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- 12/11/2023 00:00
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El machismo es una cultura basada en la asignación de roles desde el nacimiento. Aunque diría que hasta antes del nacimiento, ya que en las típicas revelaciones de sexo, el color asignado a la decoración te puede dar una pista de quién está por nacer: si es celeste, varoncito y si es rosa, una niña.
Estos roles asignados por la sociedad dividen las tareas y responsabilidades entre niños y niñas, inculcándoles desde muy tempranas edades que se deben ajustar a esos parámetros, conductas y modos que la sociedad espera que cumplan. Por ejemplo, las niñas deben aprender desde temprano a realizar las tareas del hogar, ser sumisas, decentes y bien habladas; mientras que los niños, por el contrario, deben ser fuertes y se les promueve ejercer actividades generalmente fuera de casa, como son juegos deportivos, desde pequeños.
De adolescentes y jóvenes, los varones tienen un visto bueno social para estar fuera de la casa para compartir todo tipo de actividades, inclusive sin restricción de horarios en la mayoría de los casos, mientras que las adolescentes deben permanecer en casa por lo menos hasta los 15 años, que son “presentadas” en sociedad, para poder participar de actividades en la calle, en muchas ocasiones con restricción de horarios.
Estas diferencias en la educación y formación de los niños, niñas y adolescente en roles, de forma sexista y llena de prejuicios, es lo que fomenta, a la larga, todo tipo de discriminaciones, que luego se tornan violentas hasta el punto de llegar a representar un peligro cuando ya en la edad adulta se convive dentro de una relación de pareja.
Si durante toda la infancia a los niños se les enseña que deben ser fuertes, que no deben expresar sus emociones (por lo menos en público) y que deben trabajar porque deben ser los proveedores del hogar y conseguir a una esposa para que lo atienda y que además sepa cocinar, lavar, darle placer e hijos, eso es precisamente lo que ellos irán a buscar.
Si a ese adulto no se le inculca la responsabilidad compartida dentro de una familia, el respeto entre los cónyuges, en su imaginario tendrá siempre la idea de que su esposa debe estar sometida, sujeta a su marido en todo, que no puede hacer lo que le da la gana, así como es predicado en muchas ocasiones por algunos religiosos machistas, misóginos y perversos, que no reconocen que las mujeres son más de la mitad de la humanidad y que son las administradoras, no sólo del hogar, sino del mundo, aunque muchas estén sometidas a la violencia y la discriminación.
Esa forma de “moldear” a las mujeres bajo un supremo (el marido, el padre, el hermano, el pastor, el profesor, el jefe, etc), es la causa de muchos de los tipos de violencia que se ejercen sobre ellas. En el ámbito privado, son violentadas físicamente por los esposos, quienes se sienten con el derecho de corregirlas; por sus parientes cercanos, que se sienten con el derecho de disfrutar de sus cuerpos, al extremo de matarlas si no les obedecen; y en el espacio público, por sus jefes, profesores o tutores, que consideran tener ese “permiso” para desvalorarlas, humillarlas, tocarlas, violarlas y hasta matarlas.
El machismo no es una utopía, no es un tema del pasado, el machismo se sigue enseñando y aprendiendo todos los días, porque vivimos en una sociedad androcéntrica, en donde las leyes y las políticas públicas carecen de ese enfoque de género. Han querido borrar del mapa el concepto de género y la perspectiva de género, tergiversando sus verdaderos significados y presupuestos, porque no permiten que la sociedad evolucione en igualdad de condiciones. La razón de esto es sencilla, porque pierden quienes siempre han estado en mayoría y dominan los que toman las decisiones, quienes ostentan el poder, porque les interesan más los negocios con la minería que el interés superior de una población que clama por mejores condiciones de vida, acceso a la salud, educación, oportunidades de trabajo, justicia y un ambiente sano.
El machismo oprime, discrimina y violenta no sólo a las mujeres, niños, niñas y adolescentes; acaba con las familias, determina las políticas públicas, excluyendo y discriminando a más del cincuenta por ciento de la población. Las mujeres no son tomadas en cuenta de forma democrática; esto perjudica los entornos laborales, porque persiste la desigualdad salarial y las prácticas discriminatorias, exigiéndoles a las mujeres pruebas de embarazo para poder optar por un empleo. El machismo perjudica a la sociedad en general, porque perpetúa y fomenta la violencia que desencadena en las múltiples violencias que se viven en el día a día. El machismo mata.