículo de opinión en este diario, contando el secreto del Doral con la esperanza de que sus propietarios y la CSS corrigieran las anomalías expuestas con su puño y letra: ‘la semana pasada estuve allí y la cosa sigue igual’.
David hasta se atrevió a presentar soluciones: ‘Para subsanar el problema, ambos deben sentarse y ajustar los precios, las cosas están más caras y es imposible que por 50 dólares se pueda brindar una atención mejor’, también cuestionó a la CSS, preguntando: ‘dónde está el representante de los jubilados y pensionados en la Junta Directiva’.
También hay niños y adolescentes que duermen en ese hotel y que, igual que los adultos, no pueden descansar porque el lugar escogido por la CSS para su descanso postratamiento comparte la manzana con bares, cabarets, cantinas, casas de empeño, cines porno, salones de belleza, pensiones y una acera donde se vende de todo y donde para caminar hay que tener el peso y tamaño de un niño.
Si se supone que el hotel es para que los pacientes provenientes de las provincias, descansen, entonces ¿por qué escoger un lugar ubicado en plena zona roja?
LOS HUÉSPEDES QUE BARREN
—Cuéntele lo del hotel —dice Yasmín a una señora de unos 50 años en la acera del Hospital de la CSS en Changuinola.
—Y así no dicen que yo sola soy la que me quejo— continúa para darle ánimos a su compañera.
Yasmín y Ana son conocedoras de hospitales y viejas huéspedes del hotel de los enfermos.
Ana es bocatoreña y durmió por primera vez cuando a sus dos hijos se los envenenó la CSS con el jarabe para la tos. Como no tenía familia en la capital, recurrió a la alternativa de la institución: hospedajes y alimentación en el hotel Doral, nunca viaja con los dos al mismo tiempo.
Ella narra que el cuarto es pequeño para dos personas y las sábanas, viejísimas; la comida es la misma para todo tipo de enfermos, ‘a mi niño, que tiene dieta especial por el estómago afectado por el veneno, le dan la misma comida que al resto’, y la sirven en envases de foam. ‘Si pides un plato extra rompen la parte superior del envase y te lo dan’.
La historia se hubiese extendido, pero a Ana le avisaron que le tocaba la curación de su mano, quemada con un secador hacía meses, y cuya herida sigue viva como el primer día.
A la salida de la curación, las dos mujeres retomaron la descripción de los cuartos. Ana contó que las primeras noches las pasaba en vela. Verse entre esas cuatro paredes era suficiente para espantarle el sueño durante toda la noche.
‘Lo que me intranquilizaba era la suciedad, yo no puedo vivir así, bajaba y pedía una escoba y barría el cuarto. ¡La sorpresa que me llevé cuando movimos la cama! Parece que la barredora tiraba todo abajo. No se imagina lo que encuentra debajo de una cama de hotel’, dice Ana.
Pero hay más. David dice que no hay teléfono en todas la habitaciones, el servicio de televisión es una porquería y el alumbrado, lúgubre, ‘como para deprimir a cualquiera’.
DORMIR EN EL PISO
La fama del Doral atravesó las fronteras. En www.tripadvisor.es está el testimonio de Alicia, una venezolana que relata que el engaño comenzó desde el internet. ‘Mi esposo y yo buscábamos un hotel bueno, bonito y barato. Revisando el ciberespacio, vimos que el Doral era el más económico de todos y parecía bueno. Pero apenas llegamos nos encontramos con otra realidad. Desde la recepción se ve que es un lugar deprimente, apenas sacamos la tarjeta de crédito nos dijeron que no, no tenían datafono. ¡No tenían y punto! Comenzamos mal —pensé—. Pagamos en efectivo y nos fuimos a la habitación. Se veía limpia, pero la luz era lúgubre. No importó, nos acostamos pensando en descansar, pero la cama hacía demasiado ruido, las patas le temblaban. Medio me moví y ¡zas! Se le partió una pata. Entonces decidimos dormir con el colchón en el piso, como el aire era chiquito pusimos el colchón cerca y un poquito de fresco recibimos. Al otro día, entre tantos desaciertos, la regadera fue lo único que nos gustó, el chorro era bastante grande y el agua fresca. Pero al pedir un taxi para irnos de allí... nada. Ni siquiera había teléfono.
Después de estas confesiones de pacientes y turistas, surgen muchas preguntas respecto a la atención del Doral. Para responderlas, La Estrella intentó comunicarse con el propietario y con la CSS, pero en el hotel dijeron que ‘el dueño no está interesado en entrevistas’.
La CSS, por su parte, no respondió. Aún así queda en el aire una cuestión: si el hotel no cumple con las condiciones requeridas, ni siquiera por un turista saludable, ¿por qué la CSS continúa mandando a sus pacientes allí?