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- 05/09/2020 00:00
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Los actos terroristas ejecutados en perjuicio de la humanidad el 11 de septiembre del año 2001 han recibido la condena airada de todo ser humano que cuenta con un grado mínimo de sentimientos y de civilización. La reacción de solidaridad ha sido mundial y responde al repudio que engendra toda acción violenta y alevosa.
Entre los panameños, la identificación con las víctimas de tantas nacionalidades, incluyendo la propia para mayor sufrimiento, y con el pueblo estadounidense en particular, ha sido unánime. No he visto un solo testimonio de apoyo a la crueldad. He leído algunas reflexiones sensatas y otras discutibles sobre las causas inmediatas o remotas del hecho, pero nadie ha dejado de condenar la barbarie.
Asimismo, por razón de los tratados canaleros y por la misma existencia de la ruta estratégica, de la mano de la tragedia el Gobierno panameño con rapidez y responsabilidad adoptó las medidas protectoras de un Canal cuyo eficiente funcionamiento depende exclusivamente de los panameños, sus dueños.
Las dudas acumuladas dentro y fuera del país sobre la destreza y capacidad del istmeño para defender el Canal quedaron despejadas. También quedó derrotado el colonialismo mental de algunos medios de comunicación. Producida la lesión enorme, cuando aún se desconocía el rumbo final de la onda expansiva del terror, en el país hubo dos reacciones: una, la emparentada con la tradición que recoge la historia del entreguismo y que surcó los aires con histeria: ¡vienen los marinos norteamericanos a hacerse cargo de la defensa del Canal!, decían los comentaristas; otra, la concebida en los moldes de la nueva conciencia nacional y que señala que el Canal es panameño y que su defensa es un deber del Estado panameño.
El gobierno no cayó en la estulticia de invocar el funesto Tratado de Neutralidad. Se tomaron las acciones contundentes y hasta la fecha no se ha visto un solo testimonio de reproche a la conducta asumida por el Gobierno Nacional. Por supuesto, tampoco he escuchado el respaldo de un solo partido de la oposición a la gestión oficial. Mucho menos de partidos del gobierno sumergidos para todas las cosas en un silencio sepulcral. En nuestro país ya es panorama corriente observar que en el silencio encuentra su domicilio el egoísmo o la incuria.
El 11 de septiembre se despejó otra especie desventurada. Panamá, se ha dicho hasta el cansancio, no está en capacidad de hacerle frente a cualquier agresión contra el Canal. Y siempre surgía la pregunta insidiosa: y ¿quién está en capacidad de evitar tal ataque? La respuesta estaba a flor de labios, estereotipada: ¡el paraguas del Pentágono! ¿Dónde quedó ese paraguas el 11 de septiembre del año 2001? Ni en las propias oficinas del Pentágono pudo funcionar la inexpugnabilidad del gran coloso. Es que nunca puede existir como axioma irrebatible la previsión absoluta para evitar la maldad terrorista, tan sigilosa y cobarde.
En este punto retoma fuerza la polémica sobre la utilidad del paraguas del Pentágono, sobre la facultad que tendría Estados Unidos para abrir ese paraguas con el fin de amparar las esclusas del Canal y otras cosas. Esta nefasta concesión fue combatida en su hora por el Movimiento de Abogados Independientes y, en 1980, el doctor Ricardo Arias Calderón, al comentar lo concebido en el Tratado de Neutralidad y sus enmiendas, dijo certeramente, como dardo en el blanco: “Ahora debemos decir que este es un régimen que para entrar en la antigua Zona del Canal le ha entregado a Estados Unidos el derecho a entrar en todo Panamá a su antojo y a perpetuidad, y que es un régimen que interviene descaradamente en asuntos ajenos y al mismo tiempo se presta como cómplice a que otros intervengan en nuestros asuntos propios”.
El 11 de septiembre nos hizo recordar que existe una asignatura pendiente en nuestra política exterior: la eliminación del significado del paraguas del Pentágono, que encuentra su asiento jurídico en una de las funestas enmiendas. No solo por constituir un peligro para la soberanía nacional, sino porque podría poner en entredicho el alcance y el significado real de la neutralidad del Canal en el caso no hipotético de que algún día Estados Unidos resuelva abrir el paraguas. ¿Un Canal neutral ocupado por un país en guerra? Semejante incongruencia debería ser evitada; por eso hablo de la asignatura pendiente.
En la hora actual, ya dentro de otro orden de ideas, de graves incertidumbres, con un mundo en el que la barbarie se ha convertido en instrumento que reemplazó la dialéctica del entendimiento, Panamá debe consolidar una política de Estado amplia y muy consensuada que tienda a proteger el Canal; y sobre todo para que el mundo entienda que ese Canal panameño es neutral, que nunca será cerrado para ninguna nación y que hará todos los esfuerzos que indique la inteligencia para que el terrorismo jamás impida el paso expedito por el Canal de todas las naves del mundo.
Hoy la unidad mundial debe darse para combatir el terrorismo. Sería una lucha difícil porque el adversario suele ser un fantasma sin rostro que solo deja los rastros quejumbrosos de su infernal fechoría. Sus ropajes son engañosos, camaleónicos, y sus ademanes también suelen ser suaves e inocentes. No son molinos de viento; constituyen realidades en el mundo de los autores, los cómplices y los encubridores. Pero los autores y demás sujetos activos deben ser individualizados, así como las penas, para no desestimar las reglas punitivas propias de un estado de derecho. Los GAL españoles no pueden ser exhumados ni se deben internacionalizar. Ni el diente por diente puede volver a tener vigencia. Como decía Chirac, el terrorismo también debe tener sus jueces para no caer en el error de producir nuevas víctimas inocentes, como ocurrió del modo más infame en Nueva York.
El 11 de septiembre último y dentro del desgarrador cuadro de dolor que sacudió al mundo, Panamá en el pleno ejercicio de su soberanía escribió una página muy responsable de su historia. Protegió su Canal y pasó la primera prueba. Se derrumbó el mito de la incapacidad panameña para proteger su Canal. Otros mitos también se derrumbaron. Lo que nunca se podrá derrumbar es la solidaridad que surge del alma de nuestro pueblo cuando baña sus pupilas con el dolor humano.
Publicado el 22 de septiembre de 2001.
