La misión histórica de la Universidad

Actualizado
  • 14/10/2023 00:00
Creado
  • 14/10/2023 00:00
Lo social y humanamente trascendente es que la Universidad le entregó al pueblo los instrumentos que lo llevaron a convivir con la cultura superior, a encontrar la senda del conocimiento y a permitir que las vocaciones forjadas en la educación media o en el hogar pudieran realizarse en los niveles universitarios
La Universidad inició sus labores en el caserón del Instituto Nacional y así continuó durante algunos años.

San Agustín en sus Confesiones pondera la necesidad de recordar todo lo vivido. Hace el elogio del Museo de la memoria donde se guardan las imágenes que nutren la historia y el pensamiento. Los pueblos deben fundar su propio museo, porque sólo conociendo el pasado las rutas del porvenir resultan más seguras.

Este mes de octubre guarda muchos aniversarios que no deben ignorarse. Uno de los más importantes señala la fundación de la Universidad de Panamá. Fue una iniciativa histórica no solo de carácter educativo. Los fundadores la concibieron como bastión protector de la nacionalidad. No solo protector por sus vigilias ante los acontecimientos nacionales, sino por su misión de alfarera de generaciones cultas al servicio de los intereses patrios.

Lo social y humanamente trascendente es que la Universidad le entregó al pueblo los instrumentos que lo llevaron a convivir con la cultura superior, a encontrar la senda del conocimiento y a permitir que las vocaciones forjadas en la educación media o en el hogar pudieran realizarse en los niveles universitarios. De allí que la Universidad a partir de su nacimiento, a pesar de sus detractores y de sus imperfecciones humanas, ha sido la gran revolución educativa en beneficio de las clases populares.

Antes de su creación el acceso a universidades extranjeras lo determinaba las posibilidades económicas de los jefes de familia, el sacrificio de los sectores medios o la política en materia de becas ejecutada por el gobierno. Los jóvenes pobres se conformaban con la terminación de los estudios secundarios o con el aprendizaje de un oficio. En el magisterio o en el bachillerato culminaban los estudios de la mayoría de los estudiantes de las primeras décadas republicanas.

En cualquier reseña sobre la evolución de la educación en Panamá siempre debe recordarse que para la fecha en que se fundó la Universidad no había colegios de educación secundaria en la mayoría de las provincias. La Universidad fue un factor determinante en el desarrollo de la educación en todo el territorio patrio, porque fue preparando adicionalmente el personal docente y administrativo que la educación primaria y media requería. Pocos años después de la creación de la Universidad comenzó la expansión educativa, inicialmente con los primeros ciclos y luego con los colegios secundarios completos.

Lo que venía haciendo el Instituto Nacional y otros colegios capitalinos se fue profundizando con los egresados universitarios en las especializaciones que demandaban las necesidades del país o que inicialmente ofrecía la Universidad.

Se puede afirmar que los grandes pedagogos de la patria vieja planificaron correctamente el crecimiento acelerado de la educación y basta leer las memorias del ministerio correspondiente como los ensayos, discursos, proyectos, programas y planes, para apreciar con buen juicio el desarrollo y las vicisitudes de la educación en Panamá. También sirve para apreciar la preocupación de los educadores panameños de antaño en la búsqueda del sistema educativo más conveniente para el país. En estas instancias la Universidad, repito, constituyó un factor de guía, de sistematización, aunado a los factores preexistentes protagonizados por maestros formados académicamente en universidades extranjeras. En este punto hago un alto para rendir homenaje a las universidades europeas, chilenas, norteamericanas, brasileñas, mexicanas y otras que abrieron sus aulas tan idóneas a las primeras generaciones luego de nacida la República.

En muchos aspectos la Universidad continúo políticas o principios estrenados en la educación secundaria. Sobre todo, lo referente a los fines de la educación. Uno de ellos fue el espíritu de convivencia, sin discriminación ni racial ni religiosa. Siempre prevaleció, además, el temperamento democrático para aceptar el mundo de las ideas, por más contrarias que sean a las propias.

La Universidad comenzó sus labores en el caserón del Instituto Nacional y así continuó durante algunos años. Se tenía de común el pensamiento de Emerson grabado en una pared del vestíbulo: “Solo el que construye sobre ideas, construye para la eternidad”.

El mayor aporte a la democracia, entonces incipiente, se encuentra en la plena vigencia de una educación fundada en la tolerancia. Ese fue el galardón espiritual que alcanzaron esos educadores de principios de siglo XX y que, sin duda, heredaron la mayoría de los docentes universitarios.

La educación media y la universitaria enseñaron a los panameños a convivir. Nadie osaba despotricar ni contra el ateo ni contra quien tuviese ideas religiosas específicas. Se enseñó a ver las creencias o el escepticismo como un compromiso personal, digno de respeto. El estatuto universitario recogió estos principios. A su vez, la sociedad nuestra como crisol de razas tenía en la educación un programa garante de la igualdad de la especie y de sus derechos. Esta política educativa evitó los males de la intolerancia, tan horrorosamente despiadados donde se predica la desigualdad.

La Universidad ha tenido históricamente otras características. Ella ha sido fundamentalmente humanista. El juramento universitario resume esos valores del espíritu. La Universidad no ha sido una fábrica de autómatas dados a la complacencia de la materia. Toda su vida ha sido igualmente civilista y demócrata. En este aspecto también ha recogido el mensaje de los fundadores de la República, del Instituto Nacional y de la educación en general.

Una prueba de la previsión y de la vocación pacifista de los primeros educadores la encontramos en la exclusión deliberada de los libros de historia de toda apología de las guerras civiles sufridas en el istmo. Fueron guerras que dividieron y que dejaron su estela de rencor o de venganza. Dos estelas contrarias a la necesidad de la unidad nacional. Lo que exige toda nación débil. Lo que se exalta es la condición pacifista, legalista y civilista de nuestro pueblo y de los forjadores de la nacionalidad.

Si ahora se quiere incluir a los golpistas en el calendario de la enseñanza, que se haga para execrarlos y someterlos a las duras sentencias del reproche. Tan inmensos fueron los daños causados a lo largo de la historia.

Es positivo entrar al Museo de la memoria y recordar fechas significativas como la del 7 de octubre de 1935, día grande del pensamiento nacional, día de la Universidad de Panamá.

Publicado originalmente el 6 de octubre de 2007.

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